Juan Román Riquelme regresó ayer,tras cuatro fechas sin poder jugar, y fue el mejor, pero su magia sola no alcanzó.

Volvía el ídolo, volvía el 10 y con él también volvía la esperanza. Luego de cuatro fechas fuera de las canchas, Juan Román Riquelme volvió a pisar La Bombonera o, mejor dicho, el jardín de su casa.

Tras una buena actuación contra Godoy Cruz en la 1º fecha del Clausura, el enganche fue borrado por el técnico en la tercera y estuvo obligado a ausentarse, debido a lesiones, contra Racing Club, Vélez Sarsfield y San Lorenzo de Almagro.

Luego de muy malos resultados y de estar ya caminando por la cuerda floja, Julio César Falcioni lo vio bien y decidió incluirlo entre los once titulares.

En la previa del encuentro ante los bahienses, era aceptable la ilusión por parte de los hinchas. Con su regreso, se creía que el equipo podía llegar a sacar adelante este mal momento. Pero no.

Ayer, JR10 hizo una aceptable tarea, como en el partido contra el Tomba, pero nadie lo acompañó. Fue el dueño de la pelota, jugó e intentó hacer jugar al resto. Por momentos hubo juego, por momentos no se sabía qué hacer con la pelota en los pies. Sus compañeros no lograron conectarse con él, no supieron aprovecharlo.

Román fue el hombre más peligroso que tuvo el “equipo” de ayer. Asistió a Colazo y a Palermo. El primero remató débil a las manos de Tombolini, mientras que el Goleador Histórico no reaccionó y no llegó a tiempo para conectar el remate.

Por otra parte, de sus botines nacieron las ocasiones más claras de gol: un tiro libre que rozó el ángulo derecho en el final del primer tiempo y dos remates apenas desviados en el complemento.

El diez está de vuelta, pero es imposible si no hay detrás un equipo que lo acompañe. El solo no puede.