En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el aliento de los Xeneizes en Córdoba.

Al volver del Kempes, el colectivo era el bálsamo para combatir el frío de la noche y el silencio. Todos cantaban. Hacían chistes. Parecía que no hubiese perdido Boca. Parecía que no importaba nada. Y es que pasaba eso.

Sin caber nadie más, la pasión se metía por las hendijas que dejaban las espaldas. Era estar con los unos. Con los de nosotros. Y eso era el alivio, más cuando al bajar en el centro se cruzaban las camisetas con las de los otros.

Pero todo empezó mucho más temprano en Córdoba…

A las 17.15 de la tarde del sábado, desde el Patio Olmos hasta la parada de colectivos solo se veían bosteros. No por negarlos a ellos, pero nadie que haya estado cerca por ahí, podría negarlo. Algunos combinando piezas azules y amarillas. Otros con la camisa lista y ya había los que se ponían la bandera a modo de capa.

Ya en la parada, tres de rojo y banco miran por encima del hombro a los de azul y oro que llegan. Todos se parecen en algo: las puteadas cuando los colectivos pasan llenos. Uno de ellos frena y deja subir. Una chica llega con su amiga haciéndose la que sabía y dice: “Uh, deben jugar los tallarines”. Así le llaman a Talleres de Córdoba, que jugando en el Federal “A” lleva y lleva miles en cada fecha. Pero no. La ciudad en el sábado estaba conmovida por el clásico de clásicos.

El viaje comienza y a las pocas cuadras, el chofer le grita a un limpiaparabrisas “gallinón”. Mejor dicho “gaiinón”. Ahí la duda se instala en saber si es de Boca o de Belgrano, ya que a la contra los tildan así. Es el único momento de risa en el colectivo, donde todo es raro: Padre e hijo gashinas con dos amigos bosteros atrás. Y así se van intercalando los asientos. Mejor dicho, así debería ser. Lo incómodo es esquivar miradas. Los de Boca saben que más tarde cuando se unan con los suyos empieza la fiesta. Mientras tanto están serios, calmos. Nadie se habla. Todos hacen como si no hubiese nadie al lado con colores de la contra.

Un nene le pregunta a su hermano mayor cuánto falta. La camiseta de Boca le queda grande, pero él va sonriente. Solo se pone serio, cuando le responde que “faltan 4 horas para llegar”, jugando con los sentimientos del más chico, quien lo mira como diciendo “dale boludo”. Y uno adhiere, por las dudas que el tiempo no juegue una mala pasada.

Lo que si juega con los ánimos en pleno recorrido, son las paredes. Se van leyendo carteles, graffitis, hasta que uno queda retumbando en la cabeza y en el alma. Se lee en letras gigantes: “En El Bordo nací, en El Bordo quiero vivir”. Entonces el recuerdo de que estamos en la provincia donde De La Sota, desde que accedió al poder en 1999 se lleva a cabo una política habitacionales urbanas, que distan mucho de la palabra habitacional. En Córdoba, si sos de tez morena y vivís en una villa sos ideal para desalojar.  Desde el centro hacia las periferias más allá de la Circunvalación, es decir lo más alejado que se pueda. Que nadie los vea, que nadie los escuche. Que sean nadie. Y El Bordo, ubicado cerca de la Avenida Colón, donde pasamos, es uno de esos que resiste.

El flaco que está al lado mío, entiende lo mismo que yo. La pertenencia al barrio solo la sabemos nosotros, mientras que los otros miran como si nada. Ellos se fueron de La Boca, y no saben lo que es la frase “El Club es el Barrio, el Barrio es el Club”. Lo peor es que al avanzar, un cartel pintado en otra pared habla de un candidato que quiere hacer una nueva cancha. Que quiere jubilar La Bombonera. Entonces el deseo de la gente de El Bordo pensando en sus casas, por un momento, se dirige hacia nuestra casa.

Cumpliendo la función “neutral”

Al llegar al Estadio, el ingreso de Prensa es peor de lo pensado. Para entrar hay que atravesar las filas de los adversarios. De golpe uno entiende que no los odia, pero que la distancia es una cuestión de piel. Pero sobre todo de alma. Mucho más cuando la prensa, se encuentra en un pulmón de la platea que tiene los colores de ellos. De golpe hay humo detrás de la platea de enfrente. El susto llega. Se piensa que estamos en un barrio coqueto de Capital, que están quemando un estadio. Pero la tranquilidad viene cuando veo que en esa parte están los de Boca y no es más que un pastizal que se enciende a lo lejos. O el humo de la parrilla de Los Bosteros de la Docta, que recibieron a cientos de los nuestros (de todo el país), como sólo ellos saben.

En la previa, los cantos y cargadas. Ellos cantan por un lugar que conocemos y mucho, y al cual van después de tantísimo tiempo. Nosotros le cantamos por un lugar que no conocemos. Se lo recordamos saltando. Entonces el periodista deja lugar al hincha. En un espacio blanco, una persona salta sola. Se mimetiza con los que están más lejos. Pero es bueno, para analizar los rostros desencajados cuando se les refresca la memoria.

A la mente llegan las palabras de Mario Benedetti, cuando se los puede analizar de cerca en una cancha, como nunca antes. El poema Ustedes y Nosotros viene de sopetón, para agradecer una vez más ser bostero. Porque allá a lo lejos la muestra de amor incondicional sin pedir nada a cambio, es hermosa. Es una lección de amor:

Ustedes cuando aman
son de otra magnitud
hay fotos chismes prensa
y el amor es un boom

Nosotros cuando amamos
es un amor común
tan simple y tan sabroso
como tener salud

… repito una y otra vez.

Certezas de sábado a la noche

A las 21.10 ya el Estadio está repleto. Luego de un show “europeizado” para presentar el partido, el juego comienza. Se palmean los responsables del “amistoso”, se felicitan los encargados del sponsor y gritan el gol de ellos. A los seis minutos hay dos certezas. La primera es que el hermano de un colega, por más que sea mellizo, puede ser de los otros. Y hasta te grita el gol. La segunda es que definitivamente no hay chances de no estar en la popular y menos enfrentándolos.

Por momentos se escucha los de Boca nomás. Los del frente, cantan para responder. El frío hace que se vaya despoblando la parte de prensa. Más cuando la gente “VIP” va a su sala “VIP” porque esta “fresco y hay un televisor muy bueno para ver el partido”. Aseguran, riéndose, que verán el segundo gol allí. Entonces el chisme, la prensa, los flashes, la alfombra, el catering costoso, los tragos importados, los sacos brillantes, los zapatos bien lustrados, todo, todo va a ser más interesante que la pasión. Puro marketing, puro show. Nada de fútbol. Nada de sentimiento, nada de pasión. Los locos que están del otro lado no conciben esa idea, entonces saltan y cantan. Se ve a lo lejos una mujer que baila, con su franja amarilla en el pecho. “¿Pero si están perdiendo?” Dicen los cuerdos. “No, está viviendo, está amando”, dirán los locos.

Se busca un aliado, un cómplice. Cristian, que trabaja en Prensa del Club, no le importa estar puteando al árbitro. Toca el hombro y va comentando las incidencias del juego. A él también le ganó el hincha. Y más viendo cómo los cajetillas, miran por encima del hombro. Se ríen socarronamente, se guiñan los ojos, se comunican con códigos diferentes, se contentan por sabernos cayendo, pero no es todo como planean. No nos pueden callar, no nos pueden ver tristes, y eso les molesta.

El partido termina, y la gente canta. Sigue alentando. Sabe que se jugó mal, pero igual revolea la camiseta. Porque poseen un amor que no claudica, que no se negocia, que no se pierde. Que se resignifica, y que se hace más fuerte ante la derrota. Entonces ese amor es salud, es lo que nos mantiene más vitales. Y no es por rachas. Permitiendo cambiar las últimas palabras del poema de Mario, se puede asegurar

Nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con campeonatos qué bueno
sin torneos da igual.

Al volver del Kempes, el colectivo era el bálsamo para combatir el frío de la noche y el silencio. Todos cantaban. Hacían chistes. Parecía que no hubiese perdido Boca. Parecía que no importaba nada. Y es que pasaba eso…