En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la despedida de Schiavi.

Pero cómo no iba a estar llorando. Decime cómo carajo hacía para no sentir emoción. Alegría y tristeza. Esa suma rara que deja como resultado al alma un poco herida pero con ese orgullo infinito. Decime cómo hacía yo para no estar amontonado con personas que conozco y que no, rompiéndome las palmas, si vos te rompiste el alma. Cómo decorar las lágrimas que caían. ¡Pero cómo mierda iba a hacer para no llorar por vos Flaco!

¿Cómo no iba a hacer el sacrificio de ir a la Bombonera?, sin plata inclusive, si vos jugaste ¡con apendicitis! Era la última vez que te veía, jugando para el club de tus amores. De mis amores. De nuestros amores. Vos, que fuiste el primer jugador de Boca que vi meter un gol en Córdoba allá por 2003, luego de experiencias no buenas.

Cómo no te voy a escribir. Cómo no te voy a hacer unas líneas y vencer al miedo de la hoja en blanco. Si vos impusiste presencia, cuando sufría la ida de Bermúdez. Porque esos vacíos no se llenan, como el tuyo. Si vos llegaste para que yo no tuviese miedo de extrañar tanto al Patrón. Si vos te apareciste así, de sorpresa como cuando lo hiciste en la Recopa del 2005 para darnos la revancha con Once Caldas.

Flaco erguido de Lincoln, casi te llevan a Italia por anular a Batistuta en el primer partido. Y ahí nomás, “ahíito” te fuiste metiendo en la historia. A puro corazón, a pura garra. Sabiendo de tu bosterismo, bosteridad, o como la quieras llamar. Llegaste para no irte, por más que tu carrera fue por otras rutas antes de que volvieras.

¡¿Cómo no te ibas a merecer ese número 2 dorado?! Si hasta jugaste desgarrado y con apendicitis –insisto con esto- en pleno febrero chileno. Este no es un dato menor. Perdón que me detenga en esto, pero cuando Carlos te preguntó de jugar el segundo tiempo contra Colo Colo dijiste que sí. La foto en la silla de ruedas es una postal.

Traté de ser fuerte en la cancha. Como tus cierres y tu fiereza. Pero no pude. De golpe pusieron tu gol a River del 2004. Y ahí todos los recuerdos habidos y por haber vinieron y se apoderaron de mi. Del pibe que era cuando metiste la cabeza, en la noche del arañazo y que un tipo me sacó afuera “porque estaba muy loco”. De un año atrás cuando metiste el quinto y definitivo gol en Brasil para levantar una copa más.

¿Qué me importa si erraste los dos últimos penales que pateaste? Si metiste los más importantes. ¿Erraste contra Once Caldas? Sí. Pero le metiste a River y al Milan. Y fuiste tan seguro, tan convencido que siempre nos convenciste de quien eras. Fuiste tan sincero con vos mismo, que siempre nos demostraste la sinceridad de tu amor y tu admiración para con nosotros. Como entre semana pidiendo por Riquelme, que no lo pusieron en el saludo final. De todos modos, allí te saludaron todos. Los más grandes, dejando en claro quién fuiste.

Vos, que llevaste la chapa de líder a otros equipos. Que fuiste victorioso desde el fondo. Con la voz de mando. Como en Japón, que dijiste de ir por más, que los “pasaban por arriba” y que fuiste a jugar allá como hubiésemos hecho todos. Poniendo lo que había que poner, inclusive los codos contra Kaká.

Vos que en 2007 no quisiste jugar la primera final de Libertadores, como hubiésemos hecho nosotros. Que gritaste con la cinta de Capitán en lo alto en el último Super Clásico. Que volviste para ser campeón. Sin más.

Vos que compartiste el silencio de Colombia conmigo a tantos kilómetros de distancia, la bronca en Japón 2001, el amargo sabor de derrotas. Pero que pusiste la alegría, la risa constante, el coraje. Que nunca te olvidaste de donde saliste y que tenes una foto de pibe con Pernía como yo la tengo con vos. Vos que ese día me preguntaste sobre mi libro de poesías a Boca, y te interesaste y me preguntaste si se vendía. Fue después de la fiesta de los 100 años y te quedaste hablando tres minutos, que para mi fueron treinta días.

Hoy, cuando todavía trato de entender eso que cantó una vez el Indio Solari de que “las despedidas son de esos dolores dulces”. Hoy, cuando todavía me resuena el “Olé, olé Flaco, Flaco” te quiero preguntar a vos Rolando. A vos Flaco. A vos Schiavi: ¡¿Cómo mierda hago para no lagrimear mientras te escribo?!