En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, las sensaciones al conseguir la primer bandera.

A mi tampoco me gustan demasiado las banderas que generan fronterismos estúpidos. A la vez, me encantan banderas que no son de mi país. Desde lo estético y desde el cariño que le puedo tener a esos países. Pero como diferenciadoras no… o sí.

Perdonen esta dicotomía. Pero es que habría que saber cuál es mi patria. Creo que es como relata Walter Saavedra “Boca mi Patria, Mi bandera, Mi religión”. Hoy hablaré nuevamente de esa patria mía. Y de ese elemento, de ese símbolo que es la bandera.

8 de noviembre de 1997. Rosario se viste de azul y amarillo. No sólo porque Central juega, si no porque lo visita Boca. Ese día fue el primero que me vio embarcándome hacia una cancha para ver a Boca. A 15 años de ese día me obligué a escribir.

Sábado caluroso. Extremadamente caluroso. Los nervios hacían transpirar aún más. Las ganas de que empezara ya el partido, me jugaba una mala pasada para poder apreciar la previa. Los que no parecían apreciar eran ellos, los hinchas de Central que se daban cuenta de que además de bosteros, éramos cordobeses. No quiero entenderme demasiado en esto. Mi primera vez en una cancha, no fue en la de Boca, pero sí con una victoria. Por eso, nos corrieron y el partido se suspendió cuando Boca ganaba 3 a 0. Además estábamos en una platea con un 70% de “canallas” que corrieron a familias. En ese 30% estábamos nosotros, que dependíamos de un cordón policial para que no vinieran a pegarnos. En eso mi viejo me dice “dame todo, que si nos ven algo de Boca cobramos”. Yo pensaba que eran los mismos colores, pero se filtraba que éramos de Boca. La sonrisa no la podía sacar de mi cara…

Entre las pertenencias que se guardó mi viejo, más allá del gorro, la camiseta y demás, estaba la bandera. Mi primera bandera. Mi primer pedazo de tela con esos colores que llenan. Hoy también se cumplen 15 años de ese momento. La bandera, el símbolo. La compañera de tantas batallas. No muy grande pero sí muy fiel. Mi preferida. La única intocable. La que a pesar de que en el Juniors le falte la “s” (no me ponía tan exquisito de chico), entiende de la mística bostera.

Esa bandera que estuvo presente en cada una de las finales. Que se ponía en la misma silla, que se apretaba (y se aprieta en jugadas claves), en penales en contra, por las mismas manos, como en el 97, cuando Da Silva vio como Córdoba le atajaba un penal. Estuvo a través de la distancia en Brasil y en la cancha contra Cruz Azul. Ella que nunca puede faltar.

“Vos porque sos un boludo. Yo te tengo como un tipo inteligente, no puede ser que te preocupes si no tenes esa bandera” me diría más de una vez un amigo. “Los partidos no lo ganan las cábalas” insiste. Pero él no sabe que ante Milan ella estuvo ahí, agarrada por los 4 que estábamos en fila. Los mismos cuatro que en otras definiciones por penales, como contra River no podían dejar de agarrar la bandera, ni cambiarse de lugar. “Benja, ¿Qué mierda haces en la punta? Vos vas acá al lado mio. Tomá, agarrá”, antes de que el Pato atajara aquel penal.

Obvio que han venido más banderas después. Mejor calidad, más grandes. Menos desteñidas. Pero uno vuelve siempre a ella. La que dice “Campeón”, la que siempre estaba en el respaldo de la cama. La que tuvo que soportar tirones, arrugues, tiradas contra el piso por alguna jugada mala. Pero ¡ojo! Al que le hiciera algo. Al que jodiera en tirarla por la ventana o lo que fuera. Allí saltaban todos los que entendían la importancia de ella.

Ella, la primera. Y por ende la más importante. Ella que viajado con uno, donde uno fuera. La que no necesita de un mástil para estar bien alta. La que no entiende de épocas buenas o malas. Ella estuvo siempre. Desde hace 15 años. Ella que vio ese sábado por la noche los goles de Solano, Latorre y de “Guille”. La que se aprieta bien fuerte contra el pecho. La que recibió risas y lágrimas, puteadas y gracias eternas. La que vuela sin que haya viento, la que se enarbola con la misma pasión.

Ella está hoy delante mio. La veo desteñida, con manchas. Las batallas que sufrió. ¡Y las que ganó! Ella está ahí. Esperando para el domingo, para otra final. Para algún que otro cantito sin motivo alguno. Ella sigue allí. Las estrellas al costado del escudo. Y el escudo que no tuvo lugar para más estrellas. Que sabe de su grandeza, más que de su edad.

Ella está. La bandera primera. Mi primera bandera. Con agujeros, con descosidas, con desteñidas, pero con gloria. Muchísima gloria. Ella está, más hermosa que la primera vez.