En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, como se vive la Copa Argentina.

La primavera no ha llegado a Córdoba. Días grises, fríos que mienten en esta época del año. Encima en estas tierras “lo que mata es la humedad” y no hay nada peor que estar húmedos en La Docta. Pero siempre habrá una salvación de grandes entregas cuando Boca, por la competencia que sea vuelva a la Provincia más linda del país, para darle color y calor…

Néstor, vende camisetas afuera del Kempes, mientras mil personas, buscan fotos, una mano levantada, un gol al aire para gritar dentro. El vendedor viajó por todo el país y quiere vivir en la provincia mediterránea. “Acá hay una magia especial” dice y sonríe. Él lo sabe. Todos lo sabemos.

No importa el horario, el salir antes del trabajo, que la  noche sea un presagio del clima de días posteriores. La gente está y ya vive Boca. Ya lo siente… Desde una mujer que entra y abraza a Carlos Tevez, hasta un pibe que pasó la noche preso, por meterse hasta la mitad de la cancha para una foto con él. Boca y el “Apache” generan esto. “Es inexplicable” sostiene el vendedor mientras hace paralelismos con los recitales del Indio Solari, por la locura, la pasión, el amor…

Ya en miércoles la ciudad amanece azul y oro. Los miles que vienen de tras provincias, pasean y miran lugares históricos de la ciudad. Allí aparece la Córdoba de revueltas  y revoluciones, que le da la posta al futbol. Pero sobre todo a los de azul y amarillo, que entienden lo que son y se hacen cargo. Varias peñas se juntan con Los Bosteros de la Docta. Hay una previa con música, humor, partidos de fútbol cerca del estadio. La familia Boca, no entiende de ningún tipo de fronteras, pero sí de grandeza en quienes organizan estos eventos a pulmón y huevos.

La tarde está a punto de darle lugar a la noche, mientras el centro se inunda de nuestros colores. Hasta el colectivo que nos lleva en su interior es azul con los barrotes pintados de amarillo. El único que no está conforme es el chofer, que no nos dice que no hace el recorrido habitual, logrando el insulto de una hincha. Una señora bien arreglada mira con cara de repugnancia. Se nota que no le caemos bien, se nota que somos bosteros, somos mayoría, somos pueblo. Como preguntando porque somos así,  y no hay forma de no tararear a Sumo y responder  “Por el asco que da tu sociedad”.

En la cancha, entrar es todo un problema. Se va como prensa, pero mucho más como hincha. Damos más vueltas que algunos dirigentes del presente, campeones en moralinas únicamente. Al entrar el de seguridad hace notar que falta una pulsera para poder sentarse en las cabinas. Pero también se da cuenta que el hincha le gana al periodista, entonces dice: “Ubicate en cualquier platea, ya no te puedo sacar”. Entonces el de seguridad se trasforma en Rodrigo, y toma con sonrisas el agradecimiento.

La fiesta

En el frente hay más de mil hinchas de Defensa y Justicia, que dignamente, se hacen escuchar de a ratos. Uno recuerda a un pizzero de una cantina en el Barrio de Constitución, que siendo de Florencio Varela comentaba: “Ojala algún día lo pueda ver jugar contra ustedes”. Desde aquel 2008, han cambiado muchas cosas, pero la gente de Boca no. Porque esperan de la mejor manera el partido, llevan a sus hijos por primera vez a la cancha. Máximo de Oncativo, va concentrado, ni habla, solo lo hace para corregir al padrino y le dice: “No tengo cinco, tengo seis años”. Como demostrando que ya es grande y el momento ideal para ver a Boquita.

Adentro se canta, se baila, se olvida del mundo, porque se vive en nuestro mundo. No importa el frío, ni el hambre. Se engaña al estómago con pururú, pero también con el humo de cigarrillo y más cuando Carlitos erra el penal. Boca no está jugando bien, pero en las tribunas no se percatan de eso. En ningún momento se calla, se cansa, se deja llevar por las incidencias. Todo lo contrario.

El entretiempo da minutos de sobra para hablar con los mellizos Emiliano y Tiziano, que tienen diez años y están enteramente vestidos de Boca, recordando otros mellizos de Boca que nos han dado más que gloria. Nacho, se embandera en colores sagrados, se acerca para una foto, más tarde volverá para cantar y abrazarse.

El segundo tiempo empieza. Nahuel y Matías sufren. Omar no se despega la radio de la oreja. Más de 40 años de cancha le dan la razón: “El que mejor juega es Cubas”. Nahuel se enoja con el “mufa” que canta goles que no serán. Vino de Buenos Aires solo por el partido, y se topa con uno de esos que aparecen todos los domingos.

Entonces el gol y la primera explosión. Tevez mete su primer gol en Córdoba, y nos sentimos bendecidos. Somos testigos de que el jugador del pueblo, le regala eso a miles que han venido de tantos pueblos aledaños. En la radio decían que el estadio se llamaba Carlos Kempes, y se les da la razón. Omar se prende un cigarrillo, para relajar y ofrece. No se le acepta, uno se la agarra con las uñas que no tiene. Entonces empatan. Eso no es saludable, y entonces el cigarrillo no hubiese sido malo. Menos para calmar la ansiedad.

Pero el gol no golpea, sino que alimenta las ganas. Y se salta, y se banca a Boca. Y se alienta, y se llena. En una copa “sin importancia” se demostraba como se es en las buenas y en las malas. Se canta que cuando no salen campeón esas tribunas están vacías. Y cuando salen, también. Entonces –aclara Paula- éramos el antagonismo más puro. En la periferia de Córdoba, se vivía mejor que en el barrio coqueto de Capital Federal.

De golpe todos gritan, menos Nahuel. “Es que el boludo de atrás no la quemó, y me desconcertó” diría después. Miles en abrazo único. Nos mezclamos entre el griterío y las manos que chocan y se saludan. Cubas mete el segundo gol(azo) y el primero de su carrera. La felicidad invade las tres cuartas partes del estadio. El grito se eleva, y se queda allá en lo más alto y el eco conmueve casi como el mismísimo gol.

El final nos encuentra aliviados y sonrientes, tanto que Raúl o la “Chancha” que trabaja allí (más cordobés que el fernet) se contagia y se contenta por nosotros. Al volver se piensa en todo lo que pasó en 48 horas. La intensidad con la que se vivió. Entonces repetía lo que el vendedor me había dicho un día antes: “El Mundo Boca es maravilloso”. O si me guiara por el collar de Callejeros que llevaba Matías, el resumen es ver a Boca y decirle: “Vivo esta vida, solo si vivo en tu vida”.