El “Apache” sigue jugando como en sus viejas épocas en el Xeneize, manteniendo su sangre de potrero. Casi 14 años pasaron de aquél 21 de octubre del 2001 cuando Carlos Tevez debutó en la Primera de Boca en el Mario Alberto Kempes, enfrentando a Talleres. Hoy, después de una carrera prodigiosa que lo puso en la élite futbolística durante mucho tiempo, el estadio de Córdoba volvía a recibir a Carlitos, otra vez con la azul y oro en el segundo partido desde el retorno al club que lo vio nacer. Después de la victoria ante Quilmes en la Bombonera, esta era la presentación como visitante en la nueva era del “Apache” en Boca. En el mismo escenario que le dio los primeros pincelazos de talento, la esencia no cambió. Tevez nunca dejó de ser Tevez en todo este tiempo; siempre recordó sus orígenes y mantuvo el mismo nivel y fidelidad al fútbol y los colores. Otra vez determinante, en unos tres puntos que valen oro, porque se le ganó a una de las amenazas de arriba, de visitante y jugando con nueva jugadores durante la última media hora. La épica por sobre todo, como la historia de Boca lo juzga. Y ahí estaba él. Ese mismo que en silencio brilló en la noche del Kempes. Porque se aguantó todas las patadas que vinieron del rival, aguantando la pelota lo más lejos del arco propio posible, y justo cuando el Xeneize más lo necesitaba, con dos hombres menos. Sabiendo el peso de su nombre, le pegan y sigue, no protesta ni llora, aún así conociendo que llevar el “Carlitos” en su espalda puede ser una tentación para que un mimo del árbitro. Siendo el único delantero, con el cambio táctico de Calleri por Fuenzalida, funcionó como el pívot que jugaba de espaldas al arco, resistiendo al físico de los defensores de Belgrano. Y hasta ocasionando jugadas de gol en soledad, con ese pase cortada que podría haber dejado mano a mano a Meli con Olave. Y venían uno, dos, tres, cuatro rivales, y se los sacaba de encima con sólo talento. Con la dosis que Carlitos siempre le dio a la pelota, llevándola de acá para allá con su pie y enredando a los de al frente. Transpirando la camiseta como en su primera vez con la de Boca, pero 14 años más tarde. Corriendo, metiendo, retrocediendo, abriendo el campo para que Peruzzi tire el centro que terminó en gol de Gago. Insultando cuando el partido estaba caliente, como si fuese un juvenil y no sobrando a alguien que podría estar escalones detrás de él. Después de tanto Europa, todavía conserva ese potrero que lo hace diferente, que marca la distinción aún siendo el mismo de siempre. Tevez le da el salto de jerarquía que Boca necesitaba, pero sin el egocentrismo que la élite conlleva. Porque Carlitos, por más que hoy tenga 31 años, sigue siendo Carlitos. Todavía es ese pibe que la lucha por un lugar, no se queja y juega. Quiere la camiseta, quiere a Boca. Porque el Apache sigue con el apodo en base a donde nació, y no por su personalidad. Porque no perdió el potrero ni las ganas de jugar. Porque es la diferencia, aún siendo siempre el mismo. Porque Tevez nunca dejó de ser Tevez.]]>