En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, Boca en Japón en el 2000.

No me acuerdo quien fue, al entrar a mi pieza en Villa María, que me hizo la pregunta sobre qué posters quería más. Tal vez entendía que esos papeles no eran simples papeles. Más allá de los primeros que adornaron ese lugar, mire hacia arriba apenas se entraba. Arriba de uno de los más grandes con todo el plantel del año 2000, uno que a diferencia del primero era muy chico, pero muy importante. Bermúdez caminaba al lado del popular, con gente feliz y encima del alambrado. Abajo la leyenda de “Boca la trajo”. Casi como una religión, había que persignarse cada vez que se veía esa postal. El gran capitán, llevando la Copa Intercontinental en momentos en que las promesas se cumplían….

Cuando viajo en el tiempo y las pocas veces que vuelvo a ver lo que pasó un 28 de noviembre de 2000 (porque siempre me agarra la emoción), más allá de los goles de Palermo siempre me detengo en una imagen. Es Jorge Bermúdez que le da la Copa a Carlos Bianchi y que mueve los labios. Con el tiempo sabríamos que él le decía “Carlos, le prometí la Copa… Aquí la tiene”.

Un día como hoy hace 15 años, uno empezaba a creer en las promesas y certezas que los ídolos hacían decir: “Boca es el mejor del mundo”. Un camino que había empezado siendo escuchado en una colonia de vacaciones, con una derrota frente a Blooming y un gallina que decía algo como “Gringo, ya se les termina”, concluyó cerca de fin de año con todo el pueblo a las 10 de la mañana festejando. Y festejando, los “2 en 6” originales. Dos goles en seis minutos de Martín que ese día empezó a ser inmortal en todos los mundos posibles, tras la felicitación del árbitro del momento, preguntando si entendía que había hecho. Festejaban el pase en profundidad de Matellán, el marcado de pase del Chelo Delgado y su rapidez, los relatos partidarios de entonces.

Festejaban que “Chicho” Serna y Sebastián Battaglia metían y mordían en el medio, y atrás la defensa les daba el “tiro de gracia”. Le decían gracias a José Basualdo que jugó con la de Maradona, para tener la tranquilidad y ser el auxilio de todos. Y festejaban a Román. Él que fue aplaudido por Palermo en el minuto 88, cuando cuidó más a la pelota que a su vida. Otra especie de huevo, que no se tiene en cuenta y que es igual o hasta a veces más importante que la otra. Festejaban ese pase, esa asistencia de metros y el Titán venciendo a Iker Casillas. Y la remera de sus hijos donde cabíamos todos.

“No me sorprendió la actitud, porque era lo mismo de antes. Me sorprendió el resultado en poco tiempo” diría ese tipo de pelo blanco y corbata correcta. Esa figura de sabio y de padre de todos. De ese tipo que llegó para no irse. Del que le decía a Julio Santella “Che, esto ya lo vivimos”. En su seguridad descansaba el sueño de la mayoría de todo un país. En la mayoría de Argentina, nadie había descansado y todos tenían sueño, por el deseo infinito de campeonar ese día. Todos desvelados por los galácticos, para que Riquelme hiciera un partido de otra galaxia y durmiera a la pelota.

El momento de Román olvidándose de Figo, mientras abrazaba a Bianchi era el final de todo. Eran momentos en que los medios de España hablaban de que la Copa se marchaba a tierras argentinas, y seguían ninguneando en el informe. “Un mal recuerdo para el conjunto blanco” diría un periodista, pero el cronista pondría las cosas en su lugar al señalar: “Ganó el mejor. Boca se llevó por sus ganas, su concentración y su empeño desde el primer segundo de juego. Por oficio y porque era el partido de su vida…”

Entonces eso se festejaba todo eso y más. Se lloraba en las esquinas y en los bares, las radios sonaban más fuerte con “los goles de Palermo que ya van a venir” con la 12 haciendo que fuésemos locales en Japón. La gente contagiaba a cuanto japonés se cruzaba hasta que el mismo “Patrón” los escuchaba cantar como “los nuestros”. Era el grito desaforado para despertar a las viejas bien temprano en la mañana, el tipo que murió de un infarto festejando –hermosa muerte-. Era Diego con el 2 en el pecho gritando en un balcón su amor por Boca. Éramos todos un abrazo pero ahora mundial. Éramos los borrachos prematuros y el abrazo con mi viejo que me secaba las lágrimas. Era el miedo a que Roberto Carlos siguiera siendo “el único que se salió del esquema pensado”. Éramos y festejábamos el enojo de Ibarra con los centrales que lo retaban, Traverso que pegaba, Anibal Matellán que molestaba al 10 de ellos. Éramos Colombia en un travesaño festejando con Chicho y debajo de los tres palos sacando todo con Oscar Córdoba.

Éramos la ilusión de un pibe Nicolás Burdisso y las piernas frescas de Guillermo. El salto para que Palermo lo recibiera, cuando Casillas quería sacar del arco, y entonces festejar. Éramos las lágrimas de Martín y la sonrisa grande como el mundo de Román. Y éramos todos y cada uno de los que taparon la hinchada con el telón. Éramos la frase del “Podrán imitarnos, Igualarnos jamás” que bajaba y era recibida por miles de flashes. El color y el calor en una mañana fría de Tokio en el Estadio Nacional, pero muy, muy caliente en el pecho del más grande a nivel internacional. Estuviésemos en el país del Sol Naciente, o estuviésemos en el nuestro y en la República de la Boca, viendo nacer nuevos soles más brillantes. O en Arroyo Cabral, en un bar de mala muerte, ya que no todos los bosteros podíamos ver el partido por cable.

Un día como hoy, hace 15 años. Entendíamos que las promesas se deben cumplir. Y teníamos a los jugadores y al técnico ideal para llevarlo a cabo. Ese tipo que no dejó que festejaran mucho porque debían seguir jugando. El que nos llevó a lo más alto. Y él esperaba solo allí abajo, con la tranquilidad que da la sabiduría de que todo el mundo azul y oro ahora llenaba de esos colores todo el mundo. Que la vuelta iba a ser imposible para llegar al Hotel, en la caravana. Que Román estaría con la Copa en el colectivo, cuidándola como había hecho con la pelota. Que Palermo iba a mirar a todos emocionados. Y que todos los que estábamos emocionados ese día, íbamos a defender la certeza que él nos dejaba. Pase lo que pase, se juegue lo que se juegue. De que Boca siempre estará en la cima mundial. Por su gloria, por su historia. Y por su gente.