En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, los amistosos ante River Plate.

El 27 de enero de 1999, una fiebre me hacía volar más que el Boca River, en Mar del Plata de esa noche. El calor en Villa María, no se soportaba. Ni el climático, ni mucho menos, el corporal. Mi vieja, había sido determinante: “El médico pidió reposo, así que no te moves para nada”. Al irse a acostar mi viejo me dijo: “No hagas quilombo y venite”. Yo gritaba los goles de un tal Gustavo Barros Schelotto y José Basualdo. La discusión después de eso, tenía la protección de mi padre para conmigo.

Meses antes, mientras él estaba internado por una operación, Boca le ganaba a San Lorenzo en su cancha por 3 a 1. “Que no te escuche la enfermera, andá al patio y decime cómo vamos” era la orden/pedido de él. Contento, entraba corriendo gritando el gol de Palermo: “Dicen que fue un golazo, dicen que fue un golazo”. El reto de mi madre era para ambos. A mí, por el griterío. A él, por haber llevado encanutada una radio – reloj, que cada vez parecía más lenta para que terminara el partido, pero sobre todo para irnos de allí. Una clínica, es de los peores lugares para vivir un partido.

En este 2015, ya nada fue igual. O mejor dicho, desde este año ya nada será igual. El dolor que causó esa “especie de hincha” desde atrás del alambrado quedará por mucho tiempo. Llorar por fuera y por dentro todo lo que se lloró, sufrir una de los hechos más tristes de nuestra historia, es de las cosas menos saludables que podamos experimentar. Creo, que mi padre sin preguntármelo, lo sabe y que a él le afectó más mi dolor que el suyo.

En los últimos tiempos ha tenido desencuentros con la salud y con su hijo. Lo primero lleva a lo segundo, porque el gordo hipertenso, que sufrió un acv no se cuida. Entonces el 13 de septiembre, en el último super clásico, nuevamente lo vio en una cama internado.

Ese domingo, como cuando hay un super, no era uno más. No solamente por el clásico en sí, y porque estaba en juego la punta. Si no, por todo lo que implicaba llegar a tu casa y en vez de pensar en el partido, pensar en la internación. Según Hernan Casciari, hay que entender la alegría en su contexto. Porque no es lo mismo ver a Boca solo, que acompañado. Y mucho menos con los acompañantes de siempre.

El primer tiempo fue en la casa de Benjamín. Franco, estaba y además de eso, todos mis nervios. Los del juego, pero además los de esos días. El gol de Nico Lodeiro se gritó con el alma, al igual que la pegada que le dio a la pelota. Se festejó y mucho, pero igual faltaba algo. “Andá” me dijo mi amigo. Entonces me crucé la ciudad en el entretiempo.

Al llegar al internado, la pieza Número 12, era la única que tenía un volumen excesivo en el televisor. Ahí, sentado mi viejo. “Menos mal que viniste, gritó como un loco el gol”, fueron las palabras de mi madre. Ella no lo decía, pero que mi viejo se pusiera nervioso al lado mío, era a la vez una tranquilidad. Bajo los efectos de calmantes, analizaba las jugadas con la parsimonia típica de un comentarista. Cada tanto los cables se le cruzaban y puteaba.

“¿Cuánto falta?” preguntó y entonces recordé la radio – reloj, que se llevó de canuto en 1998. Pero sobre todo, me di cuenta porque estaba ahí. Porque si no iba, me faltaba algo, más allá de la incomodidad de ver un partido en una pieza de clínica. Necesitaba, más allá de cualquier enojo, ver los últimos minutos con él. Y sufrir, junto a él.

En la previa del último clásico del año, y con el deseo de que sea el despegue final para buenas nuevas, no puedo no recordar a mi viejo. No puedo no desear, que este partido no me haga sufrir tanto, como lo vengo haciendo hace bastante. Que todo mejore: la salud de él, mis ansias… que podamos volver a la cancha juntos. Que sea una demostración de que en las malas se está, de que todos estos años insalubres del Club, cambien. Que nos merecemos una alegría, que nos tiene que tocar de nuevo reírnos en las calles.

No puedo no pensar, en él y en nosotros. Que acompañamos a Boca pase lo que pase. Y nos acompañamos más allá de todo. De mis enojos, de los insultos por no cuidarse, de su acv, de ser el “gordo” que no se cuida. De las peleas y orgullos que a veces distancian… Entonces ahí, ese domingo 13, me di cuenta porque necesitaba ese abrazo final luego de la victoria frente a River. Porque en mi contexto de alegría están mis amigos, pero sobre todo él. Quien me contagio este amor.  Yo le tenía que devolver un cuidado en un partido de esta trascendencia. Porque cuando llegué a la cama donde estaba, me dijo: “Acomódate acá”. Al igual que en enero del ’99, cuando se aguantó los retos de mi vieja y gritó conmigo los goles de un tal Gustavo Barros Schelotto y José Basualdo.