En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la celebración de un nuevo título.

¿Y qué quieren? No voy a mentir. Yo estuve en el día fatídico del 2006, cuando Belgrano le ganó a Boca. Y en la semana uno se enrosca con los medios, que aumentan el miedo. Encima Carlos, comenta horas previas – en una Córdoba fría y lluviosa- sobre la suerte de los primos. Y usa la metáfora. “Es como que te acostumbras a que llueva, sabes que va a salir el sol, pero por un tiempo decís va a seguir feo igual. Mañana tiene que empezar a salir el sol, ya me cansé de mojarme”… Y esas palabras retumban, fuertes.

Mucho más cuando el colectivo arranca y todo tipo de fantasmas y monstruos se ven en la calle. No saben cómo atraer gente a los bares, entonces todos se pintan horrendamente, y festejan algo que no es nuestro. Entonces uno recuerda que Román habló entre semana, y que en estos momentos (y siempre) fue “mi único héroe en este lío”, ese sol que aparecía ante tanta tormenta, y ahora le toca a Carlitos. Entonces es aferrarse a ellos, a la música de los Redondos y de la “Mona” Jiménez que suena en el fondo del colectivo, al fernet, cosas y personas bien nuestras.

Cosas para ahuyentar todo tipo de fantasmas, fiestas extranjeras y para cantar “nuestra estrella se agotó y era mi lujo”. Entonces cuando todo era malo, hasta en la letra, el número de butaca marca en verde flúor un buen augurio, y permite dormir. El número es el 25 y el viaje es por ese número…

En La Boca todo es lindo. Las calles, la gente. El tema a Maradona, cantado por Rodrigo hasta suena mejor. Las panaderías son más linda y tradicionales, por más que atienda una gashina. Inclusive los lugares donde se compran prendas de Boca, y se encuentra a un brasilero hincha de Boca. “No soy de ningún equipo de allá y es la primera vez que vengo a Argentina. Hice todo para poder venir este día y estar en el Barrio este fin de semana”, comenta Willian, y uno no sabe si no es un argentino que hace un chiste. Pero no, su portugués cerrado da a entender que Boca va a ser festejado en todo el mundo.

A la vuelta de la cancha, en una esquina los “choris” y las “patys” salen a lo loco. Entre chistes, la carcajada llama la atención. En pleno almuerzo a uno le caga una paloma en el hombro y le quita dramatismo: “No importa, esto quiere decir que hoy somos campeones”. Esa palabra revive la ansiedad y obliga a llegarse a la fila sobre calle Suarez, a las 12:30.

El nerviosismo se vive en la fila, entre los que se quieren colar, entre los que ven como el tiempo no pasa. Entre los que se van a buscar un diario para leerlo, y después tirarlo por el aire. Entre los que se acuerdan de que el tiempo no pasa y van contando cuanto falta. Y entre los que sabiendo que falta mucho, cantan y alegran a los que están allí. “Que de la mano de Fuenzalida…” cantan y roban aplausos y carcajadas.

Patricio y su familia del partido de Tigre y Pablo de Villa Bosch, son los primeros amigos hechos en la fila. El primero se perdería en el “embudo” cerca de La Bombonera. El segundo, sería el compañero que se sumó a Leonardo. El amigo de siempre, al que no se podía fallar por años y por cábala en la segunda bandeja…

Dos horas y media antes, toda la segunda bandeja de la Popular Sur, estaba repleta. Al grito de “Pararse que no es platea”, la gente hacía caso. Los que no aguantaban buscaban algún hueco para sentarse, pese a los codazos en la frente. Alguien que dice conocer el estatuto, le pide al amigo que lo vote si se presenta como Presidente de Boca, porque él no va a dejar a nadie afuera. Son momentos en donde llegan las novedades de las corridas, de gente que ha pasado el cacheo y ha quedado registrada como asistente, pero la policía y los guardias del Club reprimen y obligan a volverse, pese a los miles de kilómetros hechos. El caos continúa afuera, mientras que adentro los apretujados sienten como todo se acerca.

La fiesta

A las seis de la tarde, ya todo el mundo está cantando “esta campaña volveremo’ a estar contigo”. “Banderita” Laudonio mueve su estandarte y los jugadores de impecable blanco, salen a la cancha… El ruido intimida, y por momentos te hace enmudecer para escucharlo, para saber que está pasando eso ahí y uno puede ser parte.

Cuando comienza el partido Leonardo se ajusta los auriculares, él será nuestra voz del (otro) estadio. Pablo se enojará por la falta de juego punzante, pero ahí nomás se pone a gritar y se agarra la camiseta gloriosa del 2000, con la firma de Carlos Bianchi, que la hace más gloriosa. Uno atrás jode con que meta el gol cualquiera “inclusive Monzón”, que no le gusta mucho como juega. A su lado, Andrés tiene dos camisetas: La suplente del 2000 y la del último Torneo que había ganado Boca. No importa el calor, importa estar vestido para la ocasión. Por eso, la camisa de la fiesta de promoción que llevo puesta, amerita ser usada para este 1 de noviembre.

Desde los 20 minutos la palabra Banfield se instala. Pero cuando alguien habla sobre que se taladren las ilusiones de Central, se escucha una voz que grita ¡Vamos Nosotros! Entonces llega el primer gol desde el sur de Buenos Aires y el “nosotros alentamos” que les hace saber a los jugadores que todo va bien. La segunda vez que aparece con fuerza la palabra del equipo verdiblanco, es en la jugada previa a un tiro de esquina. Pablo dice: “Calleri no debe hacer esa jugada, por ahí se tiene que mandar Peruzzi”. Y cuando le respondía que  “Claro, como contra Banf…” ¡Gol! ¡Goooooooooooooooool! Y la avalancha en la segunda bandeja, y los brazos que son abrazos de miles, que nos tocamos, nos miramos y nos gritamos, y volvemos a gritar. Que se escuche bien fuerte… ¡La vuelta vamos a dar!

En el entretiempo, amagamos cambiar de lugar con Pablo. Eran diez centímetros, o menos. Una voz de atrás –firme- nos dice: “Qué hacen, no se van a cambiar ahora. Ya fue, miren sí…” Y no dejamos que siguiera. Entendimos que no podíamos jugar con el destino. Que si todo iba bien así, no había necesidad de cambiar. Nadie debía moverse. Nadie debía hacer nada que hasta ese momento no se hubiese hecho.

El segundo tiempo era alegría, algarabía en las tribunas… y abajo. Con ese grupo conocido ahí, en esos momentos seguíamos discutiendo si el que estaba atrás con su hija en brazos, era el “Chavo” Pinto. “Es él”, dice uno, y agrega que “siempre fue perfil bajo”. Le queríamos agradecer la Copa del 2001 y su gol en una noche, donde la lluvia no era mal vista.

Cuando Federico Beligoy pitó el final, ya todo fue una explosión contenida durante mucho tiempo. La emoción se corporiza, se llora y mucho. Se desahogan, las broncas, las rabias, las tristezas sinceras, los años de sequía. Que los que manejan el Club ahora y sus protegidos provocaron el dolor más grande que tuvimos como hinchas, que necesitábamos una puta alegría. Que no nos olvidamos, que no perdonamos, pero que pese a todo todavía festejamos. Y nos abrazamos, y nos entendemos el vivir intensamente a Boca y por Boca.

“Valieron la pena las ocho horas” confiesa casi susurrando Pablo, mientras respeta el estar llorando ante la inmensidad de la Bombonera. Ante Carlitos que se sube al arco y regala el trofeo a la gente, al pueblo. Ante el “Vasco” Arruabarrena y los jugadores que dan la vuelta en medio de papeles y de fuegos. De los cantos de los miles, de la felicidad de la mitad más uno. Respeta el estar llorando, y que Boca empape el alma.

Se recuerda a Pedro Guerra que canta:

Ha llovido cantos cuentas quintas guerras

garras grúas pastos y perdidos

Mas en estos años tan tacaños

fueron pocos los peldaños

mas tendrá que ser…

Pese a los años grises, siempre… Siempre Boca, vas a seguir siendo esa sonrisa sincera y hermosa del alma. La misma que conmovió cuando estábamos en la fila, con un nene de 4 años que cantaba y festejaba, con la felicidad e la inocencia en su cara… Y ahí, en la tribuna, con cada canto, con cada latido. Ahí, en la cancha, en cada lágrima.