En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el Xeneize y los compromisos laborales y familiares.

No existen teorías científicas, ni explicaciones rimbombantes para dar cuenta de esto. Para buscarle algo más lógico, o racional. Justamente, es esa palabra la que no entra en los momentos en que Boca se adueña de nosotros. Y digo adueñar, porque son muchas las veces en que nos dejamos llevar por los impulsos en azul y oro. Esos momentos en que no sabemos bien porque hacemos lo que hacemos, pero nos llena de orgullo. Nos da una cosa de distinción frente a los demás.

En el “Elogio del Aguante” de Martín Caparrós, uno de sus capítulos de Boquita, habla de que es bueno tener algo que nos dé orgullo y que no sea tan variable como el juego de los jugadores. Por eso el hincha de Boca va a la cancha gane o pierda, juegue bien o no. Esté en las buenas y en las otras. Nosotros somos así. Siempre ha sido la justificación, o el intento de ella, que el “hincha de Boca es muy fanático”.

Pero volvamos a eso de lo racional. Porque por Boca hemos hecho cosas que no están bien vistas. Como Marcelo de Mar del Plata, que se quedó sin laburo ante el anuncio de su jefe, de que si se iba lo rajaban. Puertas adentro sostenía que el gol en aquel partido contra Tigre del 2013, fue uno de los que más disfrutó. Y así como él hay muchos. Hay una cosa que muchos no entienden, y que tratan de explicarse. Eso se llama pasión. No es la idea de justificar todo con eso, pero sí las cosas que nos han marcado con Boca.

Hace exactamente quince años, el 3 de septiembre de 1999, se festejaban los 15  años de mi hermana. Todos saben lo que es ese día para las mujeres. Está en el podio de los más importantes (muchas a eso, le suman el ir a la cancha con el vestido, o buscar un saludo de algún futbolista de Boca, para mejorar esa cifra de años).

Recuerdo mi camisa de corderoy, con una estrella amarilla en la parte del corazón.  Si bien a mis once años entendía que era mejor calidad otra que habían ofrecido, esa era la más linda de todas. Una camisa “para vestir” de Boca.

El salón donde se llevaría a cabo la fiesta, estaba pegado a uno de los Clubes más viejos de Villa María. Al lugar indicado, para los invitados, mi madre y yo llegamos bastante temprano. Había que recibir de la mejor manera a los amigos y familiares, y más si no eran de la ciudad. Pero en esos tiempos lo de anfitrión, no lo entendía muy bien.

Ese comienzo de la fecha 5 del Apertura tenía como protagonistas a Boca y a Argentinos Juniors, cuando hacía de local en Ferro. ¿No se podía jugar el domingo? No. El mismo viernes en el cumpleaños de mi hermana. La peor  fue que en mi casa, habíamos dejado a un pariente lejano a cuidarla. Hincha de la contra para colmo. Antes de irnos al salón dijo: “Ahora me pongo a ver como pierden”.

El club tenía un bar de esos donde no hay más de cinco hombres, casi borrachos, un viernes a la noche. En medio del humo de cigarrillos, y los ruidos de pool, se escuchaba algo de fondo. Parecía que era el partido, y lo era. Hacía pocos minutos que estaba el partido, cuando mi vieja me preguntó dónde iba. “Voy afuera, me aburro acá”, le dije.

Afuera significaba el bar, y el bar era el lugar ideal para que mi perfume se fuera antes de lo formal en la fiesta. Allí unos tipos grandes, mirando como un nene miraba desde la puerta embobado el televisor. El gol de Palermo fue gritado con la voz fina de aquellas épocas y el recuerdo del pariente en mi casa. Cada tanto volvía a ver si mi hermana había llegado. Eso de las fotos en los lugares más pintorescos de la ciudad, además de permitirme ver el partido, aumentaban el hambre que tenía.

Ante la tercera pregunta de mi madre por el lugar al que me dirigía, la respuesta fue: “Estoy mirando el partido de Boca”. Su cara no era la mejor, pero algo de ella entendió mis ganas de estar con Boca. No era no estar con mi hermana –uno de los invitados me salvó de que me odiaran, al avisarme que ya había llegado- sino que era no saber controlar los impulsos.

No sé si me perdonó mi hermana. Cuando le conté no lo había tomado muy bien. Con el tiempo me fue entendiendo, o poniéndose en mi lugar. Cuando me dicen “no podes”, “sos loco” o algo por el estilo, respondo “es pasión”.

Eso paso hace 15 años. El tiempo no ha dado las explicaciones pertinentes. Los hinchas de Boca tenemos esto. Jugamos, vivimos, sentimos con el corazón. No siempre es bueno, es cierto, pero a veces es inmanejable.

No existen teorías científicas, ni explicaciones rimbombantes para dar cuenta de esto. Para buscarle algo más lógico, o racional. Justamente, es esa palabra la que no entra en los momentos en que Boca se adueña de nosotros. Y digo adueñar, porque son muchas las veces en que nos dejamos llevar por los impulsos en azul y oro.

Quince años más tarde, sigo dejando que Boca se adueñe de mí. Como los millones que han dejado de hacer cosas por Boca, o han cambiado cosas por estos colores. Unos colores que no los cambiamos por nada. Por nadie, ni por nosotros mismos.