En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el sentimiento compartido con papá.

Una pelota azul y amarilla. Algo tan material y a la vez tan simbólico nos une con mi viejo. Nosotros dos frente a la “herencia” racinguista de mis abuelos. Si bien ellos no eran lo que nosotros, era más fácil que mi padre  hubiese hecho caso al equipo de su padre. Pero no. Menos mal que no.

Esa pelota, el primer regalo que tuve, fue de manos del “Tío Montelirio”.  Esa persona que apañó a Rubén (es hora de nombrarlo) en sus años y que por el cariño que le tenía, encontró en mí ese nieto que nunca tuvo.

Hoy mi viejo cumple años. También hoy, la memoria me lleva catorce años en el tiempo. Es la cantidad de años del bicampeonato de Boca de 1999. Un domingo de fiesta, un poco opacada porque el diablo metía la cola, como titulaba un diario deportivo. Domingo de campeón antes de jugar. Los de Avellaneda de celeste y blanco le ganaban a River. Boca salía sin la presión, y el haberse enterado antes del resultado les jugó en contra, como contara el “Pepe” Basualdo en el libro Boquita, de Martín Caparros.

El partido se daba con los golpes que eran los goles de Independiente, pero a la vez sabíamos que era campeón. Entonces el grito se ahogaba, se atragantaba, por más que debía ser gritado.

Ese 6 de junio, nos vio de nuevo en “Punto Banana”, un lugar que en Villa María, y más en mi barrio que era por y para hinchas de Boca. El lugar del Apertura ’98, debía reunirnos en el Clausura ’99. Un Clausura donde mi viejo me conoció más. Donde se dio cuenta que yo podía pelearme con uno de River, estando el padre frente mío. El lugar donde viví mis primeras “avalanchas”, que no eran otra cosa que sillas tiradas al gritar un gol.

Terminé llorando. No por el campeonato. Si no por el gol de Calderón de mitad de cancha. En el campeonato de los cuarenta partidos invictos, del récord de récords,  me dolió mucho ese gol. Era tanta la humillación para Oscar Córdoba, que a mí me golpeó. Rubén se sacó, me miró. Una mirada servía para saber que no iba a festejar a la Plaza Centenario. Por boludo. No había otra razón.

A la vuelta en mi casa el dolor ya se había transformado. Mejor dicho, tomó una razón de ser. Es que le arruinaba el cumpleaños a mi viejo. Y eso me dolía más que cualquier otra cosa. Más que cualquier gol en contra. Entonces el llanto fue más duro, más cruel, más culposo. Mi vieja –pobre- sin saber qué hacer cruzó al almacén y trajo una cinta que decía Boca Junior campeón. Así, sin S. El “felicitaciones campeón” fue una especie de bálsamo…

Hoy es el cumple de él. Ese tipo que comparte conmigo ese amor sin límites. Que se enfrentó a cualquiera que pudiese poner en jaque a la salud de su hijo. Pero nunca supo que su hijo se enfermaría por eso que los unía. Boca, la razón de mi enfermedad de chico, fue la razón de los turnos pagados a los médicos en Córdoba Capital. Las excusas para no decirme que Boca había perdido un partido, porque sabía lo que se venía. Es el que cuando recibió la noticia de que mi enfermedad era por once muchachos que jugaban a la pelota, no aguantó y decidió que tenía que conocer mi casa. Mi templo.

Fue el que al ver un programa que cumplía sueños, se quiso parecer. Aunque se excedió. Por eso, uno de esos dirigentes que hizo mucho por Boca y se le reconoció poco como Pedro Lajst, me habló una vez. Él que es una especie de otro padre, amigo del alma confesó: “Mirá pibe, vos a tu viejo le tenés que agradecer porque sin ser nadie llegó a lugares insospechados. Te llevó hasta a los jugadores sólo llamando por teléfono”.

Entonces uno estará eternamente agradecido. Por haberme subido a un colectivo y llevarme a conocer a mis “ídolos”. El mayor de todos, hacía lo posible para que conociera a los otros. Fue el que logró que fuese a finales de Copa, el que me regaló la primera camiseta, la segunda… El que empapeló la pieza de azul y amarillo. Ese tipo que vale mucho más que el oro.

El que sufre conmigo y que llama no para saber cómo vi el partido, yo sé que lo hace para saber cómo estoy. El que fue el “productor” de un libro que llevé conmigo a los 100 años. El que a veces no me entiende, pero que siempre me acepta. Es él, y fue él quien me presentó a mi primera novia. Ese amor perpetuo que siento por este Club. El que me obligó a no olvidarme de nada, porque él nunca lo hizo. El que peleó por la felicidad de su hijo, el que sin ser nadie, llegó a lugares insospechados.

Hoy es un homenaje a esos tipos que lograron el bicampeonato tan recordado. Es por eso que el recuerdo se filtra en los 50 de mi viejo. Porque en cada momento de gloria o de bronca con Boca, él estuvo. Para abrazarme (a la distancia también), por emoción o para desahogo. Ese “pelado de Boca” que va por Villa María rezongando y cargando. Ese jugador de toda la cancha, el que ha sabido estar en las bravas. Y que como Boca, en los últimos años compartió momentos movilizadores, pero necesarios. Porque si se está en las buenas, en una mala de él también tenía que estar.

Entonces nosotros no sé cuándo hicimos un pacto con el tiempo. Pero antes con nosotros mismos. De buscarnos donde no estemos. Él en mi pieza entre los posters que me ayudó a pegar. Yo en el teléfono. En la imagen, en mi primera vez en La Bombonera para abrazarnos y festejar.

Buscamos esa pelota que pateamos tantas veces, para enfrentarnos a esos mandatos con otros colores. Nos miramos y sabemos del dolor, de la alegría, de los días en La Boca, de las pastas en una cantina. De su escucha a mis conocimientos, de mi admiración a sus ganas de seguir siempre.

Nos miramos y sabemos lo que sólo nosotros sabemos. Que me conoce como nadie, que me escuchaba en las noches soñando con Boca, que yo sé lo que siente por mí y viceversa. En ese pacto con el tiempo y con nuestra sangre, pedimos que se transforme en azul y amarilla. Que nunca deje de ser como fue.

Mejor dicho, nos permitimos escaparnos del tiempo. Adelantarnos a él y abrazarnos en los futuros que sean. Si es con un gol de Boquita o no, la eternidad nos verá juntos. Hablando más allá de los 90 minutos. Presente y el pasado se juntaran, se recordarán. Mi viejo y yo, más allá de sus 50, y de los años que vengan, para seguir afirmando ese pacto. Que empezó al nacer, que tuvo como icono una pelota, y continúa con el sólo hecho de mirarnos.

Y si de recuerdos hablamos, termino esta nota con el final de la primera que vio la luz en esta sección:

Es por eso que, por más que uno no quiera, y más allá de que falte muchísimo, el día que El Maestro de la eternidad lo llame para seguir enseñándole las mejores cosas, y Boca meta algún gol, desde donde esté voy a recordar el arrastrar de sus chinelas, su bata o su remera de Boca. Y en la angustia agobiante del momento, voy a abrazarlo a donde sea que se encuentre, lo voy a mirar cuando mire hacia arriba. Voy a traerlo de a momentos hasta donde yo me halle, y voy a agradecerle nuevamente las cosas que siento cada domingo, cada vez que hablamos, cada vez que lo veo.

Porque el día de mañana, más allá de las severidades del destino y de los intentos malos de la historia para borrarme esos recuerdos que tengo en el alma y que se van a ir arraigando más, van a echar más raíces, van a volver a visitarme. Y mi viejo, Boca y yo, vamos a enfrentar a lo que sea, a cualquier problema, como lo hacemos ahora, día a día, vamos a afrontar cualquier imposibilidad de la vida. Hasta la falta de ella.

Ese es el pacto. Esto es lo que siento.

¡Esto, en tus 50, es para vos viejo!