Alfaro aseguró que quiere recuperar su vida y puso en duda su continuidad. Boca, otra vez en la incertidumbre.


Lo primero que tengo para decir es que Gustavo Alfaro debe seguir siendo el técnico de Boca. Por lo menos hasta que aparezca otra opción potable arriba de la mesa, que cuente con ideas a largo plazo y sea viable no solo en seis meses o un año. Porque andar cambiando de entrenador todo el tiempo es una alternativa que caducó.

Si bien es cierto que el planteo en la última semi de ida fue demasiado mezquino, que las declaraciones tras la reciente eliminación estuvieron fuera de lugar y que el equipo juega un fútbol muy poco vistoso, hay que reconocer que levantó a un equipo que venía en caída libre tras la frustrante derrota en Madrid ante River, en la final de la Copa.

Dicho esto, vale remarcar que para estar en Boca hay que tener ganas. Ganas de vivir en este difícil mundo, de absorber la presión, de bancar el oportunismo de muchos sectores, de soportar un año electoral, de todo. Porque en definitiva, dirigir la Primera de Boca es una especie de bendición que te da el fútbol. Por eso después de sus últimos dichos habría que preguntarle a Alfaro si realmente tiene ganas de quedarse arriba del banco.

Por eso si Alfaro logra cargar su energías debería ser la primera opción del presidente que gane las elecciones el próximo 8 de diciembre. Que estos 10 meses en Boca (en ese entonces serán 12) sirvan de aprendizaje para corregir errores, pensar en otro tipo de planteos, refuerzos y maneras de encarar partidos importantes. Pero, a mi entender, tan mal no se hicieron las cosas como para andar pidiendo a gritos la cabeza de otro técnico.

No es sano para Boca, ni para ningún club, cambiar de líder luego de cada derrota dura. De esta manera se hará demasiado difícil sostener una idea, porque cada persona nueva que venga correrá con la obligación de ganar una Copa o sacar a River para continuar en el cargo. El fútbol son momentos y ya llegará el de Boca. Pero mientras tanto, apuéstenle a los procesos.