El plantel celebrando el triunfo.

En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la clasificación a la semifinal.

No puedo dormir. Nadie puede. Palpitaciones por doquier. La memoria que está haciendo horas extras. El recuerdo, eso que es lo mejor de lo pasado, que se instala. Recordar, que es volver a pasar por el corazón, como escribió Eduardo Galeano es la única actividad que se hace. Pero además para calmar al bobo. Que siente, que sufre, que parece que va a explotar. Y que se llena de orgullo.

Fortuna, culo -según algunos- mérito, personalidad, mística… Una final anticipada, contra uno de los campeones de América del Uruguay. Delirio, desahogo, angustia contenida, rabia, llantos tirados por los aires… Un grito que pocas veces tuvimos la suerte de exteriorizar. Y digo “tuvimos”, porque este jueves de mayo, todos estuvimos en la cancha. Los que fueron, los que no. Los que llevamos a otros cuando no van y los que cuidan el lugar cuando no vamos. Los que se abrazan con las generaciones pasadas y venideras, los que se olvidan de la muerte, los que sabiendo que todo es efímero, se creen y hasta logran lo eterno…. Los hinchas de Boca.

Escribo esto en medio de la madrugada del viernes. El cuello duro, por la tensión que se descargó en esa parte del cuerpo en el gol. Los lentes casi rotos, porque volaron en momentos de éxtasis. Las manos están rojas, porque en niveles de pelotudismo extremo uno le pega a la persiana. Casi que la rompe, casi que no se aguanta encerrado en un departamento, como el alma dentro del cuerpo. Uno está “manija”. El sueño no llega. Es porque el sueño ahora está más latente que nunca.

En el teléfono los intentos de mufa, de un amigo de la contra, que avisa: “Pasan por penales”. En otro lado de Córdoba, una remera que el mismo amigo se dejó con el color de Nacional. Una sospecha tonta, pero sospecha al fin. No hay que tener nada que pueda modificar, lo que la historia manda, para que pueda volver todo a la normalidad. Los niveles de irracionalidad son tan grandes, que el cambio de vestuario es algo obligado. La otra remera hasta parecía apretar. Todo está como tiene que estar. La bandera de los penales, que tiene más victorias que derrotas, se tiene fuerte. Se apretuja junto al alma. Pero, ¿está todo bien? Hay algo que hace ruido. Que molesta en el paisaje. Es el tacho de basura. Los papeles echados a su interior, son sacados para que todo estuviese como en el momento en que Pavón metía el empate. Sí, de pavón, de pavote, de tremendo gil es lo de la basura. Pero a estas horas de la noche y de la vida, uno ya ha perdido el miedo al ridículo.

Que le robe el celular

“Esa explosión final era lo que merecíamos” asegura Marcelo. “Te calmas” pide Judith. “No te mueras” implora Manuel. “La remera azul sirve cuando juega Boca”, dice Mariana desde México. Cuando juega Boca y gana, toca a todos de manera directa o indirecta. Esta noche hemos gastado una vida. Nos queda menos por sufrir tanto, pero qué importa si Boca te da ese elixir de vitalidad espiritual.

Guillermo avisa que le robará el celular de Dios a Carlos Bianchi. Ojala que no de ocupado. De última le pediré a Mabel, como le pedí en el último penal, que lo convenza. (En estos momentos, nos aferramos a quienes más amamos). Agustín fue San Orión. Si el fútbol es la única religión que no tiene ateos, como escribió el escritor uruguayo en cuestión, después de anoche las otras religiones tendrán más devotos. Y nosotros, los fieles perpetuos de La Boca, tuvimos una alegría infinita en nuestro templo. El único. El inamovible, que se movió, que vibró cuando Carrizo metió el último penal.

Estamos vivos. Pese a todo. Pese a las lesiones, a las malas rachas, a los partidos de Copa que últimamente eran un karma. Estamos unidos frente a la adversidad, como en el abrazo de los técnicos con nuestro líder Carlitos.  Con la ilusión que está alimentándose y alimentándonos como pocas veces. Estamos cerca y a la vez lejos. No hay que perder el eje, más allá de los soldados que se cayeron pero recuperaremos. No hay que olvidarse que esto es Boca. Que no hay que salir confiados, pero sí seguros.

No hay que olvidarse, cuando pregunten por uno de los momentos más felices de nuestras vidas, de esta noche. Noche copera, noche bostera, noche que sensibiliza de a montones. Donde “debilita los corazones” muchas veces, pero donde se da el juramento para siempre. De no claudicar. De no retroceder. De aguantar. Mientras el mundo se cae a pedazos, estamos tratando de levantar de nuevo al nuestro. Ese que es azul y oro. Porque quiere y debe brillar. Porque si “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos” es que estamos dando otra vuelta de manija, a este motor que nos mantiene vivos. Porque ayer la psicóloga me preguntó si disfrutaba con Boca. Parece raro. Pero sí.