En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la celebración de la Copa Argentina.

En el viaje de Villa María a Córdoba, no se podía dormir. El vozarrón del de al lado, que contaba vaya uno a saber qué cosa, además del aire acondicionado como si en Córdoba estuviesen habiendo grados tropicales… Pero a pesar de eso no se podía dormir por los colores que se veían en la ruta: azul y amarillo. Pero no eran de Boca, eran de Rosario Central…

Desde ese momento, la ansiedad se sentó con uno. Y la memoria también. Entonces el recuerdo de 18 años en el tiempo se instaló. El sábado 8 de noviembre fue la primera vez que había visto a Boca en una cancha. Fue en Rosario y contra Central. Entonces en las jugadas del destino, uno se aferraba para poder ver campeón a Boca en su provincia, y a días de aquella fecha imborrable, contra el mismo rival de estos días.

Franco, hay una platea, venite ya” fueron las palabras para que el “sí” no tardará en llegar. Y el amigo de cábalas y noches sin dormir por Boca, tampoco. Momentos de mensajes y organizaciones. Como Marcelo, de Mar del Plata que emocionado, no le importaba la lluvia. “Es la primera vez que salgo de Buenos Aires para ver a Boca”. O como Giuliana, que es cordobesa, pero estudia en Rosario. Y hasta unos días previos no tenía planeado viajar. Se entendería después su felicidad, no era apto para la salud estar rodeada de azul y amarillo, pero rosarino.

A la tarde, lo mismo que pasó en 1997. Un policía pide que nos “tapemos lo que sea de Boca”. Federico, el conductor, nos llevaba por el lado de Central. Pasando el puente que conduce al Estadio Kempes, estaban los nuestros. Pero por más que nos tapáramos, éramos evidentes: El micro de Boca pasaba a unos metros, y la alegría se instalaba en nosotros. Hasta se le escapó un bocinazo a Fede, que vive “muy muy lejos” y fue el comprador del pase de la felicidad, para varios.

A medida que los minutos pasan, todo es nervios. Más allá de la fiesta y de la previa con el “Boca ya salió campeón”, las ganas de ganar aumentaban considerablemente. Franco desea: “Ojala hoy sea para bien”. Él siempre acompañó, y nunca lo pudo ver ganador a Boca en la cancha cordobesa. Además, el nombre del estadio, capaz los motivaba más por ser uno de sus máximos ídolos. Encontrar con un amigo en el estadio, cuando todos entran a las corridas, es peor que jugar al “Donde está Wally?”. Pero no con sus colores, sino con los más hermosos de siempre.

Postales de estadio

Al sentarse, nos abstraemos y vemos una imagen que quedará para siempre. Todo el Kempes, azul y amarillo. Todos gritando, cantando, y los de Boca disfrutando de antemano. Y la bandera chica, que fue comprada en los ’90 en el Gigante de Arroyito, se agiganta y anticipa un resultado como aquel. Pero además, la misma ubicación que en ese entonces: “Vamos cerca de La 12” le digo a Franco, y me acuerdo que lo mismo le había dicho a mi viejo. Y que por ese pedido, ese noviembre nos encontró sin golpizas por parte de los “canallas”.

El partido empieza. Recibimientos espectaculares y la gente que vive una final más. El árbitro empieza a demostrar lo que confirmaría con el correr de los minutos y con las jugadas decisivas: es horrible. Son momentos en que las intenciones de no comerse los dedos, hacerse mala sangre, mueren en el intento. Desde nuestra posición cada jugada, es de peligro. No importa si la pelota pasa a varios metros, parece que siempre va al arco y la respiración se corta.

La gente empieza a bailar. Es la “banda de los bosteros, que está bailando de la cabeza”. El partido no da mucho, pero afuera se da todo sin pedir nada a cambio.

Y afuera también están los personajes más lindos. Si en los estadios se encuentran “cada uno”, en Córdoba eso se potencia. La ironía, el humor está a la orden del día… y de la noche. José Alberto, es de La Laguna y se da cuenta, que su hijo Gino y nosotros, por momentos nos dejamos tapar por la desesperación. Entonces saca la primera carcajada para descontracturar: “Muchachos, tranquilos, estoy hablando con los espíritus de Matías Alé y me dicen que vamos a ganar”. Eso, dicho por cualquiera, hasta sería de mal gusto. Pero dicho por uno de bigotes, con sus tiras auriazul en un gorro con La Bombonera, es muy gracioso.

Cuando alguien amaga a sentarse, siempre está el grito para recordarle que esto es Boca, y que se debe cantar. Y cuando el técnico adversario es expulsado, todos se ponen de acuerdo para recordarle de dónde viene, de dónde es…

El segundo tiempo empieza, con el conocimiento de que más adelante están Omar, Matías y Nahuel. Con ellos vimos los cuartos de final de la Copa, en el mismo escenario y salimos victoriosos.

A los diez minutos, la bandera se aprieta más fuerte, y se comparte con el amigo de siempre. No vamos a cometer el mismo error de la otra vez. Nadie filmará el penal –o lo que vio el árbitro-, nadie hará nada que no deba ser hecho… Nadie dejará de gritar con el primer gran festejo de la noche. Franco abraza y levanta como si fuera una bolsa de papas y gritamos y nos palmeamos con todos.

Ya relajados todo es risa. “Dale medio loco, andá al primer palo como el domingo”, le grita José a Fabián Monzón. Y ya canta por el campeonato, porque hay “que ser positivo”. Entonces Gino a los pocos instantes dice: “Van 30 minutos”. Uno lo mira desconfiando, se piensa que está bromeando: “En el primer tiempo después cuando no pasaba nada, me dijo que iban 30’ a los pocos instantes. Ahora, después de tres hora y media de segundo tiempo, dice lo mismo”. Él no tiene la culpa, sino lo que el tiempo hace con nosotros en momentos determinantes. Nunca, jamás, se pondrá de nuestro lado.

Va faltando poco. El de adelante reza, los de atrás cantan, los de nuestra fila nos miramos sin querer decir lo que está pasando y en un momento de adivinanza aseguro que el segundo lo mete Chávez. Lo grito, para que se produzca. Y cuando se produce el segundo gol, grito más, porque en una especie de pelotudismo cósmico me da tranquilidad saber que sabía que iba a pasar eso (ponele).

Entonces sí. El grito atragantado del 2006 y en el mismo lugar, sale con todas las fuerzas. La conmoción llega. La emoción la acompaña. Nos damos cuenta abrazos sinceros y los del fútbol. Nos damos unos de esos que no se acaban. Me acuerdo de las palabras de Federico de salir campeones “en nuestra provincia, en esa cancha, con seres queridos en las tribunas”. Me acuerdo de Giuliana que la pasó mal en la ruta y sus broncas y sus malos tragos, para ahora poder saborear la victoria. Me acuerdo de Marcelo, el corrector, que me corrige y me dice que la frase  cambia: “No es, la vida será más bella con otra estrella, sino con una nueva”. Me acuerdo de que estamos cantando que de “La Boca salió nuevo campeón” y le cambio la letra para cantar “Desde la Docta”.

Me acuerdo, de que me voy a acordar de por vida el festejo de los jugadores cerca nuestro. De Nico Lodeiro, sintiendo la camiseta como si fuese uno del Barrio y no de Uruguay… Y de la bandera que leí, en la tierra en que nací. Esa que flameaba con esos colores gloriosos y que llevaba la frase de lo que es Boca, que tomó forma hace 18 años atrás (y mucho más también) y contra el mismo rival: Lo que hace latir mi corazón.