En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la compra de una entrada.

Eduardo Galeano dice en su libro “El fútbol a sol y a sombra” que en el Estadio “la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno”. Esta maravilla de fragmento habla del partido. Pero debería ser también para la previa. Para el antes, eso que no se muestra más que en fotos, ese lugar donde los miles nos hacemos uno.

En Córdoba pasó eso. Muchos no olvidarán la compra de una entrada para el partido. Muchos recordarán esta noche que no fue una noche más. Que fue como todas las noches que se viven con Boca…

Muchos que pueden contemplar el milagro desde sus casas, fueron al Estadio Mario Alberto Kempes para poder comprar el sábado a la mañana su entrada. Muchos llegaron el jueves por la noche, muchos otros el viernes bien temprano. El playón del Estadio de Córdoba reflejaba de manera cruel el sol que parecía que se filtraba por todos lados para recordar que era el calor.

Reposeras, conservadoras, la camiseta en alto, los ojos con sueño, los sueños de varios… de miles. Esta religión que se llama Boca Juniors, como si fuese el día de San Cayetano reunía días antes a los que iban a peregrinar por su pase a la felicidad. El cuarteto de fondo, el truco y el fernet postales para saber la ubicación. Los cantos a Boca, por Boca, de Boca. Las camisetas de varios años, con todas las estrellas habidas y por haber, pruebas de las glorias de Boca. Aunque debería tener una más grande que las demás, por su gente.

A las 21, el sol ya se había caído. Ese amarillo brillante de la bandera se fue y quedó el azul intenso. Que de a poco se hizo más intenso amenazando con un par de gotas. De golpe a tono con el cielo, los muchachos de azul oscuro con su típica inoperancia en estos lados, no pudieron con tanta gente. Se habían dejado las vallas olvidadas, o nunca se supo bien qué. Unas cintas de “peligro” anunciaban algo y varios de los últimos comenzaron a correr para usurpar lugares. Las corridas se multiplicaron y todos se lanzaron a la carrera desesperada por un lugar. Resultado: miles en pocos metros, apretados, empujados… parados, por 12 horas.

A las 21.30 ella hizo su entrada triunfal. Ella es la lluvia. Que como si tuviese que marcar tarjeta a cada hora y media, y hasta las seis se presentó con fuerza. Todos juntos bajo los paraguas, los mantos, un tipo de San Francisco que compartió su toldo con unos pibes que ni en su vida se volverán a cruzar. En esas horas Boca los unió como nunca nada lo hará.

Entonces desde ahí  es la importancia de esta nota. La gente de Boca. Nosotros. Que en noches como las del viernes pagamos en cuotas nuestro crédito de hinchas. Haciendo lo que tiene que hacer un hincha. Bajo el chaparrón cantando y riendo. Los pies con un peso que va contra todo el cuerpo. El viento para que la crueldad aumente. Y el frío que se empieza a calar en los huesos. Hondo, profundo, duro, intenso, sincero.

Un hincha de otro equipo me dijo entresemana que somos hincha de las estadísticas. A él le pude decir “24 horas sin dormir, 12 sin comer y con la lluvia. 9 horas con los pies metidos en un charco. Cayeron 28,5 milímetros en toda la noche y los compartí con 2.500 personas. El espacio donde me moví era de 50 cm X 50 cm. Todo eso por 2 entradas… Esas son las estadísticas para los bosteros”.

Pasado por agua, leí un mensaje de una amiga que me decía que la lluvia es la felicidad en estado líquido. Ella sin saber que yo estaba en la fila me dio a entender lo que es Boca. Esa felicidad eterna, perpetua sincera. Ese amor que no entiende de razonamientos. Con las cosas que no se hace por nada ni nadie. El cansancio golpea, duro. Amaga con hacer cerrar los ojos, pero las cosas que gustan no cansan. Y menos a las que se ama.

Entonces uno se ve saltando. Mojando. Mojado. Cantando, gritando, agradeciendo a la lluvia esa felicidad bostera. Esa cosa indefinible de pensar si me enfermo, me enfermo por Boca. Porque no hay mejor enfermedad, que la que no tiene cura. Y Boca es eso.

Escribiría Octavio Paz:

La lluvia despierta, hay que dormir con los ojos abiertos, (…) hay que soñar en voz alta, hay que cantar, hasta que el canto heche raíces, tronco, ramas, hay que desenterrar la palabra perdida, recordar que dicen sangre, la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida.

Y todo eso es Boca.