En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la consagración en el Nacional 1976.

Pocas cosas en mi vida me generaron tanta disyuntiva como el año 1976. Un año pésimo, el peor en la historia Argentina. No hace falta que me explaye demasiado sobre este tema. Es obvio que de haber sido joven en aquellos tiempos, no hubiese contado la historia, o la hubiese pasado mal. Pocas cosas como ese año me generan un dilema en mi vida. Porque por un lado no me hubiese gustado para nada vivirlo, pero por otro si. El sí, es por haber estado para luchar, para gritar… Y para ver a Boca. En una nota anterior “1969” decía que me hubiese encantado vivir la época del Boca dando la vuelta en cancha de River. Esta nota tiene algo de eso…

En aquel año, el fútbol iba a ser testigo de varios hechos inolvidables. Como el debut de Diego Armando Maradona. El 20 de octubre, un poco más de dos meses antes de la final, el mejor de todos debutaba y ya era sensación.
Realmente me hubiese gustado estar ese 22 de diciembre en la cancha de Racing. Me pongo a imaginar y los recuerdos de las fotos en blanco y negro se me vienen. Casi no hay fotos en color, salvo alguna de Gatti, o el video de él llorando y gritando por Boca. Encima la transmisión no repitió el gol y nunca más se pudo conseguir imágenes de aquel gol.

Es increíble que en una fracción de segundo la historia te haga un guiño o te de la espalada. Sólo eso. Un instante para perpetuarse en lo que queda de la existencia. Eso es lo que le pasó a ese equipo de Boca: Gatti, Pernía, Sá, Mouzo, Tarantini, Veglio, Suñé, Ribolzi, Mastrángelo, Taverna y Felman que eran comandados por el gran Lorenzo. Justamente el “Toto”, había sabido llamar la atención en los días previos con el tobillo de Mastrángelo. Heber tenía un dolor incalculable en el tobillo y un día antes de la final el técnico lo mandó al consultorio frente a todos los periodistas. Delante de ellos le gritaba al doctor: “Véndele el tobillo izquierdo a Mastrángelo”. Al terminar esa secuencia el mismo Heber le dijo a Lorenzo: “Maestro, yo no me puedo ni mover y el tobillo que me duele es el derecho”, a lo que le respondió: “Vos jugás igual y te hice vendar el sano delante de la prensa, así Passarella te pega en ese y no en el lesionado”. Ya en el día de la final, le aseguraba que si jugaba él Passarella se iba a preocupar por él, más allá de que la marca era de otro jugador. Un técnico que tenía pensado todo de antemano. Un genio ese técnico.
Justamente Passarella formaba parte de un equipazo que tenían los primos con nombres como Perfumo, J. J. Lopez, “Mostaza” Merlo, Leopoldo Luque, Mas, y el Fillol comandados por Ángel Labruna. Pero más allá de nombres y de figuras, la historia, esa que da el guiño o la espalda puso las cosas en su lugar.

La cancha vibraba y hasta al árbitro Ithurralde sentía que se movía todo, y Mastrángelo tenía miedo de que se viniera todo abajo. Y se vino nomás, pero no literalmente. Pasa que luego de un primer tiempo con protagonismos compartidos, donde se “respetaban demasiado – se temían-” como señala Caparrós en su libro Boquita, a los 27 minutos del segundo tiempo, la historia, la mística, la paternidad, la victoria pusieron las cosas en su lugar. En una de las tantas reseñas de ese día se lee: “La jugada vino de atrás. Taverna esquivó adversarios. Cruzó en diagonal hacia la izquierda. Mastrángelo se lanó en carrera esperando la devolución. Zanabria la pidió. Juanchi siguió y chocó con Passarella. Fue foul. Cerca del área, posición de número 10. Veglio era el dueño de las pelotas paradas para ese sector”. Pero nadie sabía que en el sorteo preliminar hecho con los capitanes en el vestuario del árbitro –para que entraran pensando sólo en el partido- Perfumo le había dicho al árbitro que ellos ejecutarían rápido las infracciones. Suñé le respondió que no tenía problemas y la vida, el destino o -si quieren que continúe- la historia, quiso que Boca gane por una jugada pedida por ellos. Así fue como Rubén “Chapa” Suñé entró en la historia grande, del más grande. Acomodó la pelota y le dio nomás, previo aviso al árbitro de que ponía la pelota y pateaba y ante la afirmativa del hombre de negro pateó.

Muchas veces me puse a pensar si yo hubiese estado ese día como lo podría haber vivido. Hubiese estado junto a los de Boca que estaban en las gradas de arriba mientras que ellos, como siempre, abajo. Se me vienen a la cabeza las declaraciones de Suñé cada vez que le preguntan de este gol. De cómo se paró, como le entró y demás. Una acumulación de fotos me inundan. Como la del Loco Gatti que se tira inmejorablemente para sacarle una pelota a López y que al caer se decía “Grande, Hugo, pareces un arquero”. Una a una llegan. La de Fillol tapado por el palo pero se ve la pelota entranddo, la de la pelota entrando en blanco y negro. Este es uno de los hechos que en mi vida de bostero me dieron y me dan más orgullo, porque sin haber estado cada vez que lo pienso estoy.
La imaginación me permite pensar miles de festejos y emociones. Y saber que sería el sueño por excelencia, porque ellos están en otra categoría, pero ganarles otra final sería de lo mejor. Para demostrar como lo hizo Suñé quien es el más grande, para correr a lo loco como hizo el “Chapa” si que nadie lo pudiera agarrar. Porque seguro que ese día se inventó el canto de que se acerca Nochebuena, ya se acerca Navidad. A dos días de esa Navidad, el mejor regalo lo dio Boca. Como de costumbre. Con la vuelta azul y oro y las lágrimas de los jugadores.

Entonces al final llegó la fiesta para el alma, el mejor sonido para los oídos, alegría en el cuerpo, felicidad en los ojos. El grito de Boca Campeón, frente al rival de siempre, es mucho y era mucho. En ese año de mierda, por la historia, la picardía, por Boca, la felicidad futbolera fue para la mitad más uno.

Pocas cosas me generaban tanto dilema como el año 1976. Escribo “generaban” porque me hubiese gustado vivirlo, para pelear y para festejar ese 22 de diciembre…