En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el Boca de los mellizos.

Olvidarse del contexto por Boca, no siempre queda bien. Más cuando se está en casa ajena y en otro país, que no es ajeno. Luego de caminar las calles donde caminó Alfredo Zitarrosa, en el día de su natalicio N°80, después de visitar el Bar Brasilero, un lugar donde Eduardo Galeano y Mario Benedetti habrán mirado la realidad de manera literaria, el cumpleaños de una amiga era la excusa para seguir sacando a pasear al uruguayo que se tiene dentro. Federico, Manya él, se sorprendía que conociera a una amiga Bolso y que fuera a su casa. El mundo, a veces es chico.

Ya en la casa en la calle San Martín, un partido de Copa tenía otro gusto y más frente a Bolivar. Era una cuestión de Libertadores de América. El buen papel del inicio, se desdibujaba a medida que se acercaba la hora del partido y más cuando pedían que como buen cordobés hiciera fernet. “Dale cordobés, cómo gusta cuando hablan con el cantito”.

Cuando pensaba que era la soledad la única compañera frente al televisor –además por ser el único argento- unas palabras mágicas cambiaron todo: “Lo más grande del mundo es Boca… ¡Vamos!”. Eso, acompañado de “Bo” puede ser raro, pero no viniendo de Juan Manuel. Uruguayo, jugador de Club Universitario, hincha de Peñarol, que jugó en Nacional… Cuando el no entender se apropiaba del momento, la aclaración: “Sí, soy uruguayo. Pero soy bostero. No me preguntes porque, pero siempre desde chico me pasó esto. Soy de Boca…”. Una nueva amistad, una nueva hermandad comenzaba del otro lado del Río ancho.

El partido frente a Bolívar, no traía buenas noticias y menos un tío que muy cómodo en el sillón, se mofaba de la desgracia ajena. Los primeros instantes la disimulación podía ser posible, entre la jarra de bebida, la comida, las preguntas sobre Córdoba, el ir y volver, el reírse con la familia. Pero desde los 20’ del segundo tiempo, ya no se pudo hacer más nada. Los nervios ganaron la partida y Juanma, con su mirada de jugador virtuoso y ansioso analizaba cada jugada, acompañando las muecas de desagrado tan solo con la mirada. Hay ciertas veces que no hace falta decir más nada.

A los 45’ del segundo tiempo, cuando solo en ese espacio estábamos nosotros dos, cuando ya no importaba que nos miraran pegándole al cielo e insultando al aire, el tiro libre nos detuvo. Nos hizo parar, presentíamos que podía pasar algo. Entonces la pelota que no dobla, que va directo, que sale con fuerza, que entra, que… ¡GOL, GOL LA RE PUTA MADRE! El ir hacia adelante como si estuviésemos en la popular, el abrazarse como si nos conociéramos de toda la vida. la risa cómplice, el temblor del cuerpo, el latido exaltado, el final del partido y el comienzo de una noche que traía una tranquilidad necesaria, como la forma de ser de los hermanos uruguayos. Como la forma de hablar de Juanma, que decía con toda la ilusión a cuestas y la seguridad en su palabra: “Quiero conocer La Bombonera, eso debe ser tremendo”. Para luego afirmar, como si hubiese nacido a la vuelta de la cancha: “Me encantaría jugar en Boca. Es desde siempre el sueño de mi vida”.

Llenos de magia

“Dale boludo, yo te presto guita. ¿Cómo vas a estar en Buenos Aires y no vas a ir a ver a Boca?”, era la rotunda afirmación, invitación, forma de retar, de preguntar que tuvo Marcelo. Él, recién llegado de Mar del Plata, mandaba audios de bosteros y bosteras cantando. Sabiendo, como si fuese mi hermano, cuales son las debilidades de esta vida.

Buenos Aires, tiene ese no sé qué, todos lo sabemos. Pero más cuando los lugares de siempre, se caminan de noche, uno se guía por intuición o porque alguna vez ha pasado por allí. Luego de sentarse solo en La Bombonera y emocionarse por semejante obra, semejante templo, a los días eso pasaría nuevamente, pero con la histeria típica de un partido, y los nervios típicos de más de una hora de viaje.

“Te dejo en Avenida Brasil” dice el chofer, casi riéndose de saber que la corrida que uno se haría iba a ser cuasi maratónica. Y que al llegar a Pinzón, Marcelo, en una coordinación de atleta, como si estuviésemos corriendo en los JJ. OO. de Río de Janeiro, los 400 metros con posta, te saluda, te abraza, te putea, te da la plata, te da indicaciones… Sin perder el ritmo de la corrida.

Ya adentro, la primera bandeja notaba que la Unión hace la fuerza y que, como viene pasando, el partido no sería nada sencillo. Marcelo perdido en la hinchada, uno alentando desde abajo y buscando nuevos cómplices de análisis del partido.

Nervios, calor, escalofrío en el gol rojo y blanco de los santafesinos, emoción en el canto de los miles para levantar al equipo. La cancha es esa caja de resonancia, que un lunes a la noche puede sonar más fuerte que un domingo a la tarde. Entonces el hablar con Tomás es la palabra que se necesitaba. El “no estamos jugando bien”, el “para ser campeón hoy hay que ganar” el “GOL… GOL”, el mirarse y golpearse, estar en la avalancha, el no saber si le pegó ahí o tiró centro, el desahogo, el… El abrazo con Franco que estaba en el otro lado, que te mira y no dice nada y a la vez todo.

El aliento incesante parecía que no tendría efecto. Se maldice la mala suerte, la noche parece que no va a regalar emociones y más un lunes. ¿Quién carajo te emociona un lunes a la noche? Si hasta la parca, no tiene ganas de nada… Pero Boca, siempre está. Boquita siempre está a la orden del día y de los sentimientos. Entonces en el último minuto, otro tiro libre, como unos días atrás. La gente se para diferente, la bandeja empieza a presentir que puede ser, la pelota que se eleva, que se juega al costado, que se patea, que rebota y que nadie entiende nada y todos entienden el griterío, ese rugido que conmueve hasta al europeo más ajeno a todo, que saca fotos dos escalones abajo. La boca llena de gol, La Boca con goles llena de emociones y el “GOL” que se mantiene, que se alarga, que no se termina (que no se termine), el abrazo del alma con Tomás, como si fuese de toda la vida, o con Franco que ya usa busca con la mirada, para dar a entender que no hace falta ponerse a entender ciertas cosas.

Boca es así. Todos conectados sin pensar en ningún tipo de barreras. Sea en Uruguay, o en La Boca, todos hermanados con la azul y oro. Todos conectados de una forma especial, más allá del cuerpo para “que se den cuenta que estamos cerca”. Que estamos llenos de magia azul y oro… Allá, acá, en la segunda bandeja, en la primera, en cualquier parte del mundo en que se grite al cielo a Boca, y con el que esté al lado que “nosotros alentamos, pongan huevo’ que ganamos”.