En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, cómo se vive la previa de los tres superclásicos.
Pocas veces en la vida se gritó tanto un gol contra Lanús, como se hizo con el de Lodeiro. Tal vez el segundo y último de Serna con la camiseta de Boca en el 2000, pero ni siquiera. Y no fue por una jugada maravillosa o un gol antológico, sino un desahogo tremendo en un gol de penal en tiempo añadido. Era cruzar el umbral para enemistarse con el tiempo… Estamos en estas semanas donde todo lo que enamora, desespera. Se percibe, se siente, se ríe, se preocupa. Se molesta, se malhumora, se quiere olvidar. Días en donde la religión futbol que –como escribió Eduardo Galeano- no tiene ateos, le suma considerablemente fieles a las otras religiones. Porque no hay ningún tipo de dios al que no se le haya rezado en estos días. Porque que Boca salga victorioso en esta seguidilla de superclásicos, resulta ser hasta más vital  que la vida misma. Lo que no es vital es el estar. Es la espera. Esa maldita y miserable espera, que nos pone en aprietos ideológicos para definirnos qué queremos. Si salimos victoriosos que no pase más cada segundo y si la suerte es esquiva que se vaya ese tiempo, para no más volver. Lo mismo que en los 90’. Esa muerte chica que es la angustia, esa preocupación, esa intriga eterna de cómo carajo pasa lo que pasa. Que cuando la contra mete un gol, el reloj avanza y no hay fuerza mística que lo pare. Pero si los goleadores son los nuestros, en ese momento hay una especie de big bang. Una explosión donde todo se detiene, en el televisor el tiempo es en cámara lenta, el partido pasa más despacio que una repetición. Y el corazón… el corazón necesita más salud de la normal. Porque no empezó nada aún, pero ya la salud se machaca. Como nunca el segundero del reloj retumba en la cabeza. Se prende la luz y de golpe son las dos y media de la mañana, se calcula y se queda tranquilo porque hay tiempo para dormir. Pero no, y en un abrir y cerrar de ojos está amaneciendo. Y la noche pasó rápida, y el partido en la mente paso lento. Porque en la almohada se piensan tantas cosas, y en los sueños se experimentan tantas  incidencias en el verde césped, que a ningún guionista de cine le saldría mejor. Estas semanas fueron, y estos días que quedan son, lo que los médicos nunca nos van a recetar. Lo que no está correcto en la formalidad ni bien visto por el resto de los mortales. Hasta parece que se dan cuenta cuando salís, y te miran como diciendo: “Miralo a este, que no duerme por un partidito”. Pero no es un juego más. No es un simple clásico. Son tres en diez días. Para la historia de la humanidad no es nada. Son solo 270 minutos de toda la existencia. Pero para varios, esos minutos pueden cambiar el curso de la historia. De las cosas que se han vivido, y de lo que queda por vivir. No es un cruce más, y por eso no se puede estar ajeno, aunque quisiéramos. Porque se respira, se impregna. Es como la canilla que gotea. Sabemos que no vamos a poder descansar, pero igual nos acostamos. Entonces cada caída líquida perturba, es un taladro que repica y es el insomnio de tantas noches. Aunque estos partidos son el insomnio durante el día, porque por más que no queramos pensarlo, nos conocemos; porque entendemos que somos unos estúpidos que preferimos ganar antes que la paz mundial, entonces nos va a perseguir por donde caminemos. Tapas de diarios, el flash informativo de la radio que a cada hora vendrá a decirnos que llueve o no, pero también que los técnicos dijeron tal o cual cosa. La televisión será un bombardero de notas de color, estadísticas, partidos claves y analizaran si tal o cual árbitro es el mejor o no para dirigirlos. Entonces subimos al colectivo pensando que la gente no hablará del tema, y puede que pase, pero en la parada siguiente, uno de Boca. Uno de los nuestros que nos sacará una sonrisa y volverá a traernos esto que va a pasar. O puede ser de los otros, entonces transpiramos bosteridad y se da cuenta. Y nos mira, y tiene una sonrisa socarrona por lo que pasó en el último cruce, y… ¡BASTA! Entonces queremos escaparnos, bajamos antes de lo debido, total caminar hace bien dicen los especialistas, por más que se camina perdido. O mejor dicho distraído, con una sola meta: el éxito azul y oro. En los momentos de soledad nos reconocemos un poco más viejos. Tratamos de no mirar nada, pero el oído se afina y de golpe el vecino habla del partido. Queremos cerrar la ventana, pero es al vicio. Sabemos que de alguna u otra manera se va a filtrar. Que se va a escurrir para llegarnos y que sepamos que es inevitable. Que se vienen momentos cruciales. Y que de eso también hay que festejar. Otra cosa que nos dice que estamos más grandes: el saber disfrutar pase lo que pase. Porque uno, las veces que se perdió, no renegó de lo sentido. No quiso ser de otra parcialidad. No se escondió detrás del manto de los silencios. Sino que agradeció sentir. La tristeza más sincera y honda, pero sentir. Pero no es momento de pensar en eso. Invaden la emoción, la ansiedad, el recuerdo. Intercalamos videos de música, con partidos memorables. Vamos a los libros para saber cómo salió el Boca-River del ’45, palpitamos la fiesta del futbol mundial, que gracias a las fechas se verá dos veces en el mejor escenario. Los Bosteros de la Docta ya van poniendo las banderas y los bombos, queremos llegar al domingo y que la alegría nos acompañe luego del  partido. El corazón, late más fuerte. No es algo trillado, sino realista. Tan cierto como los dedos que no tienen más uñas. Como las camisetas que están debidamente acomodadas para ser usadas, las cábalas preparadas, las promesas que empiezan a decirse. Ya se deja de tener oficios que no sabemos: analistas de elecciones, entendedores de cartas de Tarot, contadores de números sin vida, repartidores de pócimas, buscadores de cuadros, vendedores de momentos. Volvemos a hacer lo que mejor nos sale y es amar a Boca. Alentando a los nuestros, pase lo que pase, sea como sea. Rogando que la historia sea nuevamente bostera. Cantando dejando el alma, deseadores de un momento épico, de un instante inolvidable de vida. Porque en definitiva lo que estamos esperando es vivir sin más. Y en eso Boca tiene mucho que ver.]]>