Gustavo Efraín Navone. Pintor. Graduado de arquitecto en 1989 pinta desde 1990. Es un referente del arte contemporáneo actual, en la línea de los pintores boquenses como Quinquela Martín, Pérez Celis y Rómulo Maccio. Desde 1993 se lo reconoce popularmente como “El pintor de la Bombonera” al ganar la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires en Arte x Arquitectos I. Entre 1994 y 1999 trabajó con Pérez Celis en los murales de la Universidad de Morón y  de la Bombonera…

La primera vez que vi a Gustavo fue en la Expo Boca, en noviembre de 2016. Siempre supe que había conocido a alguien realmente importante, pero nunca había ahondado lo necesario. Esta charla, que nos la debíamos desde entonces, llega en el momento justo. En los 80 años de La Bombonera, “un año muy significativo”.

Paleta en mano y boina, como si fuese un director de cine antiguo, corbatas multicolores y siempre, pero siempre algo azul y amarillo. A veces parece que las pinturas de Gustavo son un reflejo de él, porque no sólo La Bombonera es un reflejo de todos y todas. Si no que su vida, cruzada de punta a punta por Boca, acompaña cada pincelada.

Nacido en Luján y ciudadano de General Rodríguez, Gustavo es el que mejor dibuja y pinta la casa de todo el mundo azul y oro, enclavado en La Boca. Con él hablamos, en una charla que podría haber durado días…

Puntitos naranjas

La charla con Gustavo va por varios lados, pero siempre con un hilo conductor: su vedette en la pintura, situada en Brandsen 805. La misma que lo unió siempre a su padre, quien tiene mucho que ver en todo lo que van a leer a continuación. Porque fue él quien lo unió a la cancha, heredándole su amor por el Club: “Los regalos que me hacía mi papá son los primeros recuerdos con Boca. Como la primera camiseta con la que jugaba de chico y la primera vez que fui a la cancha, en un partido que ganó el equipo y el primer gol lo metió mi ídolo: Rojitas”.

Entonces la primera fascinación y más en la mente de un pibe: “Desde niño La Bombonera me pareció increíble. Sentir que te caes desde la tercera bandeja y no. Pero me acuerdo del primer golpe visual que tuve cuando entré: eran unos puntitos anaranjados por todos lados”. Esos puntitos naranjas eran los miles de personas que había en épocas “donde no iban con banderas, donde “todo era una alfombra”. Lo segundo que le impactó fue el antiguo mástil, que fue tirado cuando se hicieron los palcos nuevos en 1996. Algo infaltable en sus dibujos “bombonerísticos”.

Luego de eso, y por la separación de sus padres, lo que podría haber sido el puntapie de su fascinación con el templo: “En mi niñez, mi padre me mandaba cartas. Junto a ellas iban revistas Goles, El Gráfico y Así es Boca. Esta tenía un color sepia que no me gustaba, pero sí todas sus imágenes de la cancha”.

Ya siendo arquitecto, y después de ausentarse un tiempo de la cancha, participó en 1993 de la 1ª Bienal Internacional de Arquitectura de Bs. As., en el Concurso de Dibujos de Arquitectos Iberoamericanos: “En una madrugada hice unos edificios y de golpe deseché ese dibujo y me propuse dibujar algo que tenía muy adentro. Esa fue la primera vez que dibujé La Bombonera. Lo que plasmó fue el primer día de cancha de la mano de su padre, que ya no estaba. La tituló “La Bombonera después de Nuco”.

La cima

“Después de ganar la Bienal conocí a Pérez Celis, quien me relacionó con Boca y logró que se me abrieran las puertas del Club. Con él empecé a colaborar con los murales de la Universidad de Morón y empezamos a diseñar y colaborar con el armado fino del desarrollo de los murales de Boca”, cuenta Navone y va aumentando en emoción. Es que codearse con el gran artista le trajo su gran momento como pintor. “Un día fui solo a tomar una medida del muro. Me subí al andamio y me di cuenta de que de alguna manera iba a dejar una modesta huella en el Estadio. Eso fue como subir al Aconcagua. Eran cinco metros, pero estaba en la cima de algo. Saqué un fibrón y sobre el hormigón que iba a contener los murales, hice mi dibujo de La Bombonera”, dice la persona que cuando cerró con Pérez Célis lo de los muros “se paró una madrugada a las tres de la mañana y abrazado a una columna de la cancha se largó a llorar.

Los murales de los que habla son en los que ayudó al mencionado artista y a Rómulo Maccio, cuando se llevó a cabo una remodelación del Barrio. Eso ayudó a la fama de Gustavo, quien la culminó con un documental que filmara de su vida y obra Jorge Coscia, cuya entrevista se hizo en el campo de juego. “Me filmó en el campo de juego pintando la cancha. Ahí fue como pisar la luna”. Pero tuvo una vuelta abrupta a la tierra y fue cuando su muestra se presentó en el hall de entrada del Club: “Un momento enorme y un antes y un después de mi vida. Después de esa muestra empezó una nueva etapa. Si bien mi dibujo tenía una carga emocional y una relación con mi padre, todos sentían algo similar. Ahí me di cuenta de que algo que era como un recuerdo, o algo personal, empezaba a tener una vida propia. Ya no es un dibujo, es algo más, un personaje, donde se reflejan todos”.

En el nombre de Quinquela

Si hubo un Pérez Célis fue porque antes hubo un Quinquela Martín. Sin él, mucho de La Boca no podría explicarse y mucho menos verse. Por eso el respeto de Gustavo Efraín, quien considera la obra de Benito “inmortal”. Pero además lleva al caballete lo que se reconoce desde las bandejas de la cancha y es que “en el mejor momento de su carrera, y lo aclamaban en Europa y le ofrecían quedarse allí, él volvió a su barrio”. Pero Navone va más allá: “Le puso alma a un barrio que no la tenía. Es el gran constructor del barrio y que le dio identidad”. Dice quien asegura lo que todo el mundo sospecha y que “quien pinta algo relacionado con La Boca, en cada pincelada le agradece”.

Quinquela Martín tiene un “link” con Boca y es que, desde su atelier, ha visto crecer el hormigón joven de la cancha. En 1941 donó un gran mural que representa el ingreso del barco sueco a La Boca, con nuestros colores -dice nuestro pintor- quien sabe que estadio y Club están relacionados a quien dibujaba con carbón.

Pero no solamente la figura del pintor del puerto es lo que lo emociona. Quinquela siempre aparece en la charla, pero ahora como museo. Y su director, Víctor Fernández, es quien dijo lo más importante del artista plástico y arquitecto Navone. Dicho director habló de que el trabajo de Gustavo es un aporte al arte argentino, específicamente La Bombonera como un tema: institucionalizar algo que siempre estuvo, pero nunca se le dio el carácter de objeto icónico de arte.

La Santísima Trinidad del templo

En el trabajo de Gustavo existe una trilogía: aporte personal (con vivencias y recuerdos); relación con el Barrio (en relación con grandes artistas de La Boca y la cuestión cultural con unión indestructible con el estadio y club); y el fútbol en sí. Primero con etapas más sentimentales y ahora más relacionado al icono bostero.

De este modo fue construyendo “un símbolo oculto o no considerado del barrio y del Club como fue el estadio”. Siempre dibujándolo desde el mismo ángulo y enfoque, pero siempre diferente. “Es como cuando uno va a la cancha, que siempre es lo mismo… pero diferente”, sentencia. Y lo compara a lo que pasa cada domingo: “Eso de no saber qué va a pasar en un partido… cuando pinto me pasa lo mismo”.

Un rayo de belleza

Alguien que explica tan fácilmente algo complejo, puede darse el lujo de envalentonarse y decir tanto sobre nuestro estadio desde la construcción. Será una constante traspasar la frontera de artista plástico a arquitecto, sin darse cuenta para explicar algo que conoce y muy bien: “La Bombonera tiene características arquitectónicas y de ingeniería estructural, únicas en el mundo. ¡Tiene 80 años! Hay que referenciar el concepto, el impacto cultural que fue primero hacerlo íntegramente de cemento. Todo de cemento, desde las tribunas bajas y esa torre que se erigía y se veía desde lo alto como un fuerte inexpugnable”.

Y no frena y te va llevando, en estos días de aislamiento, a ese lugar que todo el mundo quiere llegarse y abrazarse: “Incomodidad en su terreno y muchas limitaciones por donde se la mire. Pero generaron un objeto único. No es un estadio. Es un objeto que vive, que respira. La Bombonera mira hacia el río. El sol entra a la cancha… Es una casa literalmente”. Y nuestra casa tiene tanta “singularidad en su forma” que desde las fotos en blanco y negro se distinguía de doscientos estadios. “Es única. Su defecto es su carácter, es su elemento distintivo. Los palcos hacen un corte sutil y abrupto que es maravilloso. Eso significa la nobleza del diseño”.

Pero Gustavo, quien quiso ser cineasta para contar historias, tiene una de las mejores para contar lo que es nuestro estadio. “Así como Cortázar habla de la belleza, de la inspiración, como un rayo en el medio del patio en el medio de la siesta.  Algo único, mágico. Bueno, La Bombonera es eso: un rayo en la siesta de La Boca.”

Los aportes de La Bombonera

Gustavo habla y de fondo suena música clásica. Lo largo de las respuestas es lo que más se disfruta, porque uno va metiéndose en lo que dice, como en lo que ve en sus cuadros. Entonces agarra las palabras y las va dejando, como si manejase su pincel, pero acompañado de historia y de arquitectura: “Cuando se creó fue una fiesta para el barrio, los hinchas y los futbolistas. Pero hinchas de todo el país también.  La Bombonera hizo un gran aporte al barrio, lo mejoró, la gente se sentía orgullosa de pertenecer allí. La Bombonera hizo su aporte urbano, no destruyó la ciudad, las calles y las manzanas… Construyó”.

Y se mete en el tema de los últimos años sobre la ampliación del estadio. “Ahí está el tema. Si la normativa es avanzar sobre la ciudad, demoler, complicar sobre los vecinos de la otra cuadra se hará si es lo que se tiene que hacer. Pero eso no es más La Bombonera. Será el nuevo estadio, con otro nombre. La Bombonera es la curva y la recta. El amague hacia un lado y hacia otro como hacían Maradona o Riquelme”.

La charla sigue con anécdotas de cuando Guillermo Barros Schelotto frotó una Bombonera de aluminio que llevaba, cuando se lo cruzó, y que Martín Palermo no quiso hacerlo por supersticioso. La charla sigue con el deseo de lograr que el Club incluya un mural en el que trabaja desde hace años, que cuenta la historia del Alberto J. Armando: “Debería dejar algo de una escala tan grande en el Club. Es una deuda que tengo y que Boca tiene con el símbolo de la cancha”.

La charla puede durar horas, días, meses. Algo así como los cuadros del “Pintor de la Bombonera”, quien sabe que “el arte boquense necesita un impasse, madurar”, pero que “en líneas generales ha realizado un aporte al arte de La Boca, de Boca Juniors y por ende al arte argentino”. Eso se resume a orgullo y responsabilidad.

Él es Gustavo Navone. Quien de chico para dormir pensaba en La Bombonera. Y después fue pintando ese lugar que nos quita el sueño. Su refugio de chico y nuestro lugar en el mundo. Quien quiso ser director de cine para contar historias, pero que cuenta mucho más en cada pintura. Gustavo es tan importante, no sólo por ser el “Pintor de la Bombonera”, de ese rayo que despertó en medio de la siesta boquense, sino porque cuando la pinta a ella nos pinta a quienes llevamos la sangre azul y oro.