En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el recuerdo por la primera camiseta y algo más…

Hace 20 años, yo cumplía 9.

Siempre los regalos habían sido escasos –el cumplir en vacaciones de julio, en época escolar debería ser prohibido-.

Ya eran años de amor fuerte, intensificado, apasionados para con Boca. Mi viejo lo sabía y lo vivía. Hasta le preocupaba, porque era perjudicial para la salud. Lo mismo sentía mi vieja.

No recuerdo cuanto lo pedí, cuánto insistí. Pero lo cumplieron. El segundo regalo de la jornada fue la primera camiseta de Boca, que tuve en mi vida. Ese 16 de julio, en especial con mi viejo, sin saberlo nos dábamos un juramento tácito de siempre estar el uno con el otro. En las buenas y en las malas. Algo que se graficó siempre, en la relación que nos une con Boca.

Volvieron a las 20 hs y me hicieron abrir una bolsa. Eran épocas de líneas blancas en la franja amarilla, cuando Maradona decía, que nos pareceríamos a un equipo de fútbol americano, porque no era del club la camiseta sino “del Michigan”. Tiempos en que no me importaba si la tela era o no original.

El escudo no tenía las iniciales sino el año de fundación y las estrellas no eran las que debían ser, pero eran las que entraban bien en mi pecho. El “teamfoot” en el lugar de la pipeta, para mí era lo mejor del mundo. Esos trazos de tela, eran la felicidad imborrable en el rostro. Como siempre.

Me acuerdo que hacía frío, pero no importó. Salí corriendo a mostrarles a los vecinos lo que tenía en el cuerpo. “Abrigate nene” decían, pero por dentro deben de haber pensado: “Qué pesado”. Como siempre.

Así llegué pateando pelotas imaginarias hasta la carnicería, para que Darío me saludara y me festejara. Esa fue una constante por muchos años. El correr pateando supuestos penales, asistir a Palermo, o marcar por los pases de Román. Hasta que aparecía “Don Marín” y volvía a la realidad con un: “Hola nene”. Disimular ese momento “vergonzoso” era lo más feo. Tal vez ellos pensaban que tenía amigos imaginarios. No sé…

La última parada fue en la casa de Mabel. La tía, que siempre daba guiños en la vida, además de regalos en este día. Ella estaba feliz como yo. Aplaudía y gritaba: “Boca, Boca!”. Esa noche, me costó dormir, Boca, por intermedio de mis padres, me había hecho feliz. Como siempre.

El último pucho

Hace 20 años, yo cumplía 9.

Siempre los regalos habían sido materiales. Sleeps en cajas que simulaban una Traffic, perfumes Paco –de esos que todos nos regalábamos-, “guantes mágicos”, con dedos multicolores y alguna que otra cosa.

Eran años de primeras rebeldías frente a mi padre. La primera fue la más militada. La que llevó cuestiones estratégicas. Tenía a mi vieja y mi hermana de mi lado, porque el tema les preocupaba. Es que era perjudicial para la salud. Si bien mi viejo lo sabía, no hacía nada para dejar de fumar hasta dos atados de cigarrillos por día. Sí. Dos atados por día. De los Parliament, clásicos.

Sin la camiseta, iba corriendo a buscar esos atados, también pateando al aire. Pero era para olvidarme de que estaba enojado por hacerlo. Ya sea en lo de Zunta o en la estación de servicio.

Fueron en vano los intentos de quemarles los “puchos”, mojárselos, romperlos y tirarlos, esconderlos… El enojo de su parte, era muy eficaz para no volver a hacerlo.

Mabel, de quien les hablé, en ese entonces tenía una tienda de ropa en su garaje. Yo nunca supe si fue casualidad o causalidad, que un sábado le diera a mi vieja una remera –para chicos, eso fue lo raro- en contra del fumar. Era una remera celeste, con un NO gigante. La “O” era un cartel de prohibido fumar. No recuerdo si en castellano o inglés. Pero fue justo para que mi viejo empezara a pensar. No había un día que no la usara.

En una cena, en la tele pasaron un comercial. En el mismo hablaban de los efectos del tabaco en los pulmones, que ahí eran de vidrio. Al final del mismo explotaban. “¿Ves? Así te va a pasar a vos”, le dije. Antes de darle un beso e ir a dormir.

Hace 20 años  pasó lo que tanto había pedido. Lo recuerdo como si fuese hoy, porque lo cumplió. El primer regalo de esa jornada, fue el último cigarrillo que fumó mi viejo. “Dejame fumar el último, despedirme y te prometo nunca más fumar”. Ese 16 de julio, en especial con mi viejo, sin saberlo nos dábamos un juramento tácito, de siempre cumplir con lo que se promete a los hijos. No importa lo que cueste, pero por lo menos intentarlo.

Esa camiseta fue la que me firmaron todos los jugadores en 1999, gracias a las gestión de mi viejo. Esa camiseta fue la más importante de mi vida… Como siempre. Porque ese día, fue la felicidad de la familia por mi cara, pero también por el cuerpo de Rubén. Un guiño a la vida, además del regalo, que siempre rescataré el resto de mis días.

Cada vez que me acuerdo de eso, me cuesta dormir. Mi viejo, me había hecho feliz. En una “zona de promesas” donde al final hubo recompensa.

Con él y mi familia de por vida, con Boca de la misma manera. Porque fue hace 20 años que, sin saberlo, con mi viejo hicimos un juramento tácito de siempre estar el uno con el otro. En las buenas y en las malas. Algo que se graficó siempre, en la relación que nos une con Boca. Y hace dos décadas atrás, cuando solo tenía nueve años, entendí el valor de las palabras. Sobre todo cuando salen desde el alma. Porque desde ahí, firmé para siempre, por todo lo que vendría al ponerme la camiseta… Que después me firmarían. Al entender lo que era llevar esos colores en la piel, por vez primera.

P.D.: Hace diez años, mi viejo no aguantó tanto y me dio un regalo histórico. Mis fotos con todos los jugadores, y el poema “El rugido del León”. Al final en mayúculas decía “DALE BOCA, DALE BOCA… TU PAPÁ”. Pero eso, eso es otra historia…