En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el aliento del hincha xeneize.

Un rugido perpetuo, infatigable, fiel (…)

Y nunca más te sentiste solo. Desde ese día algo te arrulla. El rugido del león.

Antonio Carrizo

1 – Último día del Encuentro de Estudiantes de Comunicación. El lugar donde la memoria se recupera, era el lugar de reunión. La ex ESMA, nos invitaba a despedir jornadas de debate y formación periodística y comunicadora. Al caminar sus calles no se puede no imaginar un Falcon verde, de noche.

Imágenes de gente gritando a pocas cuadras de ahí, por un Mundial se mezclan con el rugido perpetuo del que habla Antonio Carrizo, en un poema a Boca. Un rugido que nunca nos dejó solos y que pasaba ahí dentro. En el lugar del horror, cuando más los quisieron callar, más se hicieron escuchar con la memoria como método. Obligando no olvidar.

2 – Irse del Encuentro para ver a Boca, fue una de esas cosas inevitables. Tomarse el 29 desde Avenida del Libertador hasta La Boca, fue una especie de conocimiento propio. Porque fue la primera vez que Buenos Aires me desgastó. Lo digo no feliz, si no con cierto aire de preocupación. Las ganas de siempre volver a “Baires”, Boca de por medio esta vez no estuvieron del todo ordenadas.

Viajando, pasando por varios barrios y lugares que nunca conocí, llegué a la conclusión de que tal agotamiento era por el griterío de la Capital. Más allá del murmullo constante de la gente, los ruidos típicos de los autos –que corren carreras no sabemos a dónde-, el rechinar de los frenos de los colectivos, el gris que se levanta que no deja ver ni el celeste de arriba, menos el verde de abajo.

Pero sobre todo, Buenos Aires grita por sus paredes. Y en sus paredes. Son increíbles las pintadas que se superponen, y hacen un ruido que a veces no se aguanta. No se aclaran, no se les escucha con nitidez porque, no se entienden. Se pelean por ver quien sobresale.

Miles de paredes con garabatos, con pintadas prohibidas, gritando. Gritando hasta más no poder. Sin paz, sin lugar para algún poema, reflexión o lo que fuere.

“Las paredes son la imprenta de los pueblos” decía un refrán, pero en el viaje no se veía cumplir eso. La hoja aparecía muy manchada, entre el smog gris que tiñe las puntas, y las letras que no podían cumplir un orden aceptable.

3- El griterío se apodera del espacio, se filtra entre las hendijas de los lugares y persigue. Hasta que se topa con el rugido. Un rugido que sale del único lugar, capaz de frenar el griterío. Un lugar que tiene voz propia y apropiándose de las voces de quienes van. Ese lugar es La Bombonera.

Resulta mágico ver, como retrocede el griterío. Huye despavorido por donde viene y no puede con el rugido fuerte y fiel. Así como el león que impone presencia en la selva, en la jungla de la ciudad la cancha nuestra se hace respetar. Se erige de entre lo gris y con su combinación de música y colores, invita siempre a una fiesta, que nunca es igual a la anterior.

Allí nadie grita, y si amaga con hacerlo, para insultar por ejemplo, es el rugido quien lo moraliza. Todos son uno. Todas las voces en una sola.

Entonces la fidelidad y lo infatigable se acercan y se quedan allí. En las gargantas,  en las palmas, que arrullan para que uno no se sienta solo ante la magnífica ciudad. Esa ciudad que puede con todos los individuos, pero no contra el león. Y menos si está feliz, y canta. Y se emociona, y se abraza por un gol.

4- Como nunca antes, tuve que irme cinco minutos previos al final del partido. La responsabilidad de estar presente a la hora de partir, no permitía que el gusto personal se impusiera.

La verdad, es que nunca pensé que lo que se escucha dentro de la cancha, se potencia por fuera. Ahora es el rugido que se filtra y acompaña a uno, entre las paredes que gritan. Se escucha todos los temas. Se impone al cielo y a la tierra. Porque es el canto eterno, la gloria de siempre, la fiesta como nunca la que se perpetua.

5- La vuelta en el taxi me hizo sospechar, que el rugido le gana una vez por semana al griterío diario. Pero al llegar a la ex ESMA, me di cuenta que cuando es sincero y fiel a uno mismo, arrulla para toda la eternidad.