En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el primer gol de Martín Palermo, hace 20 años.

 Hace 20 años, en el día Internacional de la traducción, el mundo no estaba mejor. Alicante, ciudad española, sufría la peor inundación tras una lluvia de 270 mm. Cuatro muertos era el saldo. Estados Unidos amenazaba a Total, por acuerdos con Irán. Las tapas del mundo hablaban de la muerte de Roy Lichtenstein, pintor y escultor, que fue uno de los máximos representantes del pop art.

El país no estaba bien. Detenían a una  médica trucha, cuando la Alianza ganaba en el sur, el presidente actual lo minimizaba. Julio Grondona esperaba la respuesta de José Pekerman por si seguía o no, a cargo de las selecciones juveniles. Los bancos cambiaban de manos, antes de que no se supieran quienes eran los dueños, en la crisis…

Ese martes 30 de septiembre, a la noche era la séptima fecha del Torneo Apertura para Boca. Era un año, como los anteriores. Mediatizado, farandulero y con su Mundo que no tenía tranquilidad. El foco puesto en Maradona, Caniggia y saber “si les daba el cuero” para jugar; la llegada de los Mellizos porque “iban al frente”; con rumores de la llegada de Chilavert, con una compra controversial: Martín Palermo.

Martín, para ese día, ya había debutado. Ya había empezado su carrera contra Cruzeiro 27 días antes. Pero no había podido meter ningún gol. Los rumores y las críticas no se hacían esperar. Sobre todo por los indignados de su producción de fotos, vestido de mujer a lo Dennis Rodman. Lo que quiso ser un homenaje al “loco” basquetbolista, pero para hablar de la belleza que quería Veira para la delantera, se convirtió por entonces en la cargada fácil de los contrarios. La misma se aumentaba cada vez que Martín no podía meterla…

Grito de gol

Boca salía a la cancha, vestido de blanco con franja azul y las líneas finas amarillas. Había arrancado bien el torneo, con tres victorias y tres empates. Una de ellas, con el último gol de Maradona y el primero de Guillermo en Boca, en el día de su debut, frente a Newell´s. El rival era Independiente.

No recuerdo quien estaba en mi casa, sí que había juntada… Raro comer asado de noche y no estar festejando nada. Pero me acuerdo que el invitado, hacía chistes sobre lo “patadura” que era el “rubio ese” que le llamaba más la atención, por todo lo que hacía – que hasta ese momento no eran goles-.

La previa ya la conocemos. Todo el mundo opinando sobre el 9, que había debutado con el 25 en la espalda. Era inadmisible que no hiciera festejar a la gente hasta ese momento. “¿A quién trajeron Rubén?”, decía el invitado…

Mientras la comida se ponía en la mesa, el partido arrancaba. A los 20’’ Cagna quería “sorprender” y metía u centro bajo al medio del área, a los 25” Solano la deja atrás para La Paglia, que queriendo habilitar a un compañero encontró la pierna de uno de los rojos, que terminó habilitando al delantero. “Habilitado Palermo y esto vale, gol de Palermo. Gooooooool” gritaba Araujo. “A los 30” el ‘Loco’ Martín Palermo” continuaba el relator, mientras la gente gritaba, Ángel Sánchez marcaba el centro de la cancha. Mientras mi viejo me abrazaba. Y mientras las palabras eran tragadas junto con la comida, por parte del invitado. Palermo gritaba con todo, con los brazos extendidos y encorvado de cara a la gente. Fue un grito desaforado, de desahogo.  La mufa se sacaba, la historia empezaba a escribirse.

 

Al otro día, Clarín titulaba que Boca había tenido su cuarto de hora. Porque Arruabarrena a los 13 minutos metías el segundo gol. Porque Independiente descontaba en el segundo tiempo, por medio de Rojas. Pero iba a terminar así. 2 a 1 y el primero, el más importante fue de él. Fue el primer gol que le dio el mote de “pescador”, encima fue de derecha. Zurdo neto, que en cada pegada nos hizo delirar, pero su primera vez fue con su pierna menos hábil. Así de rara comenzó su película…

 

No se olvida en la vida…

Ese 30 de septiembre, cuando todos gritamos ese gol, cuando Mondragón lo sufrió nadie sabía nada. Nadie imaginaba que el mismo arquero le iba a cambiar el buzo, cuando ganó el primer título en Boca. Ni que su tercer gol en Boca sería unos días más tarde con su primer gol a River. Ni que se sacaría la remera y se grabaría en la piel a Boca y viceversa.

Nunca hubiésemos pensado que su décimo gol sería el segundo, del primer año glorioso. Sí. Así de estadístico pudo ser todo.  Con el que tuvo su primer triplete en noviembre del ’97. Con este señor quien fue el goleador de Apertura ’98, récord en torneos cortos; quien festejando se hizo expulsar; el que metió su gol 50 en Boca con los dos pies y de penal. El que tiró un centro y la clavó en un ángulo.

Ese martes a la noche, hace veinte años, no podíamos esperar que metiera el gol 100 de su carrera en Boca y lesionado. Que volviese con la gloria, con la historia escrita para él y con muletas para su gol 73, frente a River para eliminarlos. No esperábamos que metiera los goles al Real Madrid, para llegar a lo más alto. Con su mechón ya más largo, su gloria y su idolatría. El respeto de los adversarios. Los momentos que eternizaba, los gritos de goles que caían de las tribunas, los gritos que caían desde el techo del cielo. Ese al que llegaba saltando.

Porque la Santísima Trinidad que formó con Román y Guillermo; sus locuras de las que todos nos hacíamos cargo, defenderlo ante las críticas que después fueron cediendo; entender que lo ridículo a veces es bueno; porque las lágrimas que por él y con él derramamos; bancarlo en las lesiones, que nos dolían como si estuviésemos nosotros quebrados, o llorar por una pared que se le caía y festejar cuando lo sabíamos levantado; porque acompañar su dolor de un hijo fallecido, darle nuestra alma para que se fuera recuperando; ser todos una bandera que iba descontando, los goles, los minutos, las sensaciones, lo inolvidable de cada hito; defenderlo frente a todo y a todos, por sus “traiciones” a sus colores originarios, para luego meterla frete a su lobo rival, pero de a cuatro; porque empezar el cariño de propios y ajenos, la discusión en las esquinas del barrio, por este “pata de palo”, que no tenía problemas de trabarse con sus piernas, que sabía de sus limitaciones y pese a todo seguía luchando. El saber que no cualquiera podría haber tenido su carrera y no entender los niveles de amarlo. Porque cuando lo buscamos en la gloria, respondemos “no hay sitio en donde no estés”, como cantaban sus idolos de Soda Stereo.

Porque conectar el centro de Delgado para despertar a la Mitad más Uno del país, haber aguantado la marca de Makekele, poniendo el cuerpo por los millones que estábamos alentando; haber girado en miles de años para vencer a Bonano, y darnos una de las noches, por las que aún hoy estaríamos pagando. Porque darnos la fuerza para los gritos más inolvidables y desaforados. Porque sus 18 goles frente a ellos, fueron poemas del mejor escritor. En veranos, en inviernos sin importar la estación; festejando tirándose a los carteles, y desde el verde escuchar la explosión. Mientras querían poner al Enzo, mientras nosotros poníamos lo mejor que teníamos. La idea de que se podía, de que este tipo siempre fue nuestro. Elevándose más que todos, poniendo la pelota por encima de sus arqueros, recordando contra quienes jugaban mientras querían jubilarlo; empatando en el último minuto o sosteniéndose  del travesaño, allí con él, todos teníamos nuestros sueños colgando. La idea  de que estando él, siempre podíamos ganarlo. O darlo vuelta.

Siempre con su optimismo goleador, al que nos fuimos acostumbrando. Darnos la claridad en medio de las noches más borrosas, cuando la niebla no dejaba mirarnos. Ser el capitán de la última Libertadores que festejamos.  Porque reírnos frente al paso del tiempo, cuando él estaba de nuestro lado;  esperar su vuelta y que su gol 100 en Boca nos diera otro campeonato; sentir los puñales que se clavaba cuando terminaba con un penal errado; reírnos con lo bello, lo histórico de un gol de me mitad de cancha sea con la zurda o con la cabeza, para entrar en los Guiness. Y en las páginas doradas de nuestra historia, cuando fue superando a Cherro, a Varallo. Porque haber sido testigos del máximo goleador de nuestra historia, que terminó su cuenta con un zapatazo de 30 metros; luego de meter goles de todo tipo, con todos los recursos que nos fuimos imaginando: chilena, taco, picándola, de volea, de tijera, colocando, fusilando, con su impronta en frente a los arcos ; porque no poder medir lo que nos pasa cuando lo nombramos. Que sea una de las estrellas más fuertes que llevamos en el pecho.

Porque sentir que se nos iba un amigo, un hermano, cuando hasta los de Banfield estaban emocionados. Porque lo vimos siempre con su capa, que al final le regalaron. Y porque fue el modelo de todos, cuando el pelo nos cortábamos. Porque ser el primer jugador, el primer gran ídolo de Boca, que conocí, que toqué con mis manos. Porque haberme emocionado cuando se acordó de mi libro, dos años más tarde. Porque uno de los primeros abrazos con mi viejo, de esos interminables, con los míos, con los nuestros – de esos que les contaré a mi hija- y los 235 que vinieron después, en sus 13 títulos ganados. Todo, absolutamente todo empezó un día como hoy, hace veinte años.