En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el Superclásico del domingo y cómo se lo vivió en Córdoba.

 

Dejamos a Roma, en el departamento, a las 17:40. Hasta esa hora el finde había transcurrido entre visita familiar y el Cólico Futbol Club. Que es una manera linda, de hablar de los retorcijones de la dueña de los tiempos, ahora. El beso de despedida fue como pidiéndole que hiciera fuerza, para que gane Boca. Seguro que la madre no se enteró, si no se hubiese enojado –con razón- por “proyectar en ella”.

Salimos hacia el bar. El auto fue con las indicaciones precisas y directas. No hablaba mucho el abuelo de Roma. Tampoco el padre. Mi viejo y yo, después de muchos años de “desencuentros” para ver juntos un clásico (salvo un segundo tiempo del 2015, con él internado), nos poníamos al día en ese sentido. Justo tres días antes del 20° aniversario, de la primera vez que me llevo a ver a Boca. Aquella y esta vez la condición era la misma: visitantes.

Gabbana fue el lugar donde los Bosteros de la Docta se reunieron esta vez. Gabbana, que significa sombrero, nos recibía abarrotado de gente. En honor al nombre, mi gorro de “Don Pedrín” salió del bolso, de la misma manera que el de carnaval, que regaló Alicia Lajst alguna vez, para que en esta oportunidad lo usara Rubén.

Tranquilamente podríamos haber ido a la esquina del edificio, pero conociéndolo a mi viejo y a mí, lo mejor era estar con todo el pueblo bostero. Como en Buenos Aires, donde la Agrupación Boca es Pueblo, hizo que 700 hinchas fueran parte de uno de los “Esto es Boca” más hermosos que vimos desde siempre – como twitearon por ahí-.

Al llegar y ver que no había manera de no estar sentado en el piso o parado, con el calor que hacía, me empecé a preocupar por el viejo. Lo mejor fue ir al subsuelo, donde un ventilador era el aire ideal para el momento.

“¿Ves bien?”, le pregunté. Para calmarme –como siempre- me dijo que sí. Era raro, pero por primera vez en la vida, me veía cuidando de mi viejo por las emociones y pasiones, como él hizo siempre conmigo…

 

La mística

Veníamos de una semana rara, alegre. No por el partido perdido de ellos, sino porque como si fuese de gravedad, la fuerza de la historia, siempre se encarga de poner las cosas en el lugar. Porque hay un periodismo imparcial (convengamos que la objetividad no existe), que siempre lee algunos pocos años. Siempre los mejores para ellos, siempre queriendo sacar cosas de lugares en que no las hay. Por ejemplo, mística copera en River.

Cuando Pitana dio inicio, todo, absolutamente todo se volvió en un nerviosismo incontrolable. Lo antes mencionado; el no querer que se levanten frente a nosotros; el poder sacar más diferencia (en la tabla y en el historial); el poder festejar con mi viejo; el cantarle que son “Hijos nuestros” a Roma. Todo, todo, siguió siendo un nerviosismo incontrolable. Por la lógica que se debía imponer, por los presentes de uno y otro, porque a veces la historia no se acuerda de su peso y se equivoca…

La gente cantaba y cantaba. Algunos no miraban, otros –como yo- tenían la boca ocupada en las uñas. Mi viejo lo iba viendo tranquilo, salvo cuando hacía las preguntas de: “¿Vamos bien?, ¿Tenés calor?, ¿Me avisas cualquier cosa?, ¿Estas tranquilo?”. Solo cambiaba el tono, con los “uhhh” de las manos de Lux cuando sacaba la pelota. El rostro se le modificaba, cuando me miraba sin decir nada cuando Rossi, era quien salvaba.

A los 38’, Nacho Fernández recibió la roja luego de una patada criminal. La que debía haber recibido uno de ellos, hace unos años en Copa, pero ahora no la podían obviar. A los 40’ Cardona acomodó la pelota. Yo le hice agarrar la bandera a mi viejo, más fuerte que las otras dos veces. Era la tercera y debía ser la vencida. Ezequiel, al lado mío dijo: “Es para Román”. Yo le contesté: “Cómo lo extraño. Si le pega como él, lo mete”. Eso fue después de que besó la pelota. A los 41’ 17” Cardona impactó la pelota, dos segundos más tarde, estábamos con mi viejo abrazados y emocionados. Eufóricos, gritando mucho, con uno de esos gritos que guardas mucho tiempo, para usarlo en el preciso momento. Lo agarré a Ezequiel y mientras le besaba el pelo –como si fuera un hermano de toda la vida-, me abrazaba y me gritaba: “Te escuchó, te escuchó. Cardona te escuchó”.

También me escuchó mi mujer, después del gol y pidió tranquilidad. Pese a saber que no sería posible.

Nos quedamos abrazados hasta que terminó el primer tiempo. El cuerpo necesitaba algo fresco, por eso fui por una gaseosa. Mi viejo necesitaba verlo más cerca, por eso en una jugada estratégica se paró unos pasos más adelante. Se dio vuelta y me dijo: “Ahora sí”.

Segundo abrazo

El segundo tiempo empezó, cuando los que habían salido a la calle iban volviendo. Y cuando Enzo Pérez –uno de los mejores de ellos del Clásico- dejó de quejarse por el VAR.

El segundo tiempo continuó con el primer gran susto. Tiro cruzado de Scocco que tapó Rossi. Ahí la confusión empezó a ganar lugar en Boca y nosotros sin dejar de cantar, intentábamos o queríamos que el aliento llegara a través de una pantalla, para no tener un dolor de cabeza. A los 16’ el dolor llegó y fue injusto. “Pero que cobró este hijo de puta?”, me decía mi viejo mientras yo no era tan protocolar. Fue como un guiño nuestro, de estar más cerca. Más unidos. Necesitábamos hacer fuerza para que no empataran. Cardona era expulsado y los que estábamos ahí, no sentimos muy bien lo que pasó.

Ponzio – la otra figura de ellos- sacó un gol de no sé dónde. Como el del 2012. Ni aquella vez, ni esta pudo festejarlo tanto. Pero en ese breve momento, el sacudón nos dejó un poco aturdidos. Un pibe se acercó a la barra y la moza lo miró como para venderle algo. Fueron segundos eternos, donde él buscaba explicaciones a ella con la mirada perdida. Ella pareció entenderlo y se quedó quieta, no preguntó nada. Mi viejo no dijo nada. Yo le pregunté de nuevo si estaba bien.

Tres minutos después, cuando en el gashinero amagaban a alentar, Nahitan Nández clavó un golazo con un pase magistral de Pablo Pérez. El gol que fue como el de Farré en el 2011, pero desde otro ángulo, fue la explosión que necesitábamos para sabernos ganadores. Fue otro momento inolvidable con mi viejo, otro abrazo de esos que se te quedan grabados en la piel. U tatuaje hecho con tinta imborrable, por los siglos de los siglos. Fue el sabernos ganadores nuevamente en esa cancha, donde no nos ganan desde que volvieron de la B. Ese hecho que quieren minimizar pero no pueden.

Unos pasos atrás estaba Ezequiel, que vino y me abrazó de nuevo y me lo gritó como Guillermo. Lo volví a mirar a mi viejo. Nos gritamos el gol en la cara, como si nunca o hubiésemos hecho, al igual que Nández y Benedetto. El gorro le quedaba pintado, el mío con “Don Pedrín”, parecía tener vida. Y el celular también. En el grupo de WhatsApp de mis hermanos de Villa María, la pregunta también era por nuestros nervios.

A quince minutos del final a Scocco le anularon mal un gol. La pelota no había salido, para llanto riverplatense. El árbitro que los favoreció en 2014, les sacaba el empate de las manos. Les quitaba el grito de gol de la boca. Fue justo, para los “paladines de la justicia” que  en 2014 hasta hicieron banderas en la cancha y en su cena, con el “No fue córner”.

Los goles errados después fueron innecesarios. Porque no hacía falta sufrir, pese a saber que íbamos a ganar, en esos instantes finales.

 

Decime qué se siente…

Cuando Pitana dio por finalizado el partido, todo pero todo fue fiesta. Fueron unas lágrimas con Rubén; otro abrazo en donde estábamos solo nosotros dos, en medio de una marea azul y oro. Fue un momento más nuestro, pese a la multitud. Fue el desahogo de tanto tiempo; el festejo doble, porque los goles los hicieron los dos jugadores que más me ilusionan en los últimos tiempos. Fue el demostrar cómo se escribe la historia; el que se diga las cosas por su nombre; fue la mística superclásica hecha realidad; el dejarles otro silencio atroz; el saber que le iba a cantar a Roma de que son “hijos nuestros”; el gozar como pocas veces con mi viejo.

Al salir, la calle fue del pueblo, que cantaba debajo del cartel con dos “B”. Sí las dos del nombre del boliche. En Larrañaga –quien ayudó a formar la Universidad y la Biblioteca de Uruguay- festejábamos gracias al gol de otro uruguayo. Nahitan, a quien de manera arrebatada, le mande un mensaje muy emocionado. (Si hay algo que deben saber, es que el pibe además, es un ídolo en amabilidad). Un “Muchas gracias, un abrazo grande” fue su respuesta y como un abrazo a la distancia.

El volver por la Chacabuco fue volver el tiempo atrás. Rubén, el abuelo de Roma, puso a todo lo que daba el volumen del estéreo. Las canciones de Boca musicalizaron la ciudad de Córdoba. La sonrisa nuestra fue inmensa, desbordante. La felicidad de esos minutos, lo que uno quiere enseñarle a su hija. El final de un domingo orgásmico, nos encontró a los dos de nuevo, festejando y viviendo a lo Boca. Y dándole un beso a Roma, de esos que llevan consigo un montón de sensaciones, sentimientos, años, historias, sufrimientos, amores incalculables, una pasión inmortal –que enojan a la madre- que uno quiere transmitir y proyectar en ella.