En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, Juan Román Riquelme, hombre récord en la Bombonera.

“Los días de mi infancia transcurrían de asombro en asombro, de revelación en revelación (…). Era un mundo de sonidos dulces y bárbaros a la vez”. Atahualpa Yupanqui, señalaba así la importancia de su patio. Ese lugar donde el mundo imaginario se alimenta, se juega a ser grandes y que de grandes se extraña. Allí donde al rodar una pelota, nos pensábamos él. Y gritábamos: ¡Goooooooooooooooooool de Riquelme!

Atahualpa y Riquelme saben de la importancia del patio. Y con este último, nosotros aprendimos un poco más de la magia de su patio, que es nuestra casa. Porque allí, con él como culpable, los domingos van de asombro en asombro, de revelación en revelación. Logrando los mejores sonidos, dulces y bárbaros. Los del gol, el murmuro por una genialidad, el aplauso eterno por su forma, el agradecimiento constante por mostrarse como es, en el patio de su casa.

La primera vez fue el 10 de noviembre del ’96, y ese mismo día tuvo el reconocimiento del pueblo. Siempre adelantado, siempre por encima del resto de la historia, él se llevó los reconocimientos de quienes sabían que no era alguien más. Y por eso, lo que primero fue ovación, luego fue un canto de guerra. Porque en este adelantamiento, Román logró el “Riquelmismo”, que solo logran los grandes –acompañado de los años-, y los tipos que no son del montón.

Como en varias cosas del país, ese “ismo” genera defensores y detractores. Por mi parte, siempre, siempre estuve, estoy y estaré en el primer grupo. Porque como dijo Alejandro Dolina –y escribió Eduardo Sacheri en El Gráfico, sobre el 10-, alguien debe ser juzgado por sus mejores actos y no por los mediocres. Y allí, Román enumera la mayoría, con una combinación de genialidad y rebeldía, digna de ser emulada.

Por eso, este partido 195 en su patio, en nuestra casa, no es uno más. Porque aparecerán nuevamente los envidiosos, los que le busquen las partes bajas para pegar, los que digan lo que siempre, los que quieren justificar lo injustificable, los que no ganan con dignidad –ni siquiera viven de esa manera-, los que lo atacan de cualquier forma, para que tratemos de ser inteligentes los defensores, tanto como él. Porque no es cualquiera: el tipo que habla poco, dice mucho, trasciende todo. El Señor Futbol, el torero, el último diez, el 10… La historia viva y viviente.

Esta nota, comentario, columna o lo que sea, no es ni siquiera un homenaje al tipo que tantas veces me hizo llorar. No hay chances de escribir lo que puede generar Román. Un ser que no se encuentra mucho, y menos en el fútbol. Mago, estratega, fuera de serie, fantasía andante entre los conventillos de La Boca, honesto y fiel a sus raíces. El que siendo feliz hace felices a millones, el que hace pausas mientras lo tildan de lento, el que ve más allá, y le pide a la pelota que le haga caso.

Por eso no puedo juzgar sus actos mediocres. Porque no soy quien para hacerlo. Y si pudiese tampoco lo haría.  Porque él sin querer me curó de mi enfermedad en el ’98. El problema de mi respiración luego de los partidos, pasó a ser que se me cortara la respiración, ante sus jugadas. Para que un año más tarde, me viera admirándolo en la tribuna de Casa Amarilla.

Es el mismo que en mi primer partido en la Bombonera se quedó arrodillado en el medio, rezando y suplicando como hincha de Boca, por la copa. Volviéndose más terrenal y poderoso que nunca. Porque Boca hizo a Riquelme, pero Román hizo mucho para engrandecer a Boca.

El que paró su auto, cuando en 2007 lo pude conocer. Con su tranquilidad me escuchó el grito de: “Román, soy de Córdoba, hice un libro de poemas de Boca y te lo quiero dar”, tan claro y rápido como un locutor de publicidad. Para que bajara, se quedara hablando, se riera, y me hiciera quedar mudo. Ante tanto, yo no pude hacer más nada.

Es el mismo que me hizo gritar por su vuelta, en el patio de su casa. Que me hizo llorar y pelear con tantos. Porque me acusaron de no ser bostero, por querer que volviera. Por no ser de los que están detrás del arco, queriendo plata.  Porque es historia y memoria viva de los que quieren olvidar. Los que leyeron una historia errónea, los que no entenderán nunca su juego, ni su forma de ser. Los que critican los hecho mediocres, de alguien tan gigante, que ya le ganó a la mortalidad.

En los últimos tiempos el cuerpo le pasa factura. Son pocos los que entienden que ese cansancio, es por correr tanto en su patio. Riéndose y regalándonos “sonidos dulces y bárbaros a la vez”.

Riquelme Record