En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el día del padre. Hace un año y un par de días estaba en Buenos Aires llorando. Se estaba yendo una parte de mí junto a Palermo. Y lloraba. Mucho. Lloraba lagrimas llorantes, lloradas, llorosas. Con los ojos enrojecidos por tantos recuerdos que se presentaban ante mí. En ese momento me acordé de mi viejo. De mi papá. La relación Boca- Mi padre y Palermo tiene mucho que ver en este día. Y ya lo voy a explicar. Me lo voy a explicar. Es que cuando se iba Martín y sabía que no volvería más a jugar en la cancha de Boca, ni en ninguna otra, un montón de imágenes se me vinieron a la cabeza. Más precisamente de un martes de mayo del 99. Yo con mis 10 años, y mi primera vez en frente de la Bombonera. Nunca había ido a mi lugar en el mundo, y ese día me di cuenta que eso cambiaría mi forma de habitar ese mundo. Pero no iba a eso. Sino lo que cuento a continuación. Ese mayo frío, en las primeras horas de un martes, pude conocer personalmente a Palermo, lo abracé y lloré con él. Uno de los jugadores que más marcaron mi infancia y adolescencia. Ahora bien. La relación de ese ídolo con mi padre y conmigo se explica en ese día. Porque ese día fue en el que me di cuenta de que mi viejo iba a hacer lo posible para que cumpliese mis sueños en la vida. Que siendo nadie en el ámbito de Boca, podría llegar a hablar con miembros de la dirigencia para llevarme a conocer todo lo referido al club. Me acuerdo de mi viejo, llamando y llamando. Gastando y gastando plata, tiempo, minutos para llegar a hablar con algún “pez gordo” o alguien que tuviera algo que ver con Boca. Ya el médico que diría que mi enfermedad era nada menos que por Boca, le había dicho que me llevara a la cancha. Pero él, siempre él, fue más allá y trató de hacerla completa. Habló y habló. Rogó y rogó, comentó la situación hasta que dio con mi segundo padre en lo que es Boca. Y de él también me acuerdo siempre en los días del padre. Relaciones Públicas, diría su tarjeta. Relación intima, sentimental, de un padre porteño a un hijo cordobés diría la historia más tarde. Pedro fue otro de los artífices de mi sueño cumplido y un padre que hasta el día de hoy, me recibe con la misma energía como el primer día. Y ahí se explica que la primera imagen de aquel domingo nostálgico de adioses, haya sido mi papá. Porque él fue mi primer héroe e ídolo. El primero que me marcó a fuego. El primero que me abrazó como lo hace ahora y lloró conmigo, por mí. Ahí en esa cancha llena de gente, yo lo abracé a mi viejo (A los dos viejos). Y le agradecí eternamente las cosas que dio por mí. Las cosas que sacrificó para que yo sea alguien en la vida. Esas cosas que por más que me esmere nunca las voy a poder igualar. Salvo tratar de hacerlo con mi hijo el día de mañana. Porque yo cuando me preguntaba en mis sueños de pibe, que jugador me hubiese gustado ser, siempre Palermo aparecía como una de las opciones. Pero solo una opción cuando me preguntaba cómo sería ser un buen padre, o un padre a secas. La respuesta es: mi viejo.]]>