El mellizo, feliz por su arribo al Xeneize. Foto: Prensa C.A.B.J.

En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el arribo de Guillermo Barros Schelotto.

Días agitados. Semana agitada. Años agitados. No sé qué dios del olimpo se ha ensañado con nosotros, para que nada sea tranquilo, disfrutable. La llegada de un nuevo técnico, que muchos querían o queríamos hace tiempo, no se termina de festejar. Y, vaya contradicción, en estos tiempos festejamos incorporaciones de cuerpos técnicos.

Todo fue muy desprolijo. La partida del Vasco, al que le criticamos cosas pero que no dejaba de ser el Vasco, no fue la querida ni la esperada. Mucho menos cuando el presidente le había dado el apoyo no tan incondicional y luego lo echa. Ya no importa si por teléfono o no. Se la había jugado por él, y él siempre juega para él. Y nadie más que él. Además está Schiavi, que iba a dirigir, que entrenó y que ahora no. Que no sabe si seguirá, si se irá…

Es raro escribir con sensaciones encontradas. Porque uno está apenado, pero a la vez ilusionado. Porque se va un ídolo y viene otro. Porque el Vasco, más allá de los clásicos, nos devolvió alegrías, y ahora queremos que se aumenten con Guillermo. Porque Arruabarrena no debe ser maltratado, porque es un ídolo. Porque el Mellizo también y por eso es bienvenido.

El “7” bravo

Guillermo siempre fue ese ídolo de Boca, que sin ser nacido en la Ribera, era uno de los más bosteros. Fanfarrón, hablador, gambeteador, desobediente, inteligente, glorioso, terrenal y endiosado. Sabemos muchas cosas de él, la más importante es que se dio todo por la camiseta, por más que estuvo muy cerca de ir a la vereda de enfrente. Por momentos lo imagino, pero solamente es una pesadilla que no ocurrió.

El tridente que formó con Palermo y Román, es lo más parecido a lo inmortal que pudimos ver. El “7” en la espalda, sus goles sufridos en Gimnasia y festejados luego de entrenar en Casa Amarilla. Guillermo es ese tipo que nos enamoró con su forma de ser. Que nos demostró que un jugador puede jugar a lo Boca, como vive la gente. Porque se lo puede hacer de varias maneras. Raspando y quitando en el medio o con los huevos de quien la pide y regala magia. Pero Guillermo siempre jugó como si fuese toda la vida de Boca. La actitud no la negociaba, como ninguno de esa época.

El “Melli” inspira e ilusiona. Hace que estemos más “chapitas” que antes. Llega a un club donde ganó todo y hace tiempo que pierde identidad. Ojala que Barros Schelotto pueda devolveros algo de lo que fuimos con él.

Los goles a River, los penales que le hicieron. Poder sacar de quicio a todo un estadio. Ganar con su figura, cambiar la historia de un partido, y ahora volver para mejorar nuestra historia de hace un par de años. El grito desaforado en la boca, para que Boca vuelva a experimentarlo.

Jorge Bermúdez, una vez dijo: “Guillermo, de mis compañeros, fue el único que apenas llegado al Club, entendió lo que era el Mundo Boca. Callado pero observador. Siempre muy inteligente, hablando cuando debía”.

Por todas esas cosas uno se ilusiona. Porque confía en que como técnico, hará lo mismo que como jugador. Se enfrentará de la mejor manera a los hijos, para que sepan quién es el que manda. Se deberán acostumbrar a su personalidad los jugadores y no al revés. Él deberá ser el dueño del vestuario, como debe ser. Ya no tendrá el siete en la espalda, raro será, pero lo tendrá en cada entrenamiento, en cada conferencia, en cada instante que dirija a Boca.

Guillermo es la llamada de Maradona, diciéndoles que iban a jugar en Boca junto a Martín. Es la picardía que tanto hace falta por La Boca. La identificación inmediata, el número 23 en la espalda de Michael Jordan, para brillar como él. Es su debut el 14 de septiembre del ’97, día en que nació su hijo 7 (sí, siete)  años después y en el que él se convirtió en uno de los hijos adoptivo de Boca, más importantes de su historia. Es la explosión verbal y dentro de la cancha. Es jugar haciendo gambetas con los pies, pero esquivando tibiezas con la cabeza. Es la paciencia para dar el zarpazo, es nuestro villano favorito, el justiciero enmascarado, es Guillermo, el gran “7”, el niño malcriado. La radiografía del bostero, el que entendió viniendo desde La Plata que no todo es precio, que es invalorable volver a La Bombonera. Que la eternidad –ojala- le tenga otra página guardada.  Es la esperanza en un puño y la ilusión en la otra mano.

Es el quedarnos despierto hasta tarde, rezándole a los dioses bosteros, para que todo salga como queremos. Es pensar todo y tanto que nos quedamos parados hasta en datos medio pavos.

Guillermo metió su primer y último gol frente al mismo rival: Newell’s. Pero no solo eso. El hombre de los ciclos, vuelve en otra función pero frente al mismo equipo: Racing.

En 2007, cuando Boca empató 2 a 2 con el Club de Avellaneda, una multitud lo despidió. Ese día los goles de Palermo y Riquelme pasaron a segundo plano, como nunca. Guillermo hablaba en el medio de la cancha, agradeciendo y siendo vitoreado. Nos rompíamos las manos aplaudiendo y las gargantas festejando. Y a mí, ese día en la cacha, se me rompía un poco el alma extrañando. Llorando y pidiéndole que volviera, que lo hiciera de cualquier forma. “Por favor Guille, volvé, aunque sea como técnico” le gritaba entre lágrimas. En algo, ya me está cumpliendo.