En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el doceavo aniversario del Día de la Paternidad. Escribo esto desde la vibración del gol de Silva. El grito desaforado. El llanto atragantado y la pasión desbordante. El octavo piso del edificio que me conecta con la cancha en Brasil y con los bosteros del frente que me tiran abrazos imaginarios. Uno grita los goles hasta más allá de los goles. Los sigue gritando, y la gente siempre se asoma a ver si es el mismo “loco”. Siempre es el mismo y me hablan de Boca al otro día. Desde la kiosquera, hasta el muchacho de la pollería. Este gol me remonta a 12 años atrás. Sí 12. Un 24 de mayo de 2000. En la punta de la cama estábamos con mi viejo. Mi mamá me había retado por subirme a la mesa para el primer gol y el segundo. Ese día. Esa noche se transformaba en la jornada de la paternidad. Yo nunca había estado ante unos cuartos de final de Libertadores y los primeros eran con ellos. Los nervios. El 2 a 1 previo en donde nos mirábamos con mi viejo y no sentíamos culpa por haber hecho llorar a una prima bebé por el grito del tiro libre de Román. Me acuerdo de los días previos. Fue allí cuando comencé con los sueños pre partidos. Algo que siempre tengo antes de los clásicos es soñar ese partido. Todos los resultados y todas las jugadas y momentos entran en los sueños. Mis nervios iban más allá de mi razón. Y mis latidos también. El gol del “Chelo” Delgado me dejó ronco. El de Riquelme me hizo llorar arriba de una mesa y abrazar a mi mamá, más allá de sus retos por ponerme “así”. Ya la clasificación estaba ahí, estaba a la vuelta de la esquina. Me iba acordando de a poco las palabras de Gallego y como había menospreciado la vuelta de Palermo. Él, el eterno al que le debo mis llantos más llorosos (junto a Román y Guillermo) volvía. Y no era una vuelta más. Nunca lo había visto a mi viejo rezar. Yo que por entonces era muy allegado a la Iglesia, lo veía de reojo. Él, rezaba por lo bajo. Santa Rita había tenido su jornada por esos días y eso tal vez me sorprendió más. Que se acordara de Santa Rita. Me tocaba y me decía:”ya está”. Yo le decía “ya está” y me respondía: “No, falta”. Así estábamos. Así los dos acostados y sentados. Parados. No queríamos ver. No debíamos ver. Fue la primera noche que la bandera que me compró en 1997 se convirtió en cábala. Fue a la que le deposité todas mis fuerzas. Un pedazo de tela que ya comenzaba a despintarse, pero que el espíritu lo tenía intacto. Fue ahí cuando los dos nos quedamos con la boca abierta y luego el primer goce, fue lo que me llevó un día a escribir esto..

Entre las piernas

Él estaba de espaldas. El otro lo marcaba. Él la tenía con él. El otro la deseaba. Él era pura tranquilidad, el otro, desesperación. Cuando ese objeto blanco, llamado pelota, pasó por sus piernas se enardecieron los corazones, las gargantas quedaron sin voz, las manos rojas. Cuando él la paso entre sus piernas rugió, gritó, el estadio. Se enmudeció la gente de blanco y rojo, continuaron callados.

Y los dioses se pararon, lo aplaudieron, lo veneraron. Los dioses se quedaron atónitos frente a tanta belleza. Yepes también.

Mi viejo después de eso se paró y se fue a hablar con mi vieja. Volvió. Y cuando volvió lo que nadie entendió. Tal vez porque en ese momento mi hermana estaba de novia con un gashina, pero lo cierto es que estaba ahí. Sí. Mi hermana que odia al fútbol gracias a nosotros dos sentada. Y mirando el partido. Recuerdo la jugada como si fuese en este momento. Pero por más que quisiera no la olvidaría. Si existiera una facultad bostera, el cursillo debería aprobarse sabiendo este gol. Román esperando que pase Battaglia. Este último tirando el pase atrás. En todo ese tiempo contábamos los diez segundos que faltaban. Me acuerdo que al tomarla Palermo habíamos comenzado con el 5,4,3,2… “GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL”. Y juro que nunca lloré tanto en mi vida. Mi viejo me abrazaba y festejaba. Ya se había ido a peinar para ir a festejar al centro. Salí corriendo de mi casa, me frenó un vecino y me felicitó. Yo no paraba de correr y de gritar en medio de la calle. No tenía voz pero la saqué de no sé dónde. Él, no tenía fuerzas, no tenía goles en entrenamientos y sacó eso. Que fue la alegría más alegre de mi vida. Fue felicidad total. Fue la vuelta de él. Fue como el ave Fénix. Que renace, que hizo morir de bronca a los primos. Fue él y fue yo que ese día logré uno de esos lazos eternos e imposible de romper con cada uno de esos jugadores y con los colores. La fiesta en mi Villa María natal era impactante. Nadie se iba. Se bajó la bandera argentina para izar la de Boca… y yo no pude dormir. Hace 12 años pasaba esto. Hoy, en este presente todavía no puedo ver todo el partido porque termino emocionado. Hoy, a 12 años, mi amor sigue intacto como aquel día. ¡FELÍZ DÍA DE LA PATERNIDAD!]]>