En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el primer superclásico del verano.

Me transpiran las manos, ¿ven? La nariz también. Siempre pasa. No sé porque, pero es hasta gracioso. Más aun cuando estoy nervioso. Y esas gotas se juntan con las de la frente, que hacen que uno no tenga que tener una luz para que brille. Eso no debería pasar y más cuando el aire acondicionado está por debajo de lo pedido. Acá en Córdoba, EPEC, sacó una campaña para que los acondicionadores de aire estén todos a 25º. Ellos no siempre cumplen cuando alguien les pide cosas, pero ese es otro tema.

Y afuera estuvo lloviendo. Con fuerza, con rabia, con bronca. Era como que la Negra Sosa, o Don Atahualpa estuviesen llorando por no poder estar en el Escenario Mayor. Refrescó, mucho. En las sierras el frío se descuelga de los árboles y te roza hasta lastimarte. Baja de las montañas y se queda con uno, y difícilmente lo suelte. Pero uno empieza a transpirar y esa famosa gota gorda, comienza su camino hacia abajo. Al principio da cosquillas, después cuando pasa por la espalda el escalofrío se adueña de uno y al final molesta.

Yo estoy escribiendo desde Cosquín. En el primer día del Festival Nacional de Folklore. En un crisol de provincias, tonadas y danzas, los amigos aparecen. El Festival de Cosquín tiene un no sé qué. Frase hecha pero cierta. Porque no sé qué es, pero lo tiene y lo hace diferente al resto. Eso me es muy familiar por los colores que defiendo.

La Sala de Prensa es sala de compañeros, los artistas son colegas y el baile invita a olvidarse de los problemas. Siempre me gustó la zamba Para Villa María, que invita a dejar las penas por ahí y adentrarse a la Villa. Pero para mí es tranquilamente utilizable para las tierras coscoinas.

Ya de noche, los fuegos explotan. La voz del presentador te hace vibrar, saber que estas en la capital del folklore no es un dato menor. Ver el escenario donde tu viejo bailó (de quien no seguiste los pasos hasta arrepentirte) lleno de colores y de alegría, emociona. Pero estoy de otro modo. Estoy como periodista.

Entonces uno está nervioso. Porque al frente de uno está un artista como Bruno Arias, en la Sala de Conferencias. Y todos preguntan, todos se interesan, todos se dejan llevar por sus palabras (de la misma manera que uno se deja llevar cuando canta y más aún cuando lo hace con esa fuerza y compromiso típica de él).

Pero uno no está ahí, por más que físicamente lo esté. Uno sigue nervioso. Se olvida del mundo, se olvida de las penas porque se está adentrando. Uno se deja llevar pero por otra música. Por otro coro, que son miles y miles de garganta gritando. Gritan y alientan por los colores de uno, por Boquita, por Boca. Por eso que es folklore de uno, porque es lo que llevo más adentro. Es mi raíz más fuerte. Es mi tradición perpetua. Es mi amor más infinito, si es que existe algo infinito para medir.

Entonces uno no puede descuidar su profesión. Pero pierde cuidado y se va escuchando el partido. El mundo se puede caer, la vida puede llegar a su fin pero uno tiene una sola palabra en la cabeza: Boca.

Es un partido de verano, ya sé. Pero si hace un año al frente mío lo tenía a León Gieco –ser humano que admiro como a pocos- y por mensaje de texto me comentaban que Blandi le metía un gol a ellos, a los primos, a los hijos, a River o Riber (cómo prefieran) y la transpiración se adueñaba de mí. Entonces ¿cómo no hoy? ¿Cómo no esta noche de nuevo? Si es un clásico. Si es un partido de verano sí, pero ahí en la cancha está Boca.

Entonces uno se levanta y se va de la conferencia. Sufre por demás, o lo que tiene que sufrir. Se pone mal y bien. Se enoja con la vida, se alegra por el festival. Boca está perdiendo y no es lo esperado. Es un ida y vuelta al placer o al odio. Pero sobre todo es amor. Fiel. Más importante que cualquier cosa. Que perdona cualquier tropezón.

Pero siguen siendo placer. Sin más. Las dos cosas. Porque uno está en un Festival que enamora a los primerizos y sigue conquistando a los que ya fueron. Entonces se disfruta. Porque se sabe que la vida sin música no tiene sentido…

Pero la mía sin BOCA, mucho menos…