En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, las profundas sensaciones que generó el superclásico.

Este 28 de octubre tuve que volver a mi ciudad. Los 60 años de mi tío Juan Alberto, número redondo y por ende festejable, hacían que la vuelta a Villa María no se pudiese demorar. Un mes antes me avisaron de la fiesta y entonces allí recordé. Viaje en el tiempo y me di cuenta de que el día de sus 50 años, allá en 2002, un 27 de octubre también jugaban Boca y River en el gallinero.

Uno que a veces trata de ser razonable, no puede con ciertas cábalas y fechas. Más aún cuando el equipo actual no da garantías de nada. Entonces uno se aferró a ese recuerdo y los dos goles de Delgado para pensar –desear-  que diez años después, la alegría fuese bostera nuevamente. Entonces fue viendo ciertas cosas que podían asegurar por esas cosas del destino, una victoria o por lo menos dos goles en Núñez.

Una de las claves era ver el partido los mismos que en aquel entonces en la casa de Benjamín. Allí uno tendría uno de sus momentos sublimes en fanatismo ciego, cuando al frente de todo el mundo (léase familia, con los abuelos y demás) se tomaba los genitales de frente al televisor y le gritaba a Comizzo. Un mensaje inapropiado del amigo del alma que anunciaba que era imposible volver, trajo el susto. Y la seguridad de saber que no siempre gana Boca cuando lo vemos en mi casa.

Allá a lo lejos, hace diez años, los dos no venían muy bien, por más que Boca tuvo una remontada memorable aquel Apertura. En la fecha previa Boca había ganado 2 a 1 a Chacarita y ahora tan solo un empate. Luz roja para eso. La tranquilidad fue saber que en aquel entonces River en la previa perdía 5 a 0 con Banfield en un partido que lograron suspender sus hinchas, y ahora el 0 – 1 con Quilmes podría dar una luz de esperanza. Me asustó el hecho de que aquel entonces nuestro técnico era el respetado y querido Tabárez. El de ahora….

Entonces uno fue atando cabos, fue haciéndose la cabeza de que se podía dar. De que no es imposible y menos contra ellos. En la semana, una musculosa que no sé cómo llegó a mi departamento que tiene blanco y rojo, se tuvo que ir a la casa de un hincha de Racing. Nada de eso cerca, por las dudas ¿vio?

Ya en la fiesta, la comida se atraganta. No se digiere. Los nervios van en contra de muchos. La familia piensa en el protagonista de la tarde. Yo pienso en otros protagonistas. Me agarra cierta culpa, pero se va rápido. Sigo siendo de la familia. Todos me conocen y la esencia no se cambia.

A las tres Franco que hizo las veces de chofer me pasa a buscar. La segunda parada fue la casa de Lucas, quien es más razonable y con argumentos más de una vez me quiere “cagar a trompadas”. Entonces nos sentamos. La bandera de siempre en el mismo lugar. Las camisetas de todo tipo en la punta de la mesa y el partido que empieza.

De golpe uno pestañea y River ya gana 1 a 0. Menos de dos minutos y el sol de Villa María se vuelve negro. “Y bueh”, “me estás jodiendo”, “esto es un cuento” se escucha de uno que es repetido por el otro. Cierta resignación inunda el comedor. Pero esto es Boca…

La historia ya la saben. El resultado final logra que Lucas diga “La próxima te cago a trompadas, loco de mierda ¿Cómo vas a patear la puerta así? Te vas a morir no sólo por Boca, sino por boludo”. Me aproximo a la puerta veo que no tiene marcas, no pasa nada. En el barrio todos supieron Boca había empatado. Franco, no decía nada pero estaba tranquilo. Benja a la distancia mandaba sus opiniones. Y uno estaba con esa sonrisa maliciosa…

Una sonrisa maldita. Como diciendo, no había mejor forma. Mejor dicho, era mejor ganarles. Pero esto se saborea. No es festejar un empate. Es algo increíble, es hacerles saber que su vuelta tiene un costo. Es hacerles el cuento del tío, cuando parece que el cuento es para nosotros. Porque el discurso de creer que logramos algo más de lo que logramos, se transforma en una suerte de estafa que le hicimos.

Porque les robamos el botín. Se confiaron, fueron ingenuos y le quitamos en el último suspiro esa alegría. Que fue, es y será solo bostera. Que más allá de ganarla esta vez la robamos. A los millonarios que cada vez cuentan menos monedas. Que le dejamos que se imaginaran afiches, cargadas y demás, para luego robarlo. Y eso si se puede festejar.

Este 28 de octubre el cuento del tío fue para nosotros, una de las mejores historias. A mi tío –que me va a saber disculpar la ausencia prematura- y al pueblo bostero… ¡Salú!