A 16 años, Juanma revive su viaje vs. Milan y deja en claro que no hay fronteras para tanta pasión. Una entrevista con el corazón en la mano.

La pasión por Boca es algo difícil de explicar. Cada hincha lo vive de una manera diferente, pero hay algunos que cuentan con ciertas historias que son dignas de sacar a la luz para que otros puedan, aunque sea por un segundo, entender lo que es este sentimiento inoxidable. Por eso Planeta Boca Juniors se contactó con Juanma, quien en 2003 tuvo la suerte de estar en aquella final vs. Milan de la que hoy se cumple un nuevo aniversario.

El viaje de este joven enamorado del Xeneize comenzó mucho antes que el 14 de diciembre. Cuando Boca le gana al Santos su quinta Copa Libertadores de América, él ya tenía en mente una posible escapada a tierras japonesas. Pero había un problema no menor que debía resolver: el tema monetario.

En 2003 tenía 17 años y estaba terminando el secundario. Decidí no ir al viaje de egresados y guardarme la plata para ver si podía llegar a ir a Japón. Desde junio, cuando le ganamos al Santos, empecé a hacer rifas, vender cosas y ni dudé en todo lo que había que hacer para poder viajar. Como la situación del país era más complicada, terminé viajando solo con mi hermano Juan Pablo, que tenía 14 años en ese momento. Nos acompañaron otros conocidos de la cancha, que nos cuidaron durante toda nuestra estadía”.

Como bien explicó Juanma, sus padres -también boquenses- se habían quedado haciendo el aguante en la Argentina. Pero, más allá de todo tipo de colaboración económica que pudieron haber hecho para que sus herederos disfrutaran esta experiencia, habían pedido un favor especial. Algunos le dirán cábalas, otros costumbres…

En el 2000, cuando habíamos ido con mi viejo, conocimos un templo en donde está el ritual de tomar agua de una fuente y pedir un deseo. Él nos pidió que eso sea lo primero que hiciéramos una vez aterrizados en Tokio. Apenas nos levantamos el sábado, nos fuimos a la estación de subte y llegamos al templo para cumplir con el pedido. Cuando volvimos al hotel, los que nos tenían que cuidar nos cagaron a pedos porque no sabían dónde estábamos. Imaginate que no se usaban tanto los celulares y no podían encontrar a dos chicos de 17 y 14 años. Pero teníamos que hacer lo que nos había pedido mi viejo, ja”.

El dinero alcanzaba justo. No había compras en vano, ni gustos personales para Juanma y Juan. Lo único que importaba era estar en el estadio, alentando a Boca y esperando que los soldados del Virrey hicieran historia una vez más. Pero antes de eso había que darse una vueltita por los trenes, no vaya a ser cosa que se perdieran una buena oportunidad:

Habíamos llevado ropa, gorros, bufandas para vender y tratar de recuperar algo del viaje. Fuimos con mi hermano al tren y empezamos a hacer como si fuésemos vendedores de acá, de Argentina. En eso saltó un japonés que nos habló en castellano y nos quedamos petrificados, ja. Hasta el día de hoy nos seguimos muriendo de la risa con ese viaje. Los japoneses estaban al tanto de todo, por eso me reía cuando querían vendernos cosas nuevas con River en 2015. Nosotros ya lo habíamos vivido hace 10 años”.

El día de la final fue todo nervio. No había lugar para la broma, el disfrute, el asombro y todo el espectáculo que pueda llegar a tener un partido de esa característica:

“En el partido estaba muy nervioso. Yo sentía que también estaba representando a los que no habían podido viajar y estaban en Buenos Aires. Es más, escuchá está: durante todo el 2003 usé la misma ropa en la Copa y siempre llevaba una musculosa. En Japón era pleno invierno y yo estaba con esa misma remera, pero yo nunca sentí el frío hasta que terminó el partido y me bajó toda la adrenalina. No lo podía creer”.

“Cuando Cascini metió el penal, justo en el arco que estábamos nosotros, quería estar abrazado con mis viejos, tenía ganas de que estén conmigo ahí. Apenas pegó la pelota en la red, me tiré de la baranda para saludar otra vez a mi hermano, como en el gol de Donnet. La tribuna era un descontrol. Fue una mezcla de sensaciones increíble”.

Pasaron 16 años pero Juanma mantiene vigente aquella gloriosa estadía junto a una de sus personas favoritas. Poco le importa haber pasado hambre y juntado las sobras de gaseosa para poder tomar algo rico en la otra punta del mundo, ya que lo vivido junto al equipo de sus amores no se borrará ni con el paso del tiempo:

Ver a Boca campeón del mundo en la cancha no se puede explicar, lo tenés que vivir. No te alcanzan las palabras, las fotos, los videos, nada. Mis amigos siempre me dicen que no me puedo quejar de nada. Es lo máximo que puede ver un hincha de fútbol, y yo lo vi. Siempre digo lo mismo: Boca es un estilo de vida”.

Pero este relato no termina acá. Como si todo lo contado fuese poco, Juanma compartió viaje de vuelta con los jugadores del Milan, que bajaban en la escala de Italia. ¿El compartamiento de los bosteros? Normal. Dieron la vuelta olímpica adentro del avión, con las banderas, y adelante de los futbolistas. Porque como Japón no es para cualquiera, hay que festejarlo en donde sea.