Alfaro pasó sus primeros seis meses como DT de Boca. Analizamos lo bueno y lo malo.


Llegó en enero, se adaptó, obtuvo resultados, logró un título, perdió otro y muy pocas veces convenció desde el juego. Así podrían resumirse, rápidamente, los primeros seis meses de Gustavo Alfaro al frente de Boca. Pero hay más profundidad para hacer un análisis.

El entrenador agarró un fierro caliente cuando asumió. El equipo venía de perder la final de la Copa ante River y el DT tenía un doble objetivo: levantar a los jugadores tanto futbolística como anímicamente y lograr resultados en lo inmediato.

La primera parte la cumplió a medias ya que desde el juego, Boca no brilló ni encontró una manera para superar a sus rivales. Sin embargo, el Xeneize ganó la mayoría de sus partidos y logró casi todos los objetivos propuestos a principio del año calendario. Por eso vale decir que el trabajo de Alfaro fue aprobado: campeón de la Supercopa, clasificación a octavos de Libertadores 2019 y acceso a la Copa del 2020.

Otro de los puntos a favor para Lechuga fue la actitud que le impuso a su plantel que pese a no jugar del todo bien, nunca se entregó y por muchos momentos sacó a relucir el fuego sagrado que tiene que tener un equipo de Boca.

La confianza que Alfaro le dio a algunos protagonistas fue importante: Andrada fue figura siempre, Buffarini se adaptó por completo, López fue una revelación, Reynoso volvió a jugar, Villa levantó su nivel y Mauro lució de a ratos.

Está claro que la parte negativa de este primer semestre pasa por el juego: Alfaro no encontró un sistema, Boca no tuvo una identidad y las individualidades salvaron la ropa en muchas circunstancias. Aquí es donde deberá hacer foco el míster -como lo apoda Tevez- para obtener resultados positivos durante la segunda mitad del año.

Ilusionado, confiado y convencido que las cosas pueden ir todavía mejor, Alfaro ya prepara la pretemporada y sueña con alcanzar la gloria a fin de año. Toda la vida se preparó para esto. Crédito más que abierto.