En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, los 20 años de la Libertadores 2001 que, además, fue el primer partido que vio a Boca en La Bombonera el redactor…

¡Pero la puta madre! Mirá esa pelota hasta dónde fue. ¿Por qué hay que sufrir tanto? ¿Por qué este bautismo en la cancha de Boca y a la vez mi consagración, mi mayoría de edad como hincha con 12 años? Sí con doce, para presenciar por primera vez un partido en mi segunda casa. Y encima una final. Y encima de Libertadores… Y encima con un sufrimiento que no se aguanta. Y no son los gases lacrimógenos que aún cortan la respiración. Explícame papi, por qué no podía definir Bermúdez. ¿Por qué rompió de esa manera el travesaño? ¿Por qué me tengo que unir al rezo al lamento de Román?

Vamos Oscar… Te pido una más Córdoba. O a vos Virrey. Que no te de ocupado el celular…

Agarrame fuerte la mano, viejo. Hagamos fuerzas que ahí va a patear el penal Pinheiro. Que encima es un brasilero nacionalizado mexicano. Vamos Boca te pido una más. Que ahí va corriendo el del Cruz Azul

La transición

Todavía era muy reciente el festejo en Japón, cuando empezó la participación de Boca en la Copa del 2001. Había empezado tibio el torneo local y los hinchas habían recibido sin problemas el “es un año de transición” con el que Bianchi había tratado de bajar las expectativas. Se habían ido varios pesos pesados y sobre todo el más pesado dentro del área. Sin Martín Palermo el camino empezaba con dudas de lo que pasaría en la delantera, pero no en los jugadores. Así se vio desde el primer partido cuando Boca venció a Oriente Petrolero en la primera fecha. Cabeza fría, sin desesperación, un equipo que descansaba en Riquelme -presagio de lo que vendría-, goles de Román y de Pérez. No muchos chiches, pero sí contundencia. Y la mente ganadora, como carta de presentación. Así viajó al desierto de Calama, para que Bermúdez se elevara entre tantos de naranja.

No había brillo pero sí victorias, inclusive si empezaban perdiendo como contra Deportivo Cali. Empezaba a aparecer el “Chelo” Delgado para ganar con dos goles. El fuego vivo ganador, pese a una noche con un diluvio impresionante en La Boca, para que el “Chavo” Pinto debutara en la red; y visita a Bolivia con mayoría de suplentes para que Abbondancieri -así se escribía por entonces- empezase a saber lo que era atajar penales. Una jugada antológica de Gaitán y un pase al medio le daba el gol a Pandolfi y la punta a un equipo que perdió en Cali con un error de Córdoba, un gol en contra de Marchant y con la cabeza puesta en los octavos.

Bianchi decía que prefería la Copa al torneo, para mentalizar a los muchachos de cara a la ida de octavos frente a Junior en Barranquilla. Los tiburones quedaron sin dientes, que fueron los que mostró Boca para ganar 3 a 2 (con gol de Román y los restantes de Delgado) a un equipo que contaba con la humedad y el calor, además de su hinchada como aliados. La vuelta fue 1 a 1 para que Guillermo tranquilizara después del susto antes de los dos minutos. En cuartos esperaba el cuco de la Copa: Vasco Da Gama. Último campeón de la Mercosur, que fue borrado en su cancha y arrasado en la vuelta. El gol de Guillermo en Brasil daba tranquilidad, pero el baile en La Bombonera, nos permitía soñar realmente con la vuelta. Tanto que hasta Matellán hizo una en el aire para clavarla y empezar la alegría y Guillermo clavó dos para confirmarla.

En semifinales llegó la mejor prueba de carácter y la confirmación por parte del Palmeiras, de que las segundas partes no son buenas. En la ida Delgado desgarrado dejó su lugar a Barijho, que fue clave en el 2 a 2 final, luego de una jugada de Riquelme… a lo Román. Boca jugaba mal esa primera semi y se llenaba de dudas, ampliadas por el desgarro de Guillermo luego de poner las cosas iguales en uno. Así y todo Boca viajaba al Parque Antártica, para jugar en una caldera. Puertas afuera por las bombas de estruendo de la gente del Palmeiras, la noche previa; puertas adentro por las bombas de los dirigentes, sobre todo el tesorero Salvestrini que decía que la amenaza de no viajar a Brasil por plata debida era “miedo al fracaso”.

Dentro de la cancha Palmeiras pegaba y pegaba, en el entretiempo un piedrazo le caía a Bianchi, le abría la cabeza, pero no se movía del palco. Los que se movieron fueron los hinchas de ellos con una agresión al juez de línea – que ahora suspendería un partido- que se entusiasmaron por la expulsión de Matellán y el empate en contra de Bermúdez. Luego de un primer tiempo para un cuadro, con un Riquelme jugando uno de los mejores partidos de su vida -con un golazo- con Giménez y Gaitán haciendo no notar las ausencias, llegó el padecimiento.

La presencia necesaria llegó después de los 90 minutos. Nuevamente penales contra los de verde, nuevamente Córdoba siendo el responsable de festejar en Brasil. Lopes y Muñoz adentro, Alex y Basilio atajados y Arce desviado. Uno solo de Boca erro que fue Traverso. Boca a la final y Salvestrini al psicólogo.

El tiro del final

Jueves 28 de junio. Fresco, mejor dicho mucho frío en Buenos Aires. Ocho días antes Boca ganó la primera final de una nueva edición de la Copa Libertadores en México, en el Estadio Azteca. Ahí donde, en el mismo arco donde Maradona 15 años atrás metía el mejor gol, el “Chelo” lo hará festejar de nuevo. Es un homenaje a su modo a Maradona. Es un grito en la altura mexicana para que el pueblo festeje. Es la mitad de la Copa en el bolsillo, pese a que Bianchi pide mesura. La que no tuvieron los hinchas del Cruz Azul, que se la agarraban con él cuando se asomaba en el banco de suplentes. Era entendible ya que se convertía en la primera derrota de ellos jugando de local. Luego de haber bailado a River y hacerse fuerte en Rosario, vs Central.

La conquista

Es jueves 28 de junio, casi 29 cuando explota La Bombonera. Es casi media noche cuando la jornada se empieza a convertir en eterna, cuando se queda ahí alargando los minutos, pero ahora con felicidad.

Es casi la medianoche cuando un Bianchi de traje alza los brazos y Riquelme sale disparando desde la mitad de la cancha, luego de dejar de rezarlo a Córdoba y a algún dios, que ayuda para que el último penal se vaya bien lejos. Allá donde la monada se vuelve loca, donde hay avalanchas de festejos.

Ya pasó el dolor en la panza, ya las uñas dejaron de comerse. Ya terminó el sufrimiento que nos había anticipado un sabio Carlos, que había dicho no festejar a cuenta, pero la muchedumbre no le daba bola. Ya habíamos perdido años de vida en Brasil como para no confiar, pero cometimos el pecado de creérnosla. Porque por algo ellos eran finalistas y tenían a jugadores como “Matute” Morales, el “Conejo” Pérez, que era como Serna atajando; a un Saturnino Cardozo endiablado y a un Palencia hecho un monstruo. Era un gran equipo y Bianchi lo sabía, pero nosotros no. Banderines, banderas bufandas con “Boca Tetracampeón” en todas partes, esas cosas que mufan pero estábamos tan bien…

Es casi la medianoche cuando Román está eufórico y llora como un nene. Como el que está en la segunda bandeja abrazado a su padre, quien lo trajo desde Villa María. Ya es casi un nuevo día, el primero siendo bicampeones de América, cuando se nos va la transpiración fría; la locura sufrida y el sufrimiento alocado, ya estaba. Ya había pasado la mejor recepción de la historia para Boca, ya me había emocionado apenas entré a la cancha y cuando vi desplegar el telón de Maradona, que era gigante y había visto en los palcos de enfrente al gigante Maradona. Ya habíamos llorado como Palermo, por los gases lacrimógenos, porque nunca vimos tanta gente en las afueras que después hizo quilombo para entrar. Ya habían tirado los gases lacrimógenos que nos hicieron llorar agrio, para que ahora lloremos este momento que será recuerdo de los más dulces. Ya había estado parado el partido, ya se habían recuperado los jugadores, pero sobre todo los de ellos del impacto de ver a La Bombonera. No les pesó tanto, la puta madre. No les pesó.

Ya habían tenido más chances que nosotros en el primer tiempo, pero “vamos que no podemos perder”. Dale que ya eliminamos a los candidatos, dale que ya estamos en Japón, porque fueron invitados. La fiesta está servida. Ya nos habíamos reído de los mexicanos que hacían como un fantasma en cada ataque, ya intercambiamos souvenirs por estar tan cerca. Ya me quedé mirándolos de nuevo y nos perdimos el gol. Mirá a Palencia, corriendo sólo. No se puede creer, dale Boca. Dale Boca. Tuviste pocas sin claridad y ellos en la tercera clara la mandan a guardar.

Ya habíamos cantado como Maradona en el palco, como los que están afuera y los que pagaron fortunas para estar adentro. Ya habíamos sido millones tensionando el aire, más cuando a los 23 minutos casi meten el segundo, con un tiro que sobró a todos y pegó en el palo. Ya habíamos corrido con Villarreal, habíamos cabeceado con Bermúdez todas, le habíamos dado fuerzas a las piernas y a las manos de Córdoba. Habíamos jugado con la defensa el achique que salió tan bien y nos hacía tan mal.

Ya habíamos sufrido demasiado para tener que vivir lo que vendría. Ya La 12 había prendido la pirotecnia y cantábamos, cagados hasta las patas, pero cantábamos. Saltábamos, con más dudas que certezas, pero saltábamos. Nos veníamos abajo para levantar al equipo, nos habíamos maldecido todo con el tiro en el travesaño del 13 de los nuestros, ya creíamos en la mala suerte. Pero Boca era Boca y nos había acostumbrado a eso.

Ya habíamos pasado mucho, para lo que faltaba. Habían sido chispas que no daban la luz. Se apagaban rápido las ideas y las esperanzas cuando terminó el partido. Cuando el árbitro pitó el final ya habíamos entendido que había sido el peor partido de esa Copa. Sí, justamente en la final.

Ya habíamos visto cómo Román la ponía al lado del palo, lo mismo que Valencia; habíamos visto a Serna patear a la izquierda del arquero, para 2 a 1. Y habíamos explotado con Galdames y su penal atajado por nuestro arquero: Delgado, violentísimo a la izquierda de Pérez, 3 a 1;  Hernández, errando mal, por arriba del travesaño…

¡Pero la puta madre! Mirá esa pelota hasta dónde fue. ¿Por qué hay que sufrir tanto? ¿Por qué este bautismo en la cancha de Boca y a la vez mi consagración, mi mayoría de edad como hincha con 12 años? Sí con doce, para presenciar por primera vez un partido en mi segunda casa. Y encima una final. Y encima de Libertadores… Y encima con un sufrimiento que no se aguanta. Explicame papi, por qué no podía definir Bermúdez. ¿Por qué rompió de esa manera el travesaño? ¿Por qué me tengo que unir al rezo al lamento de Román?

Vamos Oscar… Te pido una más Córdoba. O a vos Virrey. Que no te de ocupado el celular…

Agarrame fuerte la mano, viejo. Hagamos fuerzas que ahí va a patear el penal Pinheiro. Que encima es un brasilero nacionalizado mexicano. Vamos Boca te pido una más. Que ahí va corriendo el del Cruz Azul…

¡Vamosssssssssss! ¡Campeones! La puta madre. Ya habíamos vivido todo, pero no habíamos sentido esto. Éramos campeones, éramos un solo abrazo, un puño apretado de millones y de generaciones, para festejar en casa. Éramos las lagrimas más sinceras y la disfonía mas contenta. Éramos Bicampeones, cuando el descontrol se apropió de Brandsen 805, cuando la multitud empezó a invadir la cancha. Éramos pulsiones emocionales que no sabíamos qué pensar, pero sí cómo sentir. Éramos un solo corazón azul y oro que estaba al borde del colapso y a la vez nos dábamos más dosis de vida. Éramos inmortales cuando ese jueves se moría.

Éramos llanto y alegría, felicidad y desazón. Éramos demencia, éramos los protagonistas de la historia. Éramos el agradecimiento a esos jugadores y Cuerpo Técnico, que nos daban la vuelta en la cara y sobre todo en el alma. Éramos, con mi viejo que había velado el rollo de fotos, los retratadores de momentos imborrables para la memoria. Para nuestra unión en azul y oro, el agradecimiento a Pedro, que como nos había dado el pase a esa alegría. Mientras que los jugadores con la cuarta copa nos daban el pase a Japón, pero al mejor momento de la vida en 12 años.

Éramos unos agradecidos insaciables, éramos la entrega de por vida a este amor que no tiene límites. Éramos los que habíamos sufrido 90 minutos de una pesadilla innombrable, para terminar, festejando con ese cuerpo técnico y esos jugadores, que volvieron porque la gente no quería irse, los que siguieron festejando alocadamente en el carrito de lesionados para curarnos los sinsabores del corazón. Ellos, los campeones de América, conquistadores de millones de sueños, materializados en esa Copa Libertadores.