En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la fiesta azul y oro que se vivió en Córdoba.

Qué lindo… ¡Pero qué hermoso! ¡Qué lindohermoso! ¡Qué hermosolindo! Lo que se vivió el domingo en Córdoba con Boca. Cómo se vivió el domingo Córdoba con Boca. Luego del 1- 0 del 2006, aquel mal recuerdo sólo quedó en eso… ¡Gracias Belgrano por ascender!

Todo empezó bien temprano cuando a las 15:30 la Plaza San Martín se convirtió en el lugar acordado. Luego de unas pastas al mediodía, como mandan los genoveses, las paradas de los colectivos era la primera posta para ver a Boquita. Uno que ya ha pasado por la experiencia de viajar con hinchas del “pirata” en un colectivo – y no pasarla nada bien-, se había camuflado un poco para no volver a pasar esos malos momentos. “De última voy con ellos, y después me cruzo hasta donde están los de Boca”. En eso Franco (uno de los amigos que te da Boca) me encuentra y acordamos ir juntos. “De última, macho, vamos con los de Belgrano”, mientras uno mira que el colectivo que dice al Estadio Kempes no da más de tanto celeste.

“¿Fuiste a hacer la cola para la entrada? ¿Qué desde el jueves a las 18 para recién comprar el sábado la `popu’?”  Sí, sí, y sí. Todas las respuestas son sí. A la pasión y a la razón que pregunta y no entiende, lo que generó Boca entre semana para verlo de nuevo.

En Córdoba la humedad mata y más cuando esta fresco. Entonces uno no sabe porqué comienza a transpirar, y las manos tienen un temblor especial. Un “Dale Bo” se escucha a lo lejos, se acerca, ahora está ahí en la esquina. Es el N3 (acá en Córdoba los colectivos llevan esos nombres) que pasa cada vez que se muere un obispo, lleno de bosteros. Entonces la carrera loca para llegar y para que no nos deje comienza. Subimos amontonados, aplastados, y el chofer mira al fondo. No ve más lugar. Deja a unos en la parada.

Las canciones se repiten una y otra vez y el colectivo va a los saltos. Esto es literal. Se mueve de una forma que hasta uno siente pena por los pasajeros que no tienen nada que ver. Y que nos miran como diciendo, “qué locos” o “qué locos lindos”. Uno nunca sabe.

Ya en la cancha la cola es interminable. Pero nadie se apura, todos cantan y bailan. Van hablando de la formación del equipo mientras el “chori” larga sus aromas que no encuentran resistencia. Acá la Pritty limón a veces suplanta la Coca y le da un toque más de estos lados a la cosa. Otro Franco (amigo del alma) llama y dice que la policía de Córdoba los tiene parados en la entrada a la capital. La misma policía no controló a nadie de la hinchada, cuando pasaron. Esas cosas tiene la policía cordobesa que es de lo peor que hay. No se entiende como tuvo tanto tiempo a los cordobeses que venían con las peñas. Tampoco se entiende esto de que haya cordobeses que no sean de equipos cordobeses. Como quien escribe. Pero ya sabemos, ustedes y yo, que Boca no se explica.

Adentro del “Cható”, porque se recuerda la vieja forma nombrarlo, la fiesta toma color. Y mucho. No cabe un alfiler. No entra más nadie. La gente de Belgrano recibe a puro color y la de Boca… como nos tiene acostumbrado. Más color, más calor y canto. Banderas, bombos, la alegría que se adueña de la Popular Norte. Es increíble como cantan. Hasta me animo a decir que mucho más que algún que otro partido en la Bombonera. Las gargantas se quedan roncas, las manos aplauden, las cámaras iluminan la tribuna con los flashes. Sale Boca y es carnaval. Adentro y fuera.

El telón que baja y uno que lo toca. Es uno de los tantos que lo toca. Pero lo siente, se agarra y no lo deja. Se mueve. Baila, disfruta. Mira al cielo, que tiene las estrellas amarillas. Se emociona. Se queda anonadado. Vive lo que vivió muchas veces. Pero lo vive. Ese es el punto. Lo vive, lo siente. Es uno de esos momentos donde se le dice a la muerte: “Vení, llévame si querés. Anímate a llevarme así feliz. Así, pleno, entero, sin más nada que pedir”.

El partido empieza. Uno se come las uñas, los dedos, los nervios. Los nervios lo comen a uno. En eso las camisetas blancas se juntan y hay un gol… de los otros. “¿Quién es?” Giménez. “No este jugó para nosotros, que culiaaaaa” me dice uno. (Así en cordobé, sin ser de lo más lindo).

“Má, que no ni no”, dice Meli y se fuma uno a uno sus puchos. O los puchos la fuman a ella. Pero se canta más que al principio y parece que el gol en contra no importa… es que no importa. En el entretiempo el vendedor de coca se hace presente. 15 pesos y la queja del comprador: “Eh, viejo, ¿un poco más de coca no?”, aunque todo el mundo sabe que quiso decir: “Eh, viejo. Coca sola, ¿y el fernet?”.

El segundo tiempo empieza bien. Abrazado a mi amigo del alma que me levanta como si fuese una bolsa de papas y grita conmigo. Un grito desaforado de esos leones que rugen en la tribuna aturde al Kempes. No sería más lo mismo. 11 mil que callan al resto, no es un dato intrascendente pero tampoco menor. Entonces la fiesta sigue, por más que uno ve que la victoria no va a venir.

Al final, “el Boca, Boca de mi vidaaaaaaa” produce un nudo en la garganta. Es un coro alineado, afinado. Todos cantan, todos bailan y vuelven a mirar ese cielo con estrellas amarillas. El pitazo final, y un poco de bronca por el resultado, pero ¿quién nos quita lo bailado, lo cantado, lo alentado? Nadie.

Uno se da cuenta que este equipo molesto, en el buen sentido de la palabra, como es Belgrano al ÚNICO GRANDE que no venció es a Boca en esta temporada. En el final de la anterior todos saben que pasó, pero igual. Las comparaciones son odiosas pero a veces necesarias, como para saber de que estamos hablando de Boca, ¿no?

A la salida los choris, la Pritty, los cantos. La bronca de que el tiempo nos juega esa pasada mala de apurarse cuando no debe, de que al principio no llegaban las horas y al final se pasa volando entre los árboles aledaños del estadio.  A la vuelta la Cañada, el Parque Sarmiento, el Cabildo, la Plaza San Martín, la Catedral, el paseo de las Artes, y demás lugares tienen más camisetas de Boca. Demostrando que lo del jueves no fue casualidad. Boca es capo en Córdoba como en la mayoría del país. Y a uno le da ese orgullo de decir… qué hermosolindo, qué placer ser bostero…

A la vuelta, uno se sienta y observa. La muerte lo mira a uno. Y le dice: “Me da bronca, no puedo llevarte así”.