En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la lucha del Xeneize por el campeonato.

Hasta los 38 minutos del segundo tiempo, me creía ya sin ilusiones. Perdido como todo bostero que veía como otro domingo, sin sumar, se consumaba. Andaba así como sin esperanza, hasta que Román, quien ha sabido revivir a Boca más de una vez, empezó el “milagro”.

Ahí fue cuando me acordé de quien me enseñó, en los últimos tiempos, a aferrarme a la esperanza.

Sábado por la mañana. Fines de octubre. Acompañar a quien te acompaña día a día, a hacer un trabajo de fotoperiodismo, puede ser mucho más intenso, y llenador de lo que se piensa. Para un trabajo de la profesión de una persona, ella eligió a un carrero cordobés. Acá empieza todo.

En Córdoba existe la Cooperativa La Esperanza, que reúne a centenares de carros, y a sus dueños, los olvidados del sistema. A ellos, los caballos los llevan por las calles de La Docta, para juntar algo que les pueda servir y así venderlo. O encargarse de limpiar los que otros no hacen, como escombros, y si el viaje sale bien, se hacen el día con menos de cien pesos. Trabajo de lunes a lunes. Sin feriados ni francos. Sin reconocimiento de la Justicia, las autoridades, ni de la gente. Sin más que su caballo. Sin más… ellos que siempre tienen menos.

El carrero que conocimos de apellido Gallardo, había mejorado esa denominación, por la camiseta de Boca debajo de su traje. “Soy muy bostero”, aseguraba Alejandro, quien fue quien hizo las veces de “chofer” en un recorrido diurno, cuando no toda la ciudad se despierta.

Respetuoso y agradecido como pocos, en la confianza tempranera contaba haber estado nueve años en la cárcel. Y el sacrificio por sus hermanos, en el carro, hizo que se tuviese que olvidar de los estudios y un trabajo más digno. He aquí, que estamos frente a un bostero con todas las letras. Siempre pensando en el otro, sale a la cancha de cemento con unos huevos, que nadie puede.

Entre cartones, residuos, sobras de una fábrica de pastas que le “ayuda”, Alejandro nos contaba el problema de ser un “nadie”. Ahí, confesaba entre otras cosas: “La municipalidad nos quiere sacar los carros, por unas moto-cargas. Pero no, amo a la yegua más que a mi señora. Yo crecí al lado del carro”. Y así se fueron enumerando la historia que está, pero que nadie cuenta. Mientras su camiseta de Boca –con restos de pintura, mostrando que es parte de la indumentaria habitual – se asomaba cada vez más.

Abierto como pocos, Alejandro fue mostrando una vida, que no cualquiera vive. Solo los obligados como él, por haber nacido en una villa sin más. Ahí donde “hay de todo”, donde la policía no entra y si entra es porque es más ladrona que un pibe que roba. Sentado en una esquina un dealer, sabiendo que le compran, y le van a seguir comprando para poder cambiar por un rato la realidad. Un escape, una esperanza.

“Ayer me ilusioné, ese Gigliotti juega bien, ojala podamos ganar el torneo. Yo todavía creo”, fueron sus palabras cuando Boca ya había copado el carro. Los dos de azul y oro, con diferentes realidades. Yo nunca tuve que darle una camiseta mía de Boca, a un hermano “por no tener nada para ponerse”. Entre tantas cachetadas de realidad, un abrazo de parte de alguien que ya sabe como es la cosa. “Hay mucha pobreza gringo, por eso salgo todos los días. Para que mis hijos tengan un futuro mejor”, dice mientras descarga el carro en un basural. Con poca higiene, con las manos curtidas, con el cansancio en el alma, pero con la mayor dignidad del mundo.

Galeano escribió alguna vez, Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Ese es Alejandro Gallardo. Carrero de años, hombre formado con los golpes de los “ninguneados”, pero que tiene más formación de vida que cualquiera.

Mi compañera de todos los días aprobó el trabajo. Pero aprobamos algo que no enseñan en ninguna unidad académica. Y es mirar a los ojos, y ser el otro. Ponerse en su lugar, enojarse con uno mismo cuando se preocupa por demás por un partido –sin poder cambiarlo- pero agradeciéndole, el hecho de aferrarse a la esperanza. Durante noventa minutos, o en toda una vida.

Boca tiene ese resumen de la vida en cada partido.