En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, mi viejo y Boca.

Yo no sé explicar qué es lo que nos permite guardar los recuerdos y tenerlos ahí, en ese lugar, en el alma de por vida. Pasen años, cosas, circunstancias, creo que nunca se irán, y más aún volverán a visitarnos cada vez que lo necesitemos.

Como mi viejo. Que se recuerda cada vez que se lo necesita, y hasta aquellas en que no es necesaria su presencia. Como mi viejo y Boca. Eso que tal vez fue de las mejores cosas que hizo, una de los mejores logros, el haberme implantado, permitido y aconsejado ser hincha de ese equipo que nos quitó horas de sueño, hambre, y hasta las mejores energías.

Si bien no es un sinónimo, mi viejo, en ciertas ocasiones, es Boca. Es ese azul y amarillo que los dos nos entregamos. Cuando hablamos diez palabras, de las cuales la mitad más uno, obviamente, aluden a la institución que más de una vez nos dio de esas alegrías que sólo puede dar el fútbol.

En medio de mis mil y una historias siempre tengo presente su bata azul, sus chinelas que fueron antes propiedad de mi abuelo y sus preguntas tales como: ¿En qué cancha se juega hoy?, o ¿con qué resultado nos alcanza para pasar de ronda? Es que en esos partidos de copa como que la mística de Boca era nuestra propia mística, los deseos de todos los canalizábamos en nosotros dos y en esos 90 minutos que bastaban con la ansiedad de toda una semana.

Y es que él fue el primero que me secó las lágrimas cuando los domingos entraba a su pieza llorando porque el club de la Ribera no había podido torcer el destino y perdía con merecimientos o sin ellos. Es que él fue el primero que me llevó a la cancha, que como toda primera vez nunca se olvida. Y sufrió como yo, y más aún sabiendo que yo no estaba del todo bien. Y rió como yo, y más aún cuando mis festejos por los goles me hacían morir de la risa. Y lloró como yo, y más aún sabiendo que su hijo podía estar emocionado como nunca antes en la Bombonera viendo a los grandes ídolos lograr un título más. De esos que siempre van a estar presentes, que se pasan en la mente como una película que siempre se repite y que resiste a arrojarse a los basurales del olvido.

Es por eso que cada vez que me abrace a él por un gol, o comience a reír por un festejo, cuando llore por un sufrimiento o goce un caño, no solamente va a ser fútbol lo que esté como protagonista. Sino él, mi viejo, mi compañero fiel en cada batalla. Batallas del fútbol y de las otras, cada momento, del fútbol y de los otros. De esos que nos hacen cada vez más hombres, cada vez más independientes por más que sepa que a él, eso a veces le duele en lo más profundo.

Y es que en cada gol nos volvemos a unir por más que no estemos en ese lugar. Por más que nos separen cientos de kilómetros, por más que dependa del partido según mis precoces conocimientos acerca de este deporte. Y allí estará él, trabajando o no, mirando los partidos o no, preguntándome las incidencias más mínimas que yo haya podido distinguir.

Y es que en cada gol, cada abrazo, cuando ahora con el paso del tiempo escasean más los partidos que compartimos, vamos a estar compartiendo más que un gol, más que un grito desaforado y sin límites que cada uno puede desembolsar. En esos momentos más allá de su Rattín y mi Battaglia, con su Mastrángelo y yo con mi Guillermo, él con sus Rojitas y yo con mi Riquelme o Maradona, con su Gatti y yo con mi Córdoba, Abbondanzieri, pero ambos con nuestro Palermo y con nuestras mismas ganas de ganar. En esos momentos vamos a estar abrazándolos, voy a estar abrazando a mi viejo. A ese que hace que no me avergüenza decir que el amor por él es más fuerte que cualquier diferencia y distancia ideológica que no resista los ataques del otro. En esos momentos los locales somos nosotros, y goleamos al que se nos cruce. En esos momentos, en esos abrazos le estoy agradeciendo todo. Sus palabras, consejos, momentos, caricias, sus cuidados de chico que a medida que fuimos creciendo nos imitaron.

Y voy a estar agradeciéndole de haberme enseñado que los dos colores más hermosos de la vida y del mundo son un azul y un amarillo oro. Que de los regalos que siempre recuerdo esta mi primera camiseta que después fue decorada con las firmas de los jugadores. Siempre le voy agradecer que siempre haya sido el mismo, el único, el irrepetible. Mi mejor ídolo y mi cuidador más importante.

Es por eso que, por más que uno no quiera, y más allá de que falte muchísimo, el día que El Maestro de la eternidad lo llame para seguir enseñándole las mejores cosas, y Boca meta algún gol, desde donde esté voy a recordar el arrastrar de sus chinelas, su bata o su remera de Boca. Y en la angustia agobiante del momento, voy a abrazarlo a donde sea que se encuentre, lo voy a mirar cuando mire hacia arriba. Voy a traerlo de a momentos hasta donde yo me halle, y voy a agradecerle nuevamente las cosas que siento cada domingo, cada vez que hablamos, cada vez que lo veo.

Porque el día de mañana, más allá de las severidades del destino y de los intentos malos de la historia para borrarme esos recuerdos que tengo en el alma y que se van a ir arraigando más, van a echar más raíces, van a volver a visitarme. Y mi viejo, Boca y yo, vamos a enfrentar a lo que sea, a cualquier problema, como lo hacemos ahora, día a día, vamos a afrontar cualquier imposibilidad de la vida. Hasta la falta de ella.