En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el sentimiento del hincha Xeneize en su día.

“Es con terrible esfuerzo que te escribo. Y eso ahora ya no es solo una manera literaria de decir que escribir significa trabajar con lo profundo (…)” dejó grabado en las hojas Caio Fernando Abreu. Cruzo la frontera para traer a este gran escritor. Brasil nos sienta bien, todos lo sabemos. Pero no todos saben lo que cuesta escribirle a Boca, y menos a sus hinchas.

Ustedes dirán, “Pero cómo, escribís siempre de Boca y ahora te es difícil”. Y yo le respondo sí. Es horrible el miedo a la hoja en blanco que aumenta cuando de Boquita se trata. A saber: no me gusta leerme muchas veces. Por poner un ejemplo, este año escribí más de 100 poemas, más que lo que hice para mi primer libro editado que fue para Boca. “¿Y entonces?” preguntará usted. Y yo le contesto que más allá de no leerme, de no gustarme a veces, de escribir siempre a Boca, me da rabia. ¿Qué? El no poder transmitir lo que me pasa con Boca. Porque sé que ustedes se sienten identificados con mis palabras. Pero el problema es conmigo –siempre es conmigo-, el no saber cual es la palabra justa, la frase precisa. Porque les puedo decir que hasta el día de hoy mi firma va acompañada con el C.A.B.J., que mi camisa de fiesta de Colación fue de Boca, que me enfermé de chico por estos colores y me curé en el ’98 cuando el equipo de Bianchi fue campeón. Que lloro a mis 24 como a los 8, que respiro Boca, que vivo Boca, que a los 11 años lo agarré a mi viejo y le dije: “Mirá, si por esas cosas me muero antes que vos, vas a ser el encargado de tirar mis cenizas en La Bombonera”; que cuando todo el mundo esperaba a mi hermana en su cumpleaños de 15 en el salón yo estaba a la vuelta mirando un partido contra Argentinos Juniors.

Les puedo decir que en Córdoba, en mi Facu, soy el bostero. Que todos me hablan y me preguntan de Boca. Que soy una especie de ayuda de memoria para el que se quiera acordar tal o cual partido. Que me cargan por relacionar todo de mi vida con Boca. Por acordarme que en el gol de Palermo a Newell’s en el ’99, estaba comiendo milanesas con mi amigo Benja. Y hasta que una amiga me agarró y me dijo: “Juanjo, yo quiero ver el hombre que hay detrás de Boca, porque te miro y veo a Boca”.

Pero bueno, hoy me aventuro en tratar de escribir sobre ustedes que me leen. Sobre los que no están y de los que van a venir más adelante. De nosotros en fin. Nosotros que somos los hinchas más grandes y pasionales del mundo.

En tiempos donde las pertenencias a algo o a alguien no son fuertes, nosotros vamos en contra de la corriente. Porque nosotros amamos a BOQUITA y todo lo que eso conlleva. Un barrio, una ideología, una identidad. Esa que va más allá de los años, de los siglos. Esa que compartimos más allá de las diferencias sociales. Porque por más que en los últimos años Boca, trate de ser más europeo, nosotros sabemos que los europeos que llegaron a La Boca a principios de siglo XX hicieron todo como para que sea bien argento y popular.

Porque nosotros somos ese el olor a mierda, pero que es preferible a perfumes para tapar orígenes. Nosotros somos el boliviano, el paraguayo. Porque somos el laburante de todos los días. El que se llena las manos de grasa, de cal, de sacrificio. Porque somos bolivianos, paraguayos, peruanos, brasileros y de tantos otros países que nos hacen el más grande de América y del Mundo.

Porque somos el recuerdo de tu abuelo, de tu viejo sentado a tu lado mirando un partido. Somos ese abrazo eterno con el grito de gol. Con las lágrimas escondidas o derramadas en el hombro de algún amigo. La victoria de algún tío que tenía como fin, pasarnos la posta del orgullo y la gloria. Somos esa transfusión de sangre que no puede cortarse. Y si se corta ¡Ay de ellos! Pobres. Mejor el infierno que no saber de esto…

Porque Boca es esa cancha que es un templo. Es la religión que posee allí el punto de inicio. Allí donde no entran los que somos. La mitad más uno del país. La mayoría en La Bombonera, por más que no entren todos, pero sí sus almas. Uno las puede observar como ráfagas cuando va subiendo las escaleras para toparse con ese verde hermoso. Y esas ráfagas se apoderan de uno. Del zurdo, del bobo que es vivo y vive más que nunca cuando llega ahí. Se acelera siempre como la primera vez.

Porque somos La 12. Pero de la primera. La que vivía por y para Boca. No de Boca. Somos todos, ese Victoriano Caffarena que acompañó a la delegación en 1925 haciendo de todo, siendo uno más. Siendo ese jugador extra. Somos el aguante sin intereses. Esa fidelidad que no se quiebra ni aunque la muerte te diga que si no la dejas, te lleva.

Somos esos vagos/as y atorrantes que le tocan el culo a los poderosos. A los de arriba. Somos los que con ese juego sacrificado logramos mayores logros. Somos cada una de las estrellas que brillan cada vez más en ese escudo que parece que se revienta. Pero no, siempre tiene un poco más.

Somos el clásico ganado. A lo Boca o con baile. Pero somos esa paternidad que nos da ese orgasmo constante y futbolero. Somos ese domingo que amaga para el suicidio pero revive con nuestros gritos. Somos los que le ponemos carcajadas a los domingos sonsos, aburridos, huérfanos de emociones.

Somos Maradona. Somos el jugador más grande de todos los tiempos y el hincha más famoso. Porque somos los hinchas más famosos del mundo. Somos los hinchas más mundiales de la fama. Esa fama que nació y creció desde nosotros. Somos esa hinchada que no puede ser fallada, que quiere que le demuestren los jugadores que lo “llevan adentro, como lo llevo yo”.

Somos los pibes que se van a probar y los eternos ídolos que reciben el saludo de las plateas y la popular cada domingo. Somos las bochas, el básquet, el vóley. Somos el choripán fuera de la cancha. Somos Quinquela Martín, el barco sueco, la bandera que flamea en lo alto. Somos el telón que baja desde arriba. “Un pedazo de tela” dirán muchos, nuestro telón de los milagros diremos nosotros.

Somos esa camiseta que regalaron al nacer. La primera pelota con los gajos azules y amarillos, somos La Raulito, el Tano Pascual. Somos la bandera que se aprieta, la cábala más común y las más raras del mundo. Somos la mirada inocente del pibe que en Jujuy detrás de una pantalla ve absorto, lo que es eso que “ojalá algún día pueda conocer”. El tipo que en el Country se prende un cigarrillo para matar nervios. El cuyano con el vino, el misionero con su mate. Los miles que fueron a Japón. Somos todos los puntos cardinales, y el deseo de volver de cuanto se haya ido del país.

Somos esa cosa rara de amarlo más cuando pierde. Esa rara explicación de que somos sufribles y por eso, a veces, cuando gana Boca nos anestesiamos. Los ídolos que alguna vez han usado la casaca. Román y a la vez Giunta. Rojas y Palermo. Tevez y Boyé. Varallo y Gatti –y no sigo para no quedar mal con nadie-.  Porque el jugador de Boca tiene esa cosa especial, de que es ídolo en ese lugar y en ningún otro. Somos los que nos apropiamos de las victorias, el “ganamos”, “que bien o mal jugamos”.  Somos nosotros.

El aliento inquebrantable, el aguante eterno. Somos el amor a primera vista –y a las que le siguen-, el dolor, el fanatismo. La pasión en su máximo nivel. El goce, el roce con alguien que no vas a ver más en tu vida y lo abrazas cuando la pelota toca la red. Somos el canto siempre en lo alto. La esperanza de cada domingo. La cargada del lunes, los que nacimos grandes. Almas que vagaban en busca de una alegría que dura más de cien años, luego de aquel 3 de abril de 1905. Y que desde allí ese cumpleaños se transforma en una suerte de independencia. Porque somos República de La Boca, más allá del país. Somos nuestra propia patria.

Somos los que siempre estamos. Los que quedamos. Los que no nos vamos. Los hinchas más reconocidos y los que se juntan de a muchos frente a una pantalla. Los que están por encima y los ninguneados. Pero todos con voz. Todos que recorremos miles de kilómetros y pasamos horas despiertos por una mísera entrada. Un papel que nos da la llave para pasar el umbral donde sabemos que está lo más parecido a la felicidad. Todos con el carnaval, con la fiesta, con la música, con el don de ser bosteros. Que le agradecemos a cualquiera de los dioses ese honor eterno.

Las mujeres más lindas. La vieja que nos consoló en alguna derrota. El olvido de las miserias del país, y del mundo. El no aceptar vivir de rodillas. Ese olor a pueblo que te llama, que te seduce y que una vez que te tiene no te suelta más. Somos la poesía, el tango, el folklore, la calle. La noche y el día. Somos la historia viva y la que está por escribirse. La forma de vivir. Porque ser bostero es una forma de vivir. Es la mejor y más hermosa de todas.

Más que mito de hinchada que gana partidos, somos esa realidad. Somos los distintos. Los que cortamos con tanta hipocresía. Somos esos que estamos en las malas y lloramos de emoción en las buenas. Somos la novia que se casa con un campeonato. Somos ese novio que se casa de por vida, con esos amores de antes, con Boca. Somos el hincha. Lo más romántico de la materia. Somos EL hincha.

Y acá yo. Que seguiría escribiendo pero no los quiero hartar. Con esta sensación de impotencia de no poder poner todo lo que Boca significa en mi vida. En nuestras vidas. Pero lo intento día a día, letra a letra.

Para mí que lo de los Mayas no es cierto. Pero si así fuese, que el fin del mundo sea hoy. Sea el 12-12-12. Que no me importa más nada que morir con el placer bostero en su punto máximo.